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Al pueblo del antiguo pacto se le informó que «el que toque el cadáver de cualquier persona quedará

impuro durante siete días» (Nm 19.11). Un sacerdote no podía contaminarse «a causa de algún difunto de

su pueblo», excepto si era «un pariente cercano» (Lv 21.1–2 RVA). Pero esta exención de la regla se le

negaba al sumo sacerdote y también a los nazareos «durante todo el tiempo de su consagración a Jehová»

(Nm 6.6ss).

Los ritos de purificación enfatizaban el hecho de que a los seres humanos nos concibieron y parieron

en pecado. Aunque la concepción y el nacimiento no se tacharon de inmorales (de la misma manera que

morir no era inmoral), una mujer que acababa de dar a luz permanecía impura hasta sujetarse a los ritos de

purificación prescritos (Lv 12). El capítulo 15 de Levítico prescribe la purificación ritual de las mujeres

durante su flujo menstrual, también de los hombres con emisiones seminales, así como «para la mujer con

quien el varón tuviera ayuntamiento de semen» (Lv 15.18 RV).

Para ser ceremonial o cúlticamente «limpio», un israelita tenía que abstenerse de comer ciertos

animales y aun de tocarlos (Lv 11; Dt 14.3–21). Después que los israelitas se asentaron en la tierra

prometida, se hicieron algunas modificaciones en los reglamentos (Dt 12.15, 22; 15.22).

Los ritos de purificación a menudo requerían agua. Para purificarse, una persona tenía que lavarse a sí

mismo y toda su ropa (Lv 15.27). Se rociaba agua sobre el individuo, su tienda y todos sus enseres: «Una

persona que esté pura tomará hisopo y lo mojará en el agua. Luego rociará la tienda, todos los utensilios, a

las personas presentes, y al que tocó un hueso o a uno que ha sido matado o un cadáver o una tumba»

(Nm 19.18 RVA). A veces el que se purificaba tenía también que cambiar sus ropas (Lv 6.11).

A pesar de la importancia de los ritos, estos no acumulaban méritos que ganaran el favor y el perdón

de Dios. Los ritos tampoco cumplirían su función si se realizaban en forma mecánica. A menos que los

ritos expresaran el deseo contrito y sincero de la persona de ser purificada de la mácula del pecado, estos

eran una abominación a Dios y solo contribuían a agravar la culpabilidad del penitente. Cualquiera que

apareciese delante de Él durante un rito o ceremonia con «manos … llenas de sangre» (Is 1.15) y no

clamara por la purificación de su crimen, lo juzgarían tan malvado como la gente de Sodoma y Gomorra.

La esperanza de Sion se encuentra en la purificación mediante una ofrenda: «Y traerán a todos vuestros

hermanos de entre todas las naciones, como ofrenda a Jehová, a mi santo monte en Jerusalén, tanto en

caballos como en carros … de la misma manera que los hijos de Israel traen su ofrenda en vasijas limpias

a la casa de Jehová» (Is 66.20 RVA).

LLAMAR, CLAMAR

A. Verbo

qara˒ ( 7121 , ), «llamar, clamar, recitar». Esta raíz aparece en arameo antiguo, cananeo y

ugarítico, así como en otras lenguas semíticas (excepto etiópico). El vocablo se encuentra en todos los

períodos del hebreo bíblico.

Qara˒ puede referirse al acto de «llamar por nombre». Poner nombre a alguna cosa es a menudo una

declaración de soberanía sobre ella; este es el caso en el primer ejemplo de qara˒: «Llamó Dios a la luz

Día, y a las tinieblas llamó Noche» (Gn 1.5). La acción divina de crear, «llamar» (dar nombres) y contar

(enumerar) abarca hasta las estrellas (Sal 147.4) y todas las demás cosas (Is 40.26). Dios permite que

Adán «nombre» a los animales como una demostración concreta de su soberanía relativa sobre ellos (Gn

2.19). La soberanía divina y la elección se hacen extensivas a todas las generaciones porque Dios los

«llamó» a todos desde el principio (Is 41.4; cf. Am 5.8). «Llamar» o «nombrar» a un individuo puede

קָרָא

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