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a aceptar la provisión que Dios ha dado, por la cual sus pecados pueden ser remitidos y ellos mismos

quedar justificados ante Él en Cristo. En Ro 5.10 se expresa esto de otra manera: «Porque si siendo

enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo»; que fuéramos «enemigos» no expresa

solamente la actitud hostil del hombre hacia a Dios, sino que significa que hasta que este cambio de

actitud no tenga lugar, los hombres se encuentran bajo condenación, expuestos a la ira de Dios. La muerte

de su Hijo es medio para quitarla de en medio, y así recibimos «la reconciliación» (Ro 5.11). Esto destaca

la actitud del favor de Dios para con nosotros. La traducción de la Versión Autorizada Inglesa

«atonement» (expiación) es incorrecta. La expiación es la ofrenda misma de Cristo bajo el juicio divino

sobre el pecado. No recibimos la expiación. Lo que sí recibimos es el resultado de la expiación, esto es,

«reconciliación». La remoción de la ira de Dios no contraviene su inmutabilidad. Él siempre actúa en base

de su inmutable justicia y misericordia, y es debido a que Él no cambia que sí cambia su actitud relativa

hacia aquellos que cambian. Todos sus actos muestran que Él es Luz y Amor. La ira, cuando no hay

ningún elemento personal, es una señal de salud moral en el caso, y únicamente en el caso, de que va

acompañada de pesar. Puede darse el más verdadero amor junto con una indignación justa (Mc 3.5), pero

el amor y la enemistad no pueden coexistir. Es importante distinguir entre «ira» y «hostilidad». El cambio

en la actitud relativa de Dios hacia aquellos que reciben reconciliación muestra precisamente su real

inmutabilidad. No dice ni una sola vez que Dios sea reconciliado. La enemistad existe solo por nuestra

parte. Fuimos nosotros los que tuvimos la necesidad de ser reconciliados con Dios, no Dios con nosotros,

y es propiciación, que su justicia y misericordia han provisto, lo que hace posible la reconciliación para

aquellos que la reciben.

Cuando los escritores del NT hablan acerca del tema de la ira de Dios, «la hostilidad es señalada no

como de parte de Dios, sino del hombre. Y es por esto que el apóstol nunca utiliza dialasso (término que

se utiliza en el NT solo en Mt 5.24) en relación con esto, sino siempre katalasso, porque el primero

denota una concesión mutua después de una mutua hostilidad (lo que se halla frecuentemente en la LXX),

idea esta ausente de katalasso (Lightfoot, Notes on the Epistles of Paul, p. 288).

Este tema halla su magno desarrollo en 2 Co 5.18-20, donde afirma que Dios «nos reconcilió (esto es,

a los creyentes) consigo mismo por Cristo», y que «el ministerio de la reconciliación» consiste en esto:

«que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo». La inserción de una coma en la VM después

de la palabra «Cristo» conduce a confusión. La doctrina que aquí se afirma no es la de que Dios estaba en

Cristo (en este pasaje no se está considerando la unidad de la deidad), sino que lo que Dios ha hecho

respecto a la reconciliación que ha llevado cabo en Cristo, y esto se basa en el hecho de que «Al que no

conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él».

En base a esto, el mandato a los hombres es: «Reconciliaos con Dios».

Este verbo se utiliza también en 1 Co 7.11, de una mujer volviendo a su marido.

2. apokatalasso (ἀποκαταλλάσσω, 604), reconciliar completamente (apo, de, desde, y Nº 1),

forma mas intensa del Nº 1, cambiar de una condición a otra, de modo que se elimine toda enemistad y no

quede impedimento alguno a la unidad y la paz. Se utiliza en Ef 2.16, de la reconciliación de los creyentes

procedentes del judaísmo y de la gentilidad «mediante la cruz … con Dios a ambos en un solo cuerpo».

En Col 1.21 no se tiene a la vista la unión de judío y gentil, sino el cambio obrado en el creyente

individual llevándolo desde la alienación y enemistad, debido a malas obras, a la reconciliación con Dios;

en el v. 20 se utiliza el término del propósito divino de mediante Cristo «reconciliar consigo todas las

cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos», siendo la base del cambio la paz

hecha «mediante la sangre de su cruz». Es el propósito divino, en base de la obra de Cristo consumada en

la cruz, llevar a todo el universo, con la excepción de los ángeles rebeldes y de los hombres incrédulos, a

una plena armonía con la mente de Dios (Ef 1.10). «Los que están … debajo de la tierra» (Flp 2.10),

quedan sometidos, no reconciliados.

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