La Velocidad de la Confianza (2)
incluso, comportarse con brutalidad al tratar a los demás, pero a menos que pillen a alguien amañando la cuenta de gastos de representación o quebrantando alguna otra norma mensurable, siempre que consiga resultados, lo normal es que la mayor parte de las empresas no haga nada al respecto. Las normas no pueden suplir al carácter. Alan Greespan, expresidente de la Reserva Federal de Estados Unidos Como comentaremos más adelante en la tercera onda (la confianza organizacional), los problemas a los que, en última instancia, nos estamos enfrentando en las organizaciones de hoy en día no pueden resolverse con este tipo de planteamiento desde fuera hacia dentro, donde se impone el «obedece las normas» y el obligado cumplimiento. Como apunta Chris Bauer, psicólogo y formador experto en ética corporativa:4 En realidad, de lo que estamos hablando aquí no es de la aplicación de una ley o un problema de regulación. Es una cuestión psicológica; falta de valores esenciales, confusión con respecto a lo que es correcto hacer. Veo muchas empresas que dicen que van a imponer unas normas más estrictas. No veo a muchas decir que van a esforzarse por expresar claramente cuáles son sus valores e impartir a los empleados formación sobre cómo se traducen esos valores en conductas concretas. Sólo cuando las multinacionales se centren en la confianza y la integridad —en la congruencia y no en el obligado cumplimiento—, serán capaces de fomentar una auténtica credibilidad y confianza en la organización. Como dijo Albert Camus: «La integridad no precisa de reglas».
D e f i n i c i ó n d e in t e g r id a d Para la mayoría de la gente, integridad significa honestidad. Aunque muchos no sean conscientes de ello, la honestidad no sólo implica decir la verdad, sino también dejar una buena impresión. Es posible decir la verdad, pero dejar una mala impresión; y eso no es ser honesto. Cualquiera que no sea cuidadoso con la verdad en los asuntos pequeños no es digno de confianza en los asuntos importantes. Albert Einstein Muchos ejecutivos se describirían como personas honestas y, sin embargo, las investigaciones demuestran que la mayor parte de los trabajadores no cree que los directivos sean honestos o se comuniquen con honestidad. La escritora inglesa Maria Louse Ramé dijo: «He conocido a miles de granujas; pero nunca he conocido a ninguno que se considerara como tal». El capitán Jack Sparrow, de la película Piratas del Caribe, también expresa con gran sentido del humor lo que esta autora trata de decir: «Yo no soy honesto. Y de un hombre que no es honesto sólo cabe esperar que sea deshonesto... honestamente. Con los honestos es con los que hay que tener cuidado, ya que nunca puedes prever cuando harán algo extraordinariamente... estúpido». Sin duda, la integridad incluye honestidad; decir la verdad y dejar una buena impresión. Pero, al menos, hay tres cualidades más que resultan igual de esenciales. Congruencia. «Integridad» procede de la misma raíz latina que «integrado» y «entero». Una persona es íntegra cuando no hay ningún desfase entre las intenciones y el comportamiento..., cuando esa persona es un todo, sin fisuras, lo mismo dentro que fuera. Yo lo denomino «congruencia». Y la congruencia —y no el obligado cumplimiento— es el factor que, en última instancia, genera credibilidad y confianza. Las personas que son congruentes actúan en armonía con sus valores y creencias más profundos. Cumplen lo que dicen. Cuando sienten
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Como apunta Chris Bauer, psicólogo y formador experto en ética corporativa:4<br />
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Veo muchas empresas que dicen que van a imponer unas normas más estrictas.<br />
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