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La Velocidad de la Confianza (2)

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Entonces, mi padre me dijo algo muy profundo: «Ahora <strong>de</strong>bes saber<br />

que, cuando hagas este trabajo, yo <strong>de</strong>jaré <strong>de</strong> hacerlo; será tu trabajo. Es<br />

lo que se l<strong>la</strong>ma un “encargo”. Encargar significa “asignar una tarea con<br />

confianza”. Yo te confío <strong>la</strong> tarea, para que que<strong>de</strong> hecha». Estableció un<br />

sistema para rendir cuentas <strong>de</strong> los progresos. Me dijo que recorreríamos<br />

el jardín dos veces por semana para que le mostrara cómo iba todo. Me<br />

garantizó que estaría dispuesto a ayudarme cuando se lo pidiera, pero<br />

que <strong>la</strong> tarea era responsabilidad mía, que yo sería mi propio jefe y que<br />

sólo yo iba a juzgar lo bien que lo hacía.<br />

Así que asumí <strong>la</strong> tarea. Según parece, estuve cuatro o cinco días sin<br />

hacer nada. Era <strong>la</strong> época <strong>de</strong> calor estival y <strong>la</strong> hierba se secaba rápido. El<br />

césped estaba cubierto por los restos <strong>de</strong> una barbacoa que celebramos<br />

días antes con los vecinos. Todo estaba <strong>de</strong>scuidado y hecho un <strong>de</strong>sastre.<br />

Mi padre quería asumir <strong>la</strong> responsabilidad o regañarme, pero no quiso<br />

romper el pacto que habíamos establecido.<br />

De modo que, cuando llegó el momento <strong>de</strong> rendir cuentas, preguntó:<br />

«Hijo, ¿cómo marcha el jardín?». Y yo contesté: «Muy bien, papá».<br />

Y, luego, me preguntó: «¿Puedo hacer algo para ayudarte?». Yo respondí:<br />

«No, todo va bien». A lo que replicó: «Vale, <strong>de</strong>mos <strong>la</strong> vuelta por<br />

el jardín que convinimos».<br />

Al recorrer el jardín, empecé a darme cuenta que no estaba ni «ver<strong>de</strong>»<br />

ni «limpio». Estaba amarillento y <strong>de</strong>scuidado. Según mi padre, empezó<br />

a temb<strong>la</strong>rme <strong>la</strong> barbil<strong>la</strong>, me brotaron lágrimas y empecé a llorar<br />

abiertamente: «¡Es tan difícil, papá!».<br />

«¿Qué es tan difícil? No has hecho nada», dijo. Tras un momento <strong>de</strong><br />

silencio, me preguntó: «¿Quieres que te ayu<strong>de</strong>?».<br />

Al recordar que su ofrecimiento <strong>de</strong> ayuda formaba parte <strong>de</strong>l acuerdo<br />

y percibir un rayo <strong>de</strong> esperanza, contesté <strong>de</strong> inmediato: «Sí».<br />

Me preguntó: «¿Qué quieres que haga?».<br />

Miré a mi alre<strong>de</strong>dor y le dije: «¿Podrías recoger esos <strong>de</strong>sperdicios <strong>de</strong><br />

ahí?»; me dijo que sí, <strong>de</strong> modo que entré en casa, regresé con dos bolsas y<br />

él me ayudó a recoger los <strong>de</strong>sperdicios como le había pedido que hiciera.<br />

A partir <strong>de</strong> ese día, asumí <strong>la</strong> responsabilidad <strong>de</strong>l jardín... y lo mantuve<br />

«ver<strong>de</strong>» y «limpio».

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