La Velocidad de la Confianza (2)

confianza abundantemente siempre debe existir responsabilidad, un
principio que por sí mismo infunde confianza.
C o n t r o l a r e l r ie s g o
La decisión de ampliar o no la confianza siempre es una cuestión de
controlar el riesgo. Para hacerse una idea más concreta de este tema,
veamos algunos ejemplos a través de la matriz.
En primer lugar, veamos la adquisición de McLane Distribution (previamente
en manos de Wal-Mart) por parte de Warren Buffett. La oportunidad
era una compra potencial. No hacerlo con la diligencia debida parecía
extremadamente arriesgado, y así habría sido para la mayoría de las
personas. En este caso, sin embargo, el riesgo no era tan grande. Wal-Mart
era una empresa pública sujeta a normas y regulaciones y al análisis público.
Además, la credibilidad (carácter y competencia) de los trabajadores de
Wal-Mart era alta. La propia reputación y la influencia de Buffett también
eran muy elevadas, y nadie iba a intentar estafar a Warren Buffett en una
transacción pública. Así, Buffett decidió extender la confianza en abundancia
y cerrar el trato con un apretón de manos, sin la diligencia debida,
cosa que aumentó la velocidad y redujo el costo de manera espectacular.
¿Confianza inteligente? Absolutamente. Estamos en la zona 2.
Veamos otro ejemplo: el de la mujer que he mencionado en el capítulo
de las trece conductas, concretamente en el de «extienda la confianza».
Quizá recuerde que el director general de la empresa que ella había decidido
comprar no quería firmar un contrato de trabajo. «Va a comprar mi
empresa —le dijo—. Tiene que confiar en mí». Ella lo hizo, y resultó un
completo desastre. ¿Confianza inteligente? No. En este caso, ella no tenía
la influencia de Warren Buffett ni la credibilidad o la responsabilidad pública
de Wal-Mart. Por tanto, extender la confianza en abundancia sin la
diligencia debida no fue la mejor opción. La mujer se situó en la zona 1
(alta predisposición a la confianza, poco análisis, transacción «crédula»).
Otro ejemplo más: yo mismo ampliando mi confianza a mi hijo Stephen
dejándolo conducir el coche familiar. Obviamente, había un ries-