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7 Un monstruo que asusta - el caballo del demonio

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7 Un monstruo que

asusta: el caballo del

demonio.


En pleno auge de la bicicleta, a la capital llegó un nuevo invento

que paulatinamente desplazaría al caballito de acero. El automóvil

se convirtió en el nuevo objeto de deseo de las clases elegantes

con más ingresos económicos. A pesar de que en unos años sería

un hit, en un principio la máquina de cuatro ruedas fue llamada

el caballo del demonio, tal como lo cuenta la crónica de Hernando

Guzmán. Un elegante auto de tres puestos rodó por primera vez

por allá en 1899 en las calles de Medellín.

La historia es particularmente cómica por la conmoción que

causó entre los testigos de cómo tres pasajeros paseaban en una

máquina, en ocasiones empujada por otros dos, en frente de la

Iglesia de La Candelaria. Tanta fue la impresión causada que en

aquel momento la gente corrió, varios caballos se desbocaron, el

cura echó bendiciones y tan sólo horas después estalló la Guerra

de Los Mil Días. La gente en las calles susurraba: “El caballo del

Demonio trajo la guerra”.


“De pronto sentimos un ruido terrible, un ruido

que no se parecía a nada, la gente empezó a correr

en todas las direcciones, la mayor parte se refugió

en la iglesia, otros entraban a las casas, los chicos

subían a los árboles, la agencia, que quedaba en

la parte alta del andén, se llenó de gente, el ruido

se aproximaba cada vez más. De pronto vimos

aparecer por detrás de la iglesia un monstruo negro

terrible que avanzaba hacia el centro de la plaza.

Los ojos enormes y

abiertos eran de un

color amarillento

y tenían tanta luz

que iluminaban la mitad de la plaza. La gente

se tiró al suelo de rodillas y empezaron a rezar y

a echarse bendiciones; una mujer que tenía dos

niños chiquitos los tiró al suelo y se acostó sobre

ellos cubriéndolos como hacen las gallinas con los

huevos. Unos hombres avanzaron hacia la plaza

con unos grandes palos en la mano. El animal se

detuvo en la mitad de la plaza y cerró los ojos”.


El automóvil presentaba un mundo de comodidad y lujo, fue el

invento ideal para que los capitalinos pudieran transitar, junto

con sus familias, toda la ciudad a mayor velocidad. Una vez se

dio la producción masiva de autos más económicos en 1925 los

bogotanos de clase media-alta de finales de la década de los 30

empezaron a inundar la calle de estas maquinitas que se movían

a gasolina.

La llegada del automóvil significó que el existente transporte

-trollis- fueran olvidados por la administración, ya que la

necesidad de transporte de aquellas personas que llegaban a la

capital no alcanzaba a ser suplida. De igual manera, la llegada del

automóvil también impactó el papel de la bicicleta, que dejando

de ser un elemento de lujo y prestigio se convirtió en un cercano

aliado de la clase media-baja.


Ésta es la

modernidAd

?


Es gracias al crecimiento automotor en la capital, que los buses

empezaron a habitar las calles dando abasto a las necesidades

de la ciudadanía, en especial aquella que llegaba de las afueras

del entonces municipio de Bogotá. La abuela, que diariamente

se transportaba en los trollis hasta Chapinero empezó a ver en

el Bus una mejor posibilidad, por lo menos en él no tendría que

esperar a que volviera la luz para volver a su casa.

La clase media y baja, a falta del automóvil privado, convirtió al bus

en la forma predilecta de trasladarse en la ciudad, consolidándose

firmemente y desplazando el ferrocarril urbano. Las avenidas

de las calles capitalinas se fueron llenando de grandes carrozas

que recorrieron las calles de los barrios y se movían de extremo

a extremo.

Almenos van más rápido


...

¿Dónde

me meto?


Al mismo tiempo que la bicicleta fue desplazada por el

automóvil y el bus desplazó al ferrocarril hubo una gran

cantidad de transformaciones físicas de la ciudad que afectó

principalmente a los transeúntes y a los incipientes ciclistas

urbanos de la época. La mezquindad se volvió algo cotidiano en

la lucha por el espacio entre los automotores, al mismo tiempo

que se intensificaban las tensiones sociales.

A pesar de que las condiciones de viaje podían ser más gratas

en un bus, los hijos del bisabuelo José siguieron movilizándose

en su bicicleta, ya un poco atareada, pero se ahorraban unos

centavos y podían quedarse un rato más tomando cerveza al

salir de trabajar. En el trayecto a casa Miguel, el hijo mayor del

bisabuelo José, vivía dramáticamente las calles de Bogotá hasta

su casa en el Olaya. Entre gritos y exclamaciones, tenían lugar

varías peleas con los conductores de los caballos del demonio.


este no pertenece

V

i e j o , d e b e

r

i a m o s

r

p o n e

u n e d

i f

i c

i o


En esta nueva ciudad de mediados de siglo Bogotá cambiaba en

todo sentido, lo que pasaba en las calles ahora era cuestión de

vida o muerte. Como diría la abuela, “ahora irme a trabajar es

un asunto bien complejo, cuando voy caminando a coger el bus

ya no hay espacio para distraerme, de lo contrario súbitamente

un bus a toda velocidad o un fuerte motor de automóvil me

acelera el corazón hasta casi darme un infarto.”

Existía un ferviente deseo de modernidad que estaba arrasando

con todo, las personas, los modos de transporte y por tanto

la forma de habitar la ciudad se vieron comprometidos por el

discurso de la modernización que se apoderó de Bogotá.

e s p a c i o e x c

i v o

l u s

p a

r a c a

r r o s


“De repente se dio un tipo de fiebre por las Avenidas

y las grandes carreteras, recuerdo la construcción

de la Caracas desde que llegué a Bogotá, poco a poco

se iba extendiendo y adueñándose del espacio. Era

como si se fuera devorando a la antigua Santa Fe, sin

piedad ni remordimientos. Las iglesias, que eran muy

importantes, fueron cientos destruidas para abarcar

más espacio. Yo sentía que era como si se avergonzaran

de lo viejo, de lo colonial; para embarcarse en una tarea

de reconstrucción que sólo generaba más caos.”


Esta configuración social y geográfica, liderada por la élite de la

sociedad estaba inmersa en una veneración por la construcción

de avenidas y carreteras habitadas por el carro y el bus. Mientras

la ciudad crecía y crecía hacia sus extremos Norte, Sur y

Occidente, este ideal se fue replicando a medida que la cantidad

de autos empezó a incrementar afanosa y desbordadamente.

Al igual que muchos bogotanos, los hermanos mayores de

la abuela decidieron comprar un carro, pues resultaba ser un

factor de reconocimiento de su éxito en la capital. Este estilo

repercutió sobre la vida del bisabuelo José y sus hijos, quienes

seguían trabajando en la construcción en distintos sectores

de la ciudad y utilizaban su bicicleta panadera para comprar

materiales de vez en cuando.



En una charla con los nietos del bisabuelo José, que en paz

descanse, salieron unos pequeños recuerdos de cosas que les

contaba su abuelo. Ellos no son unos empedernidos ciclistas,

pero si recuerdan como su abuelo conservaba una bicicleta toda

desbaratada en el patio de su casa. El bisabuelo decidió dejar de

usar su bicicleta y relegarse al uso del bus a pesar de los trancones,

los tumultos y el gasto económico.

Desafortunadamente los cambios y la búsqueda de velocidad

había dejado fuera de los planes a la bicicleta, ya que con el

aumento de los automóviles en la ciudad era necesario modificar

las leyes. Así fue como en una vuelta del trabajo se topó con unos

uniformados que le preguntaron por su licencia de conducción

y por la placa de su bicicleta; él sabía que era una estrategia para

evitar el tránsito de las bicicletas por las principales avenidas y

cuando él consiguió la suya no venía con eso. Así fue como las

andadas en bici se acabaron.

“La juevntud se fue y la bicicleta ya

no estaba. Mejor dejar perdido los

amores que no han sido antes que

mi burrita. Desúés de ahorrar unos

meses se logró recuperar la bicicleta

del decomiso, pero nunca fue lo mismo.

Bogotá ahora era una gran máquina

que llevaba cuatro ruedas que cruzan

la ciudad varias veces al día”


los tradicionales

Carrera séptima en la década de 1970

Fuente: Bogotá. Estructura y principales servicios públicos. (1978).


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