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12. La bruja de Portobello

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Durante dos horas pensé que aquello

era ridículo, absurdo, me dolía la

cabeza, pero no podía dejar que las

agujas guiasen mis manos. Todo el

mundo es capaz de hacer algo mal, ¿por

qué me pedía eso? Porque conocía mi

obsesión por la geometría y las cosas

perfectas.

Y de repente, ocurrió; detuve las

agujas, sentí un vacío inmenso, que se

llenó con una presencia cálida, cariñosa,

compañera. A mí alrededor, todo era

diferente, tenía ganas de decir cosas que

jamás me habría atrevido en mi estado

normal. Pero no perdí la conciencia:

sabía que era yo misma, aunque –

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