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12. La bruja de Portobello

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dar palmas para acompañar la música, y

Athena bailaba con más velocidad,

captando la energía de aquellas palmas,

girando sobre sí misma, equilibrándose

en el vacío, arrebatando todo lo que

nosotros, pobres mortales, debíamos

ofrecerle a la divinidad suprema.

Y, de repente, paró. Todos pararon,

incluso los músicos que tocaban la

percusión. Sus ojos seguían cerrados,

pero las lágrimas rodaban por su rostro.

Levantó los brazos hacia el cielo, y

gritó:

—¡Cuándo me muera, enterradme de

pie, porque he vivido de rodillas toda

mi vida!

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