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G. Bueno – Materia

La metábasis o paso al límite último que nos conduce a la idea de materia

transcendental, como μετάβασις εἰς ᾶλλος γένος, tiende constantemente a llevarse a

cabo de un modo dogmático, es decir, de un modo según el cual la materia pura o

indeterminada viene a concebirse como una suerte de sustancia absoluta o primer

principio unitario que, precisamente por haber reabsorbido en su infinita potencialidad

todas las diferencias, puede presentarse conceptualmente como plenitud actual o

multiplicidad absoluta. Que semejante proceso de constitución de la idea límite de

materia absoluta pueda parecer contradictorio, no significa que el concepto de este

proceso no pueda servir para reinterpretar ideas muy características de nuestra tradición

filosófica. En realidad éste sería el caso del monismo materialista de todos los tiempos,

en la medida en que el concepto del «materialismo monista» pueda utilizarse como

esquema [45] válido de concepciones filosóficas por otra parte muy diferenciadas en

cuanto a sus contenidos concretos. Habría, según esto, algún fundamento para

reinterpretar el τὸ ἄπειρον de Anaximandro como una versión de esta materia absoluta o

multiplicidad pura tratada como unidad (Aristóteles, Physica, G 4, 203 b 7); pero

también la unicidad del Ser eleático, si en su esfera se reabsorben todas las diferencias

(frag. 8, 38/39 de Diels). Seguramente el famoso tratado Della Causa, principio et

Uno (vid. cap. IV) de Giordano Bruno, es uno de los lugares en donde con mayor

nitidez podríamos apreciar los caminos sustancialistas del paso al límite monista que

identifica la potencia absoluta con el acto absoluto, la materia prima con Dios.

El uso de la idea sustancializada de materia absoluta como contramodelo (en

razón de las contradicciones que tal idea encierra, y entre las que cabe incluir las aporías

de Zenón Eléata) permitirá redefinir al materialismo más radical precisamente como la

negación del monismo de la sustancia y a la idea de materia transcendental como una

multiplicidad pura que desborda cualquier determinación formal positiva, por genérica

que ella sea, en un proceso recurrente de negatividad.

Desde este punto de vista, acaso no parezca excesivo ver en el concepto

aristotélico de materia prima (προή ὔλή) una de las versiones más próximas a lo que

pudiera ser el paso al límite a la materia transcendental, llevado a cabo de un modo

crítico (no dogmático o sustancializado). Decimos «una de las versiones más próximas»

puesto que, aun suponiendo, y ya es mucho suponer, que la materia prima se atribuya no

sólo al mundo de lo corruptible, sino también al mundo de los astros, es lo cierto que la

materia prima no se atribuye al Acto Puro, y, por consiguiente, no puede decirse que sea

transcendental a la omnitudo rerum. La materia prima aristotélica presupone la unicidad

del mundo, su finitud. Con todo, y ateniéndonos al concepto de [46] materia prima que

consta en los libros de la Metafísica (puesto que en Phys. G 9, 192 a 31, 34, la materia

aparece como sustrato primero -hypokeímenon- a partir del cual algo deriva

esencialmente y no accidentalmente) cabe afirmar que Aristóteles ha conocido

críticamente las exigencias de una idea de materia pura al utilizarla (actu exercito) de

hecho como un predicado diádico («x es M para Y») al declararla (actu signato) pura

potencia y definirla de modo estrictamente negativo (Met., Z, 3, 1029 a, 20/21: μήτε τὶ

μὴτε ποσόν, μὴτε ἄλλο μηδέν λέγεται οἶς ὥρισται τὸ ὅν) haciéndola incognoscible en sí

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Pentalfa Ediciones, Oviedo, 1990. http://filosofia.org/mat/mm1990a.htm (06/01/16)

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