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G. Bueno – Materia

Que los constituyentes del primer género de la materia determinada -las

multiplicidades de términos operables y, en particular, de cuerpos sólidos- puedan

ponerse en correspondencia con la idea de materia en su acepción de materia física, es

algo obvio, puesto que éste es el significado más inmediato del término materia. No

sólo en la tradición filosófico-realista, sino también en la tradición del «idealismo

material» inaugurado por Berkeley, una tradición que repercute en Fichte o también en

Croce o en Gentile (cuando la materia del primer género aparece como natura

inmanente all'Io, para decirlo con la fórmula que Gentile utilizó en su Teoria Generale

dello spirito, 5ª ed. Florencia 1938, c.16, p.12). Otra cuestión es que esta materia física o

materia del primer género, se considere como una realidad que se nos da en un concepto

unívoco o bien como un conjunto de realidades heterogéneas e irreducibles. Tal era el

caso de la materia terrestre (corruptible) y de la materia celeste (incorruptible) en la

época medieval: «materia non dicitur univoce de materia generabilium et de hoc corpore

celeste», dice Alvaro de Toledo en su comenterio al De substantia orbis de Averroes

(ed. de M. Alonso, CSIC, Madrid 1950). Y tal fue el caso de la materia inorgánica y la

materia viviente en la época moderna (Buffon había defendido la existencia de unas

«moléculas orgánicas» que serían vivientes por naturaleza, una tesis que fue arruinada

por el descubrimiento, en 1828, de la síntesis de la urea por Wöhler).

Pero también los constituyentes del segundo género de materialidad (sin perjuicio

de que ellos hayan servido constantemente de referencia para la construcción del

concepto [35] de ser espiritual, en la línea del Fedon platónico) han sido conceptuados

reiteradas veces como materiales. Citaremos, ante todo, a los filósofos epicúreos, cuyo

materialismo radical no significó un olvido de la diferencia entre la materia física

(corpus) y la materia espiritual (anima y animus de Lucrecio, vers. 140 y 360 sgts., del

lib. III; vid. lib. I, 53-56). El concepto epicúreo de una materia incorpórea-intangible o

psíquica se mantendrá a lo largo de toda la Edad Media, a través de la materia

spiritualis de Avicebrón (Fons vitae, ed. Baeumker). Los escolásticos, en general,

atribuyeron al entendimiento pasivo muchas veces la función de materia, en tanto

receptáculo de formas (Santo Tomás, S. Th., I/81/1). La concepción del alma como una

multiplicidad de sensaciones o de imágenes que interactúan entre sí, según leyes

definidas, equivale de hecho a un tratamiento del alma como materia psíquica, según el

método instaurado por los clásicos del empirismo inglés (particularmente John

Locke, An Essay Concerning Human understanding, 1690) y continuado por la llamada

«Química mental» de los psicólogos asociacionistas del pasado siglo (por ejemplo, John

Stuart Mill, apud Ribot, Le Psychologie anglaise contemporaine, París 1875). Célebre

fue también, durante la segunda mitad de ese siglo, la polémica entre Rudolf Wagner y

Karl Vogt, a raíz del congreso de Göttingen de 1854, en el que Wagner afirmó la

existencia de una «sustancia psíquica etérea que agita las fibras del cerebro» -

reclamando, para las otras cuestiones metafísicas, «la fe del carbonero»- y que fue

ocasión de uno de los libros más famosos del materialismo reduccionista, a saber, el

libro de Karl Vogt, Kóhlerglaube und Wissenschaft. Eine Streitschrift gegen Rudolf

Wagner, 1855. Cabe citar, en esta línea, el concepto de energía psíquica de W. Ostwald

17

Pentalfa Ediciones, Oviedo, 1990. http://filosofia.org/mat/mm1990a.htm (06/01/16)

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