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cerrados. Ésa era la manera de indicar que estaban «comunicándose» con

otros, bien atendiendo una llamada, bien participando en algún chat. En

Oasis se consideraba de mala educación intentar hablar con un avatar que

estaba ocupado. Éste solía ignorarte y emitía un mensaje automático con el

que te mandaba a la mierda.

Me senté a mi escritorio y rocé el icono del dispositivo que activaba el

modo «comunica». Los párpados de mi avatar se cerraron, pero aun así

seguía viendo lo que me rodeaba. Pulsé otro icono y apareció frente a mí la

ventana de un buscador de web en dos dimensiones, suspendido frente a mí.

Ventanas como ésa sólo podía verlas mi avatar, por lo que nadie podía leer

por encima de mi hombro (a menos que yo seleccionara expresamente una

opción para permitirlo).

Mi página de inicio llevaba directamente a El Vivero, uno de los foros de

mensajes para gunters más populares. La interfaz del sitio estaba diseñada

para que su aspecto y su funcionamiento recordaran al viejo sistema BBS,

anterior a internet (el llamado Bulletin Board System, o Sistema de Tablón

de Anuncios), que incluía, durante la secuencia de ingreso, la reproducción

del característico chirrido de un módem de 300 baudios. Todo muy guay.

Pasé varios minutos revisando los hilos de discusión más recientes,

enterándome de las últimas noticias y rumores sobre gunters. Yo era, sobre

todo, espectador pasivo, rara vez publicaba algo en los muros, aunque no

dejaba pasar un día sin consultarlos. Aquella mañana no encontré nada de

mucho interés. Las típicas guerras de mensajes entre clanes. Discusiones

abiertas sobre la interpretación «correcta» de algún pasaje críptico del

Almanaque de Anorak. Avatares de alto nivel alardeando de cualquier

novedad mágica o artefacto que acabaran de obtener. Aquellas chorradas

llevaban varios años sin cambiar. A falta de avances reales, la subcultura

gunter había ido convirtiéndose en un reducto donde reinaban la chulería, las

payasadas y una sucesión de absurdas luchas intestinas. Qué triste.

Mis hilos favoritos eran los dedicados a poner verdes a los sixers.

«Sixer» era el apodo peyorativo que recibían los empleados de Innovative

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