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—un rasgo que no se había molestado en suprimir de su cuenta de

emociones en tiempo real, opción que hacía que en los avatares se reflejaran

las expresiones faciales y el lenguaje corporal de quienes los manejaban—.

Estaba a punto de replicar, pero yo me adelanté, le quité el sonido y no oí lo

que me decía.

La posibilidad de quitar el sonido a mis compañeros era una de las cosas

que más me gustaba de asistir a clase online y me servía de ella casi a diario.

Lo mejor era que ellos se daban cuenta de que les quitabas el sonido, pero no

podían hacer absolutamente nada al respecto. En las instalaciones de la

escuela nunca había peleas. La simulación no lo permitía. El planeta Ludus

en su totalidad era zona de exclusión de Player-versus-Player, o PvP; es

decir, que no se permitía el combate de un usuario contra otro. En aquella

escuela, las únicas armas eran las palabras, por lo que no tardé en

perfeccionar su uso.

Yo había ido a la escuela hasta sexto curso. Y no había sido precisamente

una experiencia agradable.

Era un niño muy, muy tímido y raro, con una autoestima bajísima y casi

sin aptitudes sociales de ningún tipo, efecto derivado, en parte, de pasar casi

toda mi infancia en el interior de Oasis. También era de esa clase de

personas que nunca se sienten del todo a gusto en su propia piel. No tenía

problemas para conversar con los demás ni para hacer amigos cuando estaba

conectado. Pero en el mundo real, interactuar con otros, sobre todo con niños

de mi edad, era algo que me ponía muy nervioso. Nunca sabía cómo

comportarme, qué decir, y cuando finalmente me armaba de valor y decía

algo, siempre resultaba ser lo menos adecuado.

Parte del problema era mi aspecto físico. Pesaba más de la cuenta, y

desde que tenía memoria siempre había sido así. Mi desastrosa dieta

subvencionada por el Gobierno, rebosante de azúcares y almidones, era un

factor añadido, sí, pero también era un adicto a Oasis, por lo que en aquella

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