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marcianitos». Existía, al menos, una copia de todos los videojuegos que

habían existido en aquellas consolas de monedas en las que se jugaba de pie.

Las memorias ROM originales de los juegos se encontraban almacenadas en

el código Oasis del planeta y los muebles de madera que los alojaban

estaban configurados de manera que su aspecto fuera idéntico al de los

originales antiguos. Por el museo también se hallaban repartidos santuarios

y pequeñas muestras dedicadas a varios diseñadores y editores de juegos.

Los diversos niveles del museo se componían de inmensas cuevas unidas

por una red subterránea de calles, túneles, ascensores, escalinatas y escaleras

mecánicas y de mano, puertas corredizas, trampillas y pasadizos secretos.

Era algo así como un gigantesco laberinto de muchos niveles. El trazado

hacía que resultara muy fácil perderse, por lo que decidí mantener activado

en todo momento un mapa holográfico tridimensional en mi visualizador. La

localización de mi avatar quedaba marcada en todo momento por un punto

azul parpadeante. Yo había accedido al museo junto a un videojuego viejo

llamado El Castillo de Aladino, que se encontraba cerca de la superficie.

Pulsé un punto del mapa cercano al núcleo del planeta, que indicaba mi

destino, y la aplicación trazó al momento la ruta más rápida para llegar hasta

él. No esperé ni un momento más y salí corriendo hacia allá.

El museo estaba distribuido en capas. Allí, junto a la corteza del planeta,

se encontraban los últimos videojuegos de salón recreativo de las dos

primeras décadas del siglo XXI que se fabricaron en el mundo. Se trataba,

sobre todo, de cabinas dotadas de sofisticados simuladores con dispositivos

hápticos de primera generación: sillas vibratorias y plataformas hidráulicas

que se inclinaban. Muchos simuladores de coches en línea que permitían a

los jugadores competir entre sí. Aquellos juegos habían sido los últimos de

su especie. Cuando se crearon, las consolas domésticas ya habían convertido

en obsoletos casi todos los juegos de salón recreativo. Y desde la irrupción

de Oasis, dejaron de fabricarse.

A medida que te adentrabas en el museo, los juegos eran cada vez más

antiguos y arcaicos. Consolas de monedas de finales de siglo. Juegos de

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