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casa— aferrada a una cesta de ropa sucia. Parecía más despierta que otras

veces, lo que no auguraba nada bueno. Cuando estaba colocada resultaba

más fácil tratar.

Me miró con su cara de desprecio habitual y empezó a meter la ropa en

la lavadora. Pero su gesto cambió de pronto y asomó la cabeza por encima

de la secadora para verme mejor. Abrió mucho los ojos al fijarse en mi

portátil. Yo lo cerré al momento y quise guardarlo en la mochila. Pero sabía

que era demasiado tarde.

—¡Dámelo, Wade! —me ordenó, alargando la mano para quitármelo—.

Puedo empeñarlo y nos ayudará a pagar el alquiler.

—¡No! —exclamé, apartándome—. Por favor, tía Alice. Lo necesito para

el colegio.

—Tú lo que necesitas es demostrarme algo de agradecimiento —me

soltó—. Todos los que viven aquí tienen que pagar el alquiler. Estoy cansada

de que me chupes la sangre.

—Te quedas con mis vales de comida. Con eso pago mi parte con creces.

—Y una mierda.

Ella intentó una vez más arrebatarme el portátil de las manos, pero yo

me negaba a soltarlo. Entonces se dio vuelta de pronto y salió disparada en

dirección a su cuarto. Yo sabía lo que venía a continuación, y activé una

función en el portátil que bloqueaba el teclado y borraba el disco duro.

Segundos después regresó con su novio Rick, que seguía medio dormido.

Rick iba siempre con el pecho descubierto; le encantaba lucir su

impresionante colección de tatuajes carcelarios. Sin mediar palabra, levantó

un puño para amenazarme y yo me cagué y le entregué el ordenador. Acto

seguido, Alice y él salieron del cuarto de la lavadora examinando ya la pieza

y hablando de lo que les darían por ella en la casa de empeños.

Perder un ordenador portátil no era tan grave. Tenía dos más en mi

escondite. Pero no eran ni de lejos tan rápidos y tendría que cargar las copias

de seguridad de todas mis cosas. Menudo palo. En fin, era culpa mía. Sabía

que me arriesgaba llevando cualquier cosa de valor allí.

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