El operativo y otros cuentos Callejeros
El operativo es un relato corto que narra el tipo de allanamientos que se realizaron en la Argentina durante la Dictadura Militar del 1976 al 1983 que produjo una enorme cantidad de desaparecidos y otros tantos muertos en el país. Fue especialmente dedicado a la memoria del padre Carlos Mujica, quien nos demostró que la Fe, la Esperanza y la Caridad, no eran solo palabras huecas o cosas abstractas, a una generación tan escéptica y tan apaleada como la de los 70 en nuestro país, y también a la del soldado Carrasco cuya muerte en 1994 en sí y los conflictos generados por el mismo tuvieron repercusión a nivel socio-político en la Argentina y es considerado uno de los motivos por los cuales se suspendió la ley que establecía el servicio militar obligatorio. Otros dos cuentos también responden a este tema y están dedicados a los desaparecidos uno y a las luchas llevadas a cabo en el exterior por saber la verdad de lo que estaba sucediendo y a los hijos de ellos que tuvieron que vivir con la angustia de no saber que les sucedió a sus padres. Los demás relatos cuentan de manera novelizada otras tantas historias tan Argentinas como el tango y el mate, es más hay un cuento dedicado a las abuelas que recuerda las típicas tardes de lluvia con mate y tortas fritas, que resulta ser una masa simple de harina, agua, grasa de vaca y sal que se fríe en la misma grasa y se espolvorea con azúcar. Era el programa mas divertido para las tardes de lluvia antes de la televisión, internet y las redes sociales. Todos son puras fantasías de una generación que vivió muchos cambios y tiempos violentos, con mucho psicoanálisis de por medio, amor libre, algunas drogas, viajes y búsquedas personales complejas. Una versión Latinoamericana del 68 francés y el Flower Power.
El operativo es un relato corto que narra el tipo de allanamientos que se realizaron en la Argentina durante la Dictadura Militar del 1976 al 1983 que produjo una enorme cantidad de desaparecidos y otros tantos muertos en el país. Fue especialmente dedicado a la memoria del padre Carlos Mujica, quien nos demostró que la Fe, la Esperanza y la Caridad, no eran solo palabras huecas o cosas abstractas, a una generación tan escéptica y tan apaleada como la de los 70 en nuestro país, y también a la del soldado Carrasco cuya muerte en 1994 en sí y los conflictos generados por el mismo tuvieron repercusión a nivel socio-político en la Argentina y es considerado uno de los motivos por los cuales se suspendió la ley que establecía el servicio militar obligatorio.
Otros dos cuentos también responden a este tema y están dedicados a los desaparecidos uno y a las luchas llevadas a cabo en el exterior por saber la verdad de lo que estaba sucediendo y a los hijos de ellos que tuvieron que vivir con la angustia de no saber que les sucedió a sus padres.
Los demás relatos cuentan de manera novelizada otras tantas historias tan Argentinas como el tango y el mate, es más hay un cuento dedicado a las abuelas que recuerda las típicas tardes de lluvia con mate y tortas fritas, que resulta ser una masa simple de harina, agua, grasa de vaca y sal que se fríe en la misma grasa y se espolvorea con azúcar. Era el programa mas divertido para las tardes de lluvia antes de la televisión, internet y las redes sociales.
Todos son puras fantasías de una generación que vivió muchos cambios y tiempos violentos, con mucho psicoanálisis de por medio, amor libre, algunas drogas, viajes y búsquedas personales complejas. Una versión Latinoamericana del 68 francés y el Flower Power.
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AUTHOR NAME
ii
BOOK TITLE
El operativo
y
otros cuentos
callejeros
Escritos en papel con lapicera
Graciela Mariani
iii
Copyright © 2018 Graciela Mariani
Todos los derechos reservados.
ISBN:
ISBN: 9781717801579
A mi hija Emilia
Quien siempre leyó mis cuentos con profundo
interés y a pesar de su corta edad,
en aquel entonces, realizaba comentarios
que me ayudaron mucho
y le estoy profundamente agradecida.
El operativo y otros cuentos callejeros
Resumen
El operativo
Relato de una masacre en casa de familia en tiempos de la
dictadura militar en Argentina, contado por una niña
sobreviviente. Ficción dedicada a un sacerdote muerto y a
un soldado muerto años después por el brutalismo militar.
Amor fugaz
Historia de un amor imposible entre dos compañeros de
trabajo de distinta nacionalidad, en donde las pautas
culturales juegan un papel preponderante.
Ingenuidad
Una narración sobre las aventuras de una joven adicta a la
marihuana. Un relato figurativo y colorido.
Consecuencias del machismo
Un matrimonio en un mundo banal, en donde todo es
apariencia e intereses creados. Un cuento escrito con
bastante ironía.
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Graciela Mariani
El reencuentro
Dos amigas se reúnen a comentar los entretelones de un
reencuentro amoroso de una de ellas. Un relato lleno de
amor y esperanza.
Laburo extra
Un relato sobre los peligros de ganar “dinero fácil”.
Catarsis
Dialogo, aparentemente intrascendente, entre dos
adolescentes, muy amigas, del que se desprende el relato de
sus vidas. Es a su vez un breve homenaje a los hijos de los
desaparecidos en Argentina durante la Dictadura Militar.
La adoptada
Ilusiones y fantasías, respecto a su verdadero origen, de
una mujer con padres adoptivos.
La casona Inglesa
Un hombre viudo que no logra alejar el fantasma de su
mujer y se encuentra atrapado en una encrucijada entre dos
épocas (contemporánea y el siglo anterior), que lo lleva a
resolver su mundo afectivo.
La historia de Dafne
Historia de una mujer casada con un hombre mayor que
no es tan amoroso como aparenta.
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El operativo y otros cuentos callejeros
La mudanza
Un matrimonio joven con hijos pequeños deben emigrar a
causa del desempleo. Un relato lleno de incertidumbre y
emociones, en donde la esperanza es lo más importante.
La trampa
Historia de una mujer atrapada en un matrimonio
peligroso.
Morir de amor
Historia de una joven que desea con desesperación
encontrar el gran amor y como ello no ocurre, inventa uno
para contárselo a sus amigas. Evocación al
“romanticismo”.
Mate con tortas fritas
Relato sobre una costumbre típica argentina en una tarde
lluviosa, vivida por una niña con sus dos abuelas y evocado
por ella años después y lejos de su tierra.
Mujer afortunada
Una mujer, rica y hermosa, esclavizada por sus adicciones,
compara su suerte con una antigua mucama.
Testimonio
Una chica exiliada descree de todo lo que dicen que sucede
en la Argentina del Proceso.
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Graciela Mariani
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AGRADECIMIENTOS
A mi marido que tan pacientemente me ha acompañado durante la
selección del material en los sin número de cuadernitos que guardo, la
corrección y edición del manuscrito y su publicación a pesar de lo molesto
que resulta la compañía de una notebook constantemente.
A todas las personas que me acompañaron en las distintas etapas de
mi vida y que me fueron inspirando, con sus narraciones, su pasión por
la lectura, sus opiniones e intercambios, a escribir esta serie de relatos.
A los escritores, que no cesen de escribir, que el libro no ha muerto, el
libro esta vivo y como decía Umberto Ecco, el leer alarga la vida, porque
nos agrega vivencias que de otro modo jamás hubiésemos tenido.
Y a ustedes lectores de este libro, que fue escrito de a poco con mucho
cariño por mi país, su gente, mi generación, su cultura y las letras.
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El operativo y otros cuentos callejeros
El Operativo
Nunca supe tener amigas, de chica además de pobre, era
introvertida, miedosa y retraída. En la clase no solía estar
con las mejores, ni con las peores, era solo una paria del
medio.
Cual un estigma ancestral, esos míseros sentires guiaron
fatalmente mi destino. Ya a temprana edad comprendí el
duro trajinar de mi existencia.
No había a quien echarle la culpa, ya que la vida no guardó
designios mejores para con los míos... Y en una fría y quieta
madrugada de julio del setenta y pico, nuestra casa se
transformó en un campo de batalla y nuestra vida en una
verdadera pesadilla.
Estaba durmiendo en el cuarto junto a mis hermanos
cuando sorpresivamente unos estrepitosos ruidos y gritos
nos despertaron alertándonos.
Asustados nos tomamos de las manos. Oímos que mi madre
lloraba y gritaba entremezcladamente. Mi padre vociferaba
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Graciela Mariani
y gemía.
Frente a tal escándalo nos sentimos aterrados, éramos tan
solo unos niños y no entendíamos que pasaba.
Yo que era menuda para mis 11 años, tenía que dormir en
la misma cama con Estela, mi hermana de 13, mientras que,
a Raúl de 15, le tocaba el catre.
-- Son ladrones! Seguro que son ladrones-- dijo Raúl
entrecortadamente -- Vamos, escondámonos, vengan
debajo de la cama, ¡Rápido boludas! -- susurraba.
Corrimos a escondernos tirados en el piso, apretujándonos,
manoseándonos, tratando de desaparecer bajo el elástico
oxidado y viejo de mi cama.
Yo sentía frío, mucho frío, el piso estaba helado y gateando
me fui al armario en busca de algún abrigo. Allí solo
encontré la montaña de ropa sucia que mama dejaba
acumular durante semanas.
En ese momento sentí unos pasos que se acercaban por el
pasillo y sin siquiera pensarlo me zambullí entre el montón
de ropa hasta quedar totalmente sepultada, por lo menos allí
el frío había disminuido.
-- ¡Vamos pronto, carajo! -- se oyó gritar al tiempo en que la
puerta se desplomaba de una patada.
Eran tres hombres con armas y rostros oscuros... sucios,
sudorosos, parecían ratas invadiendo un nuevo territorio.
-- ¡Revisen bien les dije carajo!, ¡o no sirven para nada
pelotúdos! -- otra vez esa voz gruesa y áspera.
-- Estamos en eso mi sargento-- respondió una voz más
aflautada.
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El operativo y otros cuentos callejeros
-- Pero mira que sos boludo González, te dije que no me
llamés sargento cuando vamos de operativo, y esto es un
operativo oíste, un operativo. Me tenés que llamar jefe,
sabés mal parido -- gruñó el ogro.
Si mi... jefe, y ahora que hacemos -- dijo el mal parido.
-- Busquen, les dije que busquen. Tiene que haber alguien
más, no ven las camas, todavía están calientes, tienen que
estar por algún lado, seguro que son los tipos que buscamos
--
Así que buscaban a alguien, por suerte no eran ladrones,
pero igual yo estaba inmóvil de miedo.
No tardaron mucho en sacar de abajo de la cama a Estela y
a Raúl.
Como mi hermano se quejaba, el de voz aflautada, le pego
muchas veces en el estómago con un palo o arma larga que
tenía en sus manos, hasta que Raúl dejo de quejarse y cayó
al suelo vomitando sangre.
Mientras a Estela la agarro el grandullón y dijo -- Mirá que
bocadito que tenemos aquí --, él la golpeó y se le tiro encima,
ella lloró y grito, después no dijo nada más.
-- Que haces González, no ves que lo matás, boludo. -- dijo
el tercero que cuidaba la puerta y se guardaba en los bolsillos
cuanta porquería encontraba.
-- Callate imbécil, no ves que igual son boleta y vení si te
querés montar a la pendeja que yo sigo revisando -- grito el
jefe.
Así siguieron de a uno...
Yo creo que Estela estaba muerta cuando se la llevaron y
15
Graciela Mariani
quizás Raúl también.
Todavía era de noche cuando se fueron y aun sonaban sus
voces y los lamentos de mi familia en mis oídos, mejor
dicho, aun los escucho cuando en las noches frías de
invierno apoyo la cabeza en la almohada.
El silencio que sucedió al golpeteo de botas en el piso fue
aún más aterrador y el más profundo que recuerdo.
Tenía frío, mucho frío y miedo y temblaba por ambos, pero
me quede allí quieta muy quieta tal como estaba, temiendo
que... se volvieran... y en algún momento me dormí ya que
de pronto me desperté sobresaltada, como quien tiene una
pesadilla, y me encontré, casi ahogada, adentro de ese
armario, toda enredada en la ropa sucia.
Era de día y el silencio en la casa aún era absoluto. Levante
la cabeza y solo llegue a ver sangre y desorden. Camine
lentamente por el pasillo y me asome a la otra habitación,
solo desorden y sangre también.
Volví a mi cuarto, manoteé todos los trapos que pude
ponerme y me fui caminando a la capilla del padre Carlos.
Sabía que siempre estaba abierta.
Me dieron mate cocido con pan y manteca, aún tenía miedo
y frío, pero tenía mucha hambre y me comí 4 barcos de pan
con manteca y azúcar.
Esa noche dormí allí, en la casilla de María, con Celia, la
nena.
Al otro día el padre Carlos me llevo de paseo en colectivo
hasta una casa muy grande, llena de mujeres vestidas de
negro a las que llamó Hermanas.
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El operativo y otros cuentos callejeros
Parece que era también un colegio, porque se escuchaban
las voces de muchas chicas jugando. Supe que hablaban de
mí, les pedía que me quedara.
Al final me hablo dulcemente, me explico que tenía que
quedarme allí por algún tiempo mientras encontraban a mis
padres, y que debía obedecerles a las hermanas.
Me dio una serie de buenas noticias, como que iba a poder
ir a clase todos los días y que me darían casa y comida a
cambio de que ayudara en las tareas de limpieza.
Yo sabía limpiar, siempre la ayudaba a Estela, y el lugar me
gusto. Por lo menos no hacía tanto frío.
Me quede allí sentada mirando como él caminaba
lentamente con la señora de vestido negro hasta la gran verja
de salida.
Nunca supe que hablaron. La hermana volvió sola y yo lo
seguí a él con la mirada hasta que desapareció en la esquina.
Las hermanas fueron amables conmigo. Él hizo lo que
pensó mejor para mí, y aun se lo agradezco tanto. Pero no
lo volví a ver.
Supe que después a él también lo mataron...
****
Dedicado a la memoria del padre Carlos Mujica, quien nos demostró
que la Fe, la Esperanza y la Caridad, no eran solo palabras huecas o
cosas abstractas, a una generación tan escéptica y tan apaleada como
la mía.
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Graciela Mariani
Y también a la del soldado Carrasco cuya muerte inspiro algo mucho
más importante que mi cuento: que fue la abolición del Servicio Militar
obligatorio.
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El operativo y otros cuentos callejeros
Amor fugaz
Estaba tan contenta con su nuevo trabajo, que cuando lo
conoció ni se le ocurrió mirarlo como hombre, era un
compañero más, como los otros.
Sí, le pareció buen mozo, igual que un par más, pero no eran
su estilo… y tal vez nunca lo fueran, además eran demasiado
grandes, todos tenían entre cinco a diez años más que ella,
lo que para Mercedes significaba ser unos vejestorios.
Era uno de esos trabajos temporales para un grupo de
empresas de distintos países, por lo que allí había de todo y
se hablaba una melange que complicaba bastante las cosas a
la hora de pasarlas a los papeles y en su labor de abogada y
de local, eso era muy importante.
Venía de vivir por un largo periodos en otro país y de
terminar una relación amorosa igual de larga, por lo que un
trabajo era lo mejor que le podía pasar, ni pensar en los
hombres… ¿hombres? ¿Qué es eso?
Ella era de las que pensaban que la vida es un gran banquete
al que al nacer estamos todos invitados, solo hay que
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Graciela Mariani
disfrutar de lo que la vida ofrece y aprovecharlo, tanto como
sufrir de las consecuentes indigestiones... y de esas había ya
tenido gran cantidad, su gran debilidad eran los hombres y
estos siempre terminaban cayéndole indigestos...
¡Que llena y cansada de malas elecciones que estaba, siendo
aún tan joven!
Pese a todo se sentía maravillosamente bien, tenía un trabajo
que le gustaba, dinero guardado y una larga vida por
delante... ¿qué más se podía desear?
No tenía las cosas demasiado planeadas, pero pensaba en
volver a irse en cuanto terminara este trabajo, añoraba la
vegetación tropical y el suave clima caribeño venezolano, así
como las múltiples obras de arte, antiguas y ornamentadas
iglesias y ruinas históricas del Golfo de México.
Por otro lado, el duro clima Ingles, donde había estado
estudiando Legislación Internacional... o Abogado
Internacional, la habían saturado... y el idioma, si bien lo
dominaba, se sentía más a gusto en un país de habla hispana.
Rodrigo, ese hombre dulce, longilíneo, de tez muy blanca y
cabello negro, le recordaba su breve estancia en España, sus
aventuras casi adolescentes, la frescura de sus veinte años
y.… su primer amor...
Verdaderamente, del conjunto, los españoles se destacaban
tanto por su eficiencia profesional, como por crear un clima
de excitante algarabía, haciendo más cortas las largas y duras
jornadas.
Por otro lado, estaba el calor, era un marzo especialmente
caluroso. En Buenos Aires que suele tener un clima tan
húmedo, el calor se hace insoportable, los edificios irradian
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El operativo y otros cuentos callejeros
calor, el asfalto sofoca y el aire acondicionado parecía no
surtir efecto.
Ella era una mujer de menos de treinta años, plena, activa,
alegre y con una forma de ser sumamente seductora y el
grupo de cuatro o cinco españoles la incorporo a ellos
sumándola a todas sus salidas.
Esto fue sutilmente cordial y de mucho respeto y además
ella como anfitriona, por estar en su país, se sentía
predispuesta a hacerles placentera la estadía...
Por experiencia propia sabía lo duro que era encontrarse
solo en un país extraño, trabajando muchas horas y que en
los pocos momentos que le quedaban para distracción y
descanso, no encontrar ningún anfitrión amistoso que le
dedicase un tiempo para conocer y admirar el entorno.
Así fue como comenzaron, compartiendo almuerzos, luego
algunas cenas, paseos turísticos los días festivos...
Y luego de un largo tiempo, después de un día de ajetreo,
terminaron tomando un café en su casa, conversando
animadamente de política, religión, literatura, historia,
experiencias y en un momento se dio cuenta que Rodrigo la
miraba con cariño y admiración como persona.
Esa noche, ese sublime intercambio de miradas, ese
entendimiento más allá de las palabras fue como un
disparador de un sentimiento desbordado e incontrolable.
En los días sucesivos se entregaron al amor con tal pasión
que ella se mareaba de solo acercársele y él se sintió asustado
del sentimiento del que era preso.
Él hacía dos años que se había casado, luego de unos seis
años de relación y era padre de una niña un poco mayor de
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Graciela Mariani
un año.
A su actual mujer la había conocido, también
accidentalmente y habiéndose quedado prendado de ella,
que para aquel entonces estaba tranquilamente casada, la
persiguió a lo largo de tres años, con flores, encuentros
casuales y llamados, hasta que logro enamorarla y romper su
matrimonio.
Aun hasta ese momento el matrimonio civil en España no
tenía valides, por lo que debieron pagar a la Santa Rota un
alto precio por la anulación del matrimonio de ella.
Irónicamente el mismo Obispo que les dio la anulación, los
unió luego en sagrado matrimonio.
Ahora este amor que lo invadía, lo sentía como un castigo
divino... él, en su capricho, había destrozado un buen
matrimonio, ahora el destino se encargaba de destrozar el
suyo...
Con todo dolor decidió no volver a dejarse llevar por la
pasión y no volver a estar en brazos de Mercedes. Pero el
sentimiento era tan fuerte que no pasaba una noche en que
no la llamara por teléfono y hablaran despacio, con dulzura,
hasta que el sueño los venciera.
Él pidió a la Empresa para la cual trabajaba que lo enviara a
Madrid lo más pronto posible, aun renunciando a dos o tres
semanas más de doble sueldo que estaba percibiendo y que
ciertamente necesitaba.
Ella le escribió un poema, habilidad que desarrollaba desde
su adolescencia, y lo llamó:
Amor Fugaz
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El operativo y otros cuentos callejeros
Fue todo tan fugaz,
y tan profundo...
Fue tanta la belleza,
y tanto el daño...
Que, al pensar en tu amor,
ya no me engaño,
y con triste ilusión
pienso en mañana,
como un nuevo amanecer
y ansiado cambio...
En la amó aún más, si es que eso era posible y en menos de
tres semanas partió para su tierra y al esperado encuentro
con su familia, a la que se prometió nunca más dejar.
Ella sufrió profundamente, ni siquiera habían tenido el valor
de despedirse a solas y aunque esperó que él la llamara o tal
vez le escribiera, nunca más supo nada de él... y con los años,
hasta olvido su nombre.
Poco a poco el trabajo fue terminando y la finalización de
este les exigió trabajar a veces hasta catorce horas diarias...
lo que hizo que ni tuviera tiempo de pensar en él.
A los dos meses de su partida, ella tuvo que viajar a Río, para
revisar algunos contratos y formas, para con los socios
brasileños.
Allí tuvo una magnifica bienvenida, le dieron una suite en
un hotel de Copacabana con una vista magnifica y un
servicio paradisíaco.
Su anfitrión fue Sebastián, un abogado de San Pablo,
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Graciela Mariani
encantador que la paseo por todo Río y del que se hubiera
podido enamorar de no estar su corazón tan destrozado.
Al volver a Buenos Aires y al tener ya más tiempo
disponible, se reencontró con sus viejos amigos, retomo sus
antiguos planes y desarrollo algunos nuevos...
Y poco a poco lo sucedido, le pareció... tan, pero tan lejano...
Pero, a pesar de todo, nunca, dejó de agradecerle a la vida el
haberlo vivido.
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El operativo y otros cuentos callejeros
Ingenuidad
El sol se escapa por un costado del gran edificio, y algunos
rayos huidizos llegan hasta mi pieza desparramándose,
dándole un color acaramelado a la madera del piso.
Abro la ventana y del otro lado del patio me llega el eco de
un tango malevo, tan porteño que dan ganas de visitar al
dueño de la voz, pero el murió antes de que yo naciera, en
Medellín, y ¡cada vez canta mejor!
Bisagra, mi gato dorado, como los de las antiguas brujas,
abrió un ojo y con gesto de aburrimiento volvió a cerrarlo,
no le gusta que lo molesten, es un gato Zen.
El tango se desvanece dando lugar a un blues raro y al cerrar
la ventana escucho el portero eléctrico.
Es Peter, mi romance actual, elijo un compact de Paul
McCartney, para acompañar el ceremonial que se avecina.
Camino al baño tomo el body negro de gran escote y
mangas largas, la pollera hindú que mamá odia y que me
hace sentir libre como una gaviota, y la bombachita violeta
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Graciela Mariani
de seda y lycra que me compre ayer. Me baño en Opium,
porque hoy se me antoja, y suena el timbre.
No estoy lista, por supuesto, me dirijo a la puerta mientras
me calzo la pollera y no encuentro zapatos que ponerme.
Pero al abrir la puerta la magia se apodera de mi universo.
Allí esta airoso y esbelto cual caballero andante, un Peter
sonriente y magnífico. El pelo largo, sedoso y atado atrás a
lo Highlander, un jean rotoso, una camisa de seda de tono
indefinido (italiana supongo) y un sobretodo de pelo de
camello ocre, tan inglés como el dulce de naranja.
En su mano derecha, sostenida como caja de Dom
Perignon, veo un pack de agua mineral y en la izquierda un
ramo de claveles blancos.
El sin duda alguna es realmente especial !!!!
-- Traje el drink -- su voz ronca me acaricia.
-- Veo, francés, supongo -- me hago la piola.
-- Claro es Evian -- dice abriéndose camino como quien
llega a su propia casa.
-- y a mí que se me terminó el paté trufado -- continúo
disimulando mis deseos incontrolables de atacarlo (sexual
attack)
-- Pero cachorra, esto se toma con frutas y verduras
26
El operativo y otros cuentos callejeros
frescas. Tal vez una zanahoria, unos tallos de apio, dos
manzanas. -- me deshace esa voz de macho en celo.
-- ¿Y qué tal tu pepino? -- digo cual vampira a la que le van
creciendo los colmillos.
Peter se sonríe, toma dos copas altas y una botella del agua
en cuestión, se me acerca muy despacio y me susurra --
Que dientes tan grandes tienes Abuelita ...-- se aleja
dándome un piquito.
Elige cuidadosamente el lugar, da algunas vueltas como los
perros buscando el punto exacto y se sienta en el mismo
sillón de siempre, en el mismo lugar de siempre y en la
misma pose de siempre.
Finalmente me mira y su mirada me penetra, es cálida y al
mismo tiempo cargada de energía.
Me siento amada, nada me falta en ese instante, la plenitud
me invade, me estremece y me confunde tanto que cuando
tomo conciencia me encuentro en sus brazos,
ronroneando como gata franelera.
El me acaricia y atrayéndome hacia si dice -- ¡Que buena
que estas flaquita! me encantan tus lolas y mucho más
cuando están todas paraditas como ahora.-- me
mordisquea una oreja, me da vuelta, me mata.
Por unos minutos nos dejamos llevar por esa mezcla de
pasión y romanticismo.
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Graciela Mariani
Peter toma un poco de agua y como quien sale de un
trance dice -- Los claveles, señora, le traje la más pura
ofrenda de amor del siglo pasado: claveles blancos, hay que
ponerlos en agua.--
-- Cierto -- dije levantándome y voy lentamente a buscar
las flores que habían quedado sobre la mesada, busco un
vaso largo y angosto de cristal, tiro los helechos y hojas y
coloco los claveles, que allí dentro parecen más altos y más
esbeltos de lo que son, los ubico en un ángulo de la gran
mesa cuadrada del living.
--Traje algo más -- dice Peter, sacando un paquetito
plateado de un bolsillo.
-- Que es, una china? -- dije buscando mi caja de porro.
-- Frío, frío, frío. – dijo pícaramente.
-- No me digas que... -- me interrumpe: --Si, son dos
gramitos para unos nevados. -- Estos son una mezcla de
porro y coca, pero no sé cómo se arman, ni en qué
proporción. Además, Peter sabía que yo no consumía
merca y que me producían horror los nevados ya que
siempre pensaba que me iban a crear adicción. Su actitud
me molestó, pero estaba tan caliente que pensaba con
dificultad, o mejor dicho no quería pensar, y sentándome
en el otro lado me puse a armar un porro para mí en el
más absoluto silencio.
Peter se acercó a buscar yerba y papel y volvió a su lugar y
se puso a armarse un nevado mientras tarareaba Pipes of
Peace, y sorbeteaba su agüita.
28
El operativo y otros cuentos callejeros
Al terminar, con su mano en la actitud del pensador de
Rodin, me mira con un dejo de soberbia, como quien dice
yo hago lo que quiero, te guste o no.
Yo busco mi pituquera de marfil tallado y el me alcanza
fuego rápidamente, nuestras miradas se encuentran unos
instantes y nos echamos a reír a carcajadas.
-- Está bien pero le doy un toque y basta --
-- Que toque? Es un nevado no una raya -- dice riéndose
de mi ignorancia.
-- Vos sabes a que me refiero, una pitada, pero nada más. -
- lo miro y pienso seriamente en lo poco que sé de él, pero
me copa tanto.
Y coger con él es perfecto, por lo menos por ahora, y al
final que más hay en la vida que el aquí y ahora. El ayer se
fue y el mañana es un tal vez.
Como en cámara lenta pasamos por el fumo, la franela,
tirando la ropa por allí buscamos el cajón de los forros y
sexeamos una y otra vez, parecen horas, pierdo la noción
del tiempo, pero veo que la oscuridad nos rodea.
Tanteo los fósforos y comienzo a prender velas y lámparas
de aceite.
Todo me cuesta un gran esfuerzo ya que tengo un mambo
único y un agotamiento que junto con el placer que dejó su
cuerpo en el mío, me siento en alfa sin hacer esfuerzo.
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Graciela Mariani
Voy al baño y sigo prendiendo velas, el piso esta ondulado
y el espejo me devuelve una imagen borrosa de lo que
pienso que soy.
Suena el portero, escucho que Peter atiende, pero no tengo
fuerzas para surgir del inodoro.
Lleno la bañera y tiro adentro unas perlas de aceite de
almendras, me preparo las toallas y la bata y empiezo a
poner velas alrededor de la bañera, en la jabonera, él apoya
manos. Me parece oír voces pero el ruido del agua es
estridente..
-- Amor, vino alguien?-- intento decir, pero no me sale
muy bien, estoy en cámara lenta.
Veo luces en el living y a Peter hablando con un tipo
robusto y bajo sin pelo, no veo bien pero parece que
discuten, por dinero o por merca.
No me importa.
Cierro el agua y me meto en la bañera, el calor del agua me
hace temblar de placer y sumerjo mi cabeza en ella.
Peter aparece de golpe y le digo -- Vení cachorrito
conmigo, el agua esta calentita --
-- No puedo negra, tengo que irme por un rato, parece que
Rafa tiene una minita que se le pasó de mambo. Me
necesita. Nos hablamos. ¿OK? --
Y se va, se va... como la barca.
30
El operativo y otros cuentos callejeros
Creo que sé que ya no vuelve. Hace un poco de frío.
Siento la puerta de entrada cerrarse fuertemente. En
realidad, no me importa. Se fue.
Abro el agua caliente antes de congelarme. Reflexiono un
momento. Total no tiene llave.
“Jamás hay que darle las llaves a un desconocido.”
Entonces pienso en el tipo que vino, éste le tuvo que dar la
dirección.
Que loco todo, lo de la minita era raro.
Siempre pensé que Peter tenía algo de dealer, ah' recordé
lo del jarrón de Coppola.
Me agarra una persecuta que ni te cuento.
Tengo que hacer algo.
Me pongo la bata y hecho una ojeada al loft. Todo en
orden. Pongo traba a la puerta.
Me hago un tilo, y armo otro porrito para la cama.
Nunca pero jamás le tenés que dar la llave a alguien que no
conoces. Esto es algo que me repito siempre, y siempre se
lo digo a la gente.
¡Qué locos están todos men! Pienso mientras suena el
31
Graciela Mariani
teléfono, yo odio el teléfono, voy a dejar que conteste el
contestador. Pero como la curiosidad es más fuerte, me
acerco a escuchar quien es. Luego de un largo silencio se
escuchó la voz de Peter que decía -- Cachorra, tengo
algunos problemitas, pero para que te pongas contenta me
voy a pasar unos días en tu casa hasta que la cosa se calme,
gracias divina, sos una diosa, estaré por allí en dos o tres
horas, no te asustes que esta todo OK, Chau. -- piiip
¡Coño! Esto no puede ser, estoy metida hasta las pelotas,
me cagué en las patas y no pude ni responder. Al final que
le puedo decir si no quiero que venga, una noche o dos
que pasamos estuvo bien, pero quedar pegada quien sabe
con qué quilombo, no. ¡No!
Yo me las tomo. ¿Pero a dónde voy? ¿Qué hago con el
gato? Miles de interrogantes se me abren mientras corro de
un lado al otro sin el menor sentido, tan solo cambiando
cosas de lugar. Se me acaba el tiempo y yo todavía con el
pescado sin vender.
¡Qué joda!
Ya sé, me voy a lo de mamá, ahora la llamo. Corro al
teléfono y cuando termino de marcar me doy cuenta de
que Peter sabe en qué Country esta la casa de los viejos.
Corto. No puedo ir.
Camino al vestidor agarro un bolso de mano, empiezo a
meter algunas cosas, los jeans, unas remeras, medias (con
dos pares basta), algo de abrigo. Ya sé. Me voy a Córdoba
a un centro budista, tipo ashram, que está perdido del
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El operativo y otros cuentos callejeros
mundo. Sin teléfono, ni TV, ni nada. Me puedo llevar a
Bisagra, ya que el Negro me conoce bien y me deja tenerlo.
El Negro es como el alma máter del centro, pero más en lo
operativo, que en lo filosófico. Creo que la filosofía y el no
son muy compatibles, pero es adorable.
Bien, ahora que metí todo en el auto, meto al gato en su
jaulita y me las tomo.
Abro y cierro mil veces los cajones del escritorio, para no
olvidarme nada. Tengo las tarjetas, la guita, los
documentos, el movicom, la máquina de fotos, el set de
tocador, el walkman y un toco de boludeces más.
Meto a Bisagra en el auto, me siento, me abrocho el
cinturón y cuando levanto la vista me encuentro con Peter
parado frente a mí.
Me observa con su media sonrisa, desde la vereda. Ahora
me muero. No me puedo hacer la boluda, tengo que
inventar algo.
Le sonrío ampliamente y bajo mi vidrio al tiempo que digo
-- Hola cielito --
-- Hola cachorra, te deje un mensaje. ¿Lo escuchaste? --
dijo dándome pie para pensar algo.
-- Si mi amor, lo que pasa es que mi hermano sufrió- un
accidente esta madrugada. Volcó- con el auto y está con
conmoción cerebral en una clínica de Rosario. Mamá me
pidió- que fuera, lo siento bichito, pero no te puedo dar
bola, no te enojes. ¿Sí? -- digo de un saque y con gran
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Graciela Mariani
ingenuidad.
Me miró un momento y dijo -- Te acompaño, no podés ir
sola --
-- No! -- dije casi en un grito -- no podes, tengo que pasar
por lo de los viejos. Se me hace tarde, lo siento. Chau,
chau. -- y antes que pudiera reaccionar puse primera y
arranqué.
Chau loco, no me quiero quedar pegada. No sé si me creyó
o no, ya me da lo mismo.
Tengo tanto miedo que me tiemblan las manos cuando
meto los cambios. Respiro profundo, empiezo con
respiración rítmica. Uno, dos, tres, cuatro y exhalo.
Me va a venir bien el aire de Córdoba, pienso mientras me
fumo uno de los cigarritos, con un poco de porro en la
punta, que me preparé para el viaje.
Ya me siento mejor. Pago el peaje. Paro y como algo en la
autopista... Aquí vamos. ¡Rumbo a la aventura, muchacha!
La vida me dio una oportunidad, no sé si tendré otra. No
soporto a la gente que consume merca.
Los adictos son una lacra. Pienso mientras le tiro el
puchito a San Tuca...
Para que nunca falte.
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El operativo y otros cuentos callejeros
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Graciela Mariani
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El operativo y otros cuentos callejeros
Consecuencias del
machismo
-- Che, quedate que tengo que hablar con vos -- Dijo
usando su ya habitual tono imperativo.
Yo no contesté, para que, igual no me escucharía. El
quedarme no era una propuesta, era una orden y eso para
él era un hecho.
Acabábamos de volver de unos de esos almuerzos de
compromiso con otros dos matrimonios.
Todo había sido perfecto, el sol al mediodía parecía
alquilado, mi mesa preferida en Lola y la comida exquisita.
Como siempre, mousse de centolla, panaché de legumbres
y helado de limón, agua mineral sin gas y Dom Perignon.
La charla informal, trivial, en fin, lo justo para la ocasión...
Gracias al cielo, la ambientación, la música, el delicado
sabor de la comida y mis dos copitas de champagne,
componían el perfecto equilibrio para tan patética y vulgar
velada.
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Graciela Mariani
Ya había sido suficiente por un día, como para tener que
afrontar otra de sus estúpidas disquisiciones, ordenes, o lo
que sea que fuera, que esta vez se le antojara decirme.
De todos modos no tenía deseos de crear conflictos y
mucho menos en ese momento en que estaba a punto de
convencerlo de lo imperiosamente necesario de mi
tratamiento revitalizante en esa clínica Suiza que el tanto
admiraba.
No quería perderme ese mes sola en Europa por nada del
mundo. ¡Podría descansar, pintar, esquiar, escribirles a mis
amigas, deambular solitariamente, o lo que fuera! Todo sin
dar explicaciones.
¡Un placer inigualable!.
Estaba tan ensimismada con mis pensamientos que no lo
vi cuando se acercaba con su cara de BMW último modelo
y sexo haciendo juego.
-- Bueno, venite para el escritorio, espero una
comunicación de Hong Kong en cualquier momento --
esputó poniendo esa media sonrisa ganadora.
-- Bien mi amor, por mí no te preocupes, estoy bien. Si
querés espero que tengas tu conversación tranquila y
mientras te hago unos mimitos. -- dije melosamente y juro
que tuve que hacer un gran esfuerzo para lograrlo.
-- No, no, ¿estoy apurado -- y cuando no lo estaba? --
Tengo mucho trabajo, vení sentate que puedo hacer las
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El operativo y otros cuentos callejeros
dos cosas. No tengo tiempo para perder en boludeces --
“Será Justicia.”
Ya no lo soportaba más, era imbancable, insoportable,
intolerable, pedante, petulante, soberbio, fanfarrón,
grosero, mentecato, remilgoso, dueño de los ojos más
lindos que he conocido y.… mi marido.
Él hablaba, no sé qué cuernos estaba diciendo respecto a
que había estado callada en el almuerzo o algo así. Siempre
se encargaba de encontrar defectos en mi conducta. Y está
claro que el que busca, encuentra.
Tuve que soportar una perorata de una hora, saltaba de mi
torpeza a su gran habilidad, de mi estupidez a su increíble
destreza y sagacidad, de mi inclinación por gastar
estúpidamente el dinero a sus brillantes inversiones, sus
múltiples formas de ganarlo... y más aún...
Pero yo ya hacía tiempo que había desarrollado la técnica
perfecta para ignorarlo, mientras fingía estar
emocionalmente comprometida con sus palabras.
Lo nuestro era una farsa. Una parodia refinada, que iba
desde fingir escuchar a fingir disfrutar de sus incansables
programas y compromisos sociales y a actuar como una
amante ardiente en la cama.
Demás está decir que mi matrimonio era un fracaso.
Sabía que no podría seguir así por mucho más tiempo, la
necesidad de tomar aire, de alejarme por un tiempo se
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Graciela Mariani
hacía cada vez más frecuente y tenía miedo que Roberto
comenzara a sospechar que algo pasaba.
Pero en realidad su egocentrismo y vacío cerebral eran tan
grandes, que no se molestaría en perder su valioso tiempo
en pensar en mí, más bien creo que nunca se le pasó por la
mente el hecho de que yo, la simple sombra de su esbelta
esfinge, el adornito que le pertenecía para usarlo,
mostrarlo, gastarlo, etc., si, que yo, esa simple mujer a su
servicio, pudiera llegar a engañarlo.
Sin embargo, así era. No lo hacía por amor, ni calentura, ni
pasión o porque me importaran los sufrimientos del
fulano. No me movía ninguna de esas cursilerías.
Tan solo me regocijaba el saber que con cada nueva
relación que yo tuviera, al banana número Uno de Buenos
Aires, le daban gato por liebre y se lo comía como un
duque.
¡Pobre imbécil, cual pavo real amaestrado!.
Pero desgraciadamente al contrario de lo que yo suponía,
mi odio y mi desprecio no se atenuaban, sino que
aumentaban como espiral inflacionaria, y como no creía
que el FMI me otorgara una moratoria, un stand by, o un
aplazamiento de deuda... La solución era llamar a un
comando mercenario para solucionar el problema; y para
eso quien mejor que yo que venía aprendiendo el negocio
de maravillas.
Había una sola salida, desaparecer. Pero eso me daba dos
alternativas, desaparecer yo o hacerlo desaparecer a él.
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El operativo y otros cuentos callejeros
Confieso que la sutil idea de hacerlo desaparecer no era la
primera vez que aparecía en mis pensamientos. Es más,
últimamente se había transformado en un entretenido
juego recurrente.
El juego era complejo y refinado. Había desarrollado un
sofisticado ejercicio mental que consistía en las ciento un
(101) maneras de hacer desaparecer a Robin (nombre de
batalla para Roberto, elegido ad hoc para este objetivo).
Robin era solo el blanco y las siete plagas de Egipto, los
cuatro jinetes del Apocalipsis, la pérfida Gorgona, Corto
Maltés e Indiana Jones juntos y la reencarnación de Merlín,
eran poca cosa comparado con las peripecias y
encrucijadas en que mi mente metía a Robin.
Laberintos sin salida, cámaras de tortura y el vudú más
perverso tomaban forma día a día con más fuerza en mi
cerebro.
Pero lo salvó el gong. Lo que Roberto estaba diciendo me
llamo la atención.
--... y para cuando lograron sacar el auto de Ramiro del
lago, su cuerpo ya no estaba, aún no lo encontraron. Te
das cuenta, pobre Matilde... Vos tenés que ocuparte de ir a
verla personalmente. No se le puede mandar algo, sería
una grosería. Tampoco sería apropiado que fuese yo solo,
ya sabes como son las minas, te ven solo y se te pegan
como sanguijuelas, se ilusionan... Té acordás de aquella... –
y siguió hablando sin que yo escuchara ya absorta en mis
pensamientos.
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Graciela Mariani
¡Así que Ramiro desapareció! Así de fácil. Así de simple y
tonto. Lo dieron por muerto. No puedo, no puedo creerlo.
Que sea tan fácil, ¡¡¡no puedo creerlo!!!
En un tiempo más Matilde cobraría el seguro, ya que luego
de continuas búsquedas y dragados sin resultado, lo
declararían muerto.
Era muy difícil que alguien sobreviviera a las frías aguas del
Nahuel Huapi, generalmente no destinan más de una
semana en buscar.
Pensar que me lo había mencionado la última vez que
estuvimos juntos. Pero yo pensé que era otra de sus
fanfarronadas, no sé, algo para llamar la atención, como
para hacerse el interesante.
Así que había resultado. ¡Qué cosa!
En fin, movida inesperada del partener. Ante esta nueva
situación se amplían las alternativas de juego:
Nivel 1: Las 101 formas de encontrar un nuevo y discreto
amante.
Nivel 2: Las 101 formas de hacer desaparecer a Susan (mi
nombre de batalla) y reaparecer en otro lado, diferente y
nueva.
Nivel 3: El siempre tan popular y conocido: Las 101 formas
de hacer desaparecer definitivamente a Robin.
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El operativo y otros cuentos callejeros
Es increíble, pero soy una verdadera sentimental, y con este
último nivel me había encariñado demasiado.
Tanto, que dudaba que los otros dos llegaran a atraer
realmente mi atención.-
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Graciela Mariani
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El operativo y otros cuentos callejeros
El reencuentro
En cuanto entré al estudio de Nora ella me miró
interrogante y dijo.
-- ¿Y, ¿cómo te fue? --
-- No puedo decir que estoy desconforme, mi vida siempre
fue guiada por símbolos. Cuando hacía algo bien siempre
recibí una respuesta, cuando tuve dudas se me han
presentado de manera extrañamente marcadas dos
opciones y cuando he hecho algo de mala fe, la vida, me ha
quitado el doble. --
Hablé filosofando, todavía ensimismada en mis confusos
pensamientos.
-- ¿Contame que pasó cuando se encontraron? --
Ella conocía mi recurso de irme por las ramas y esta vez
fue más concreta.
-- Nada especial... Pensar que durante el tiempo en que
habíamos estado juntos todo fue mágico, pero parece que
luego con la distancia y el tiempo transcurrido, no sé algo
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Graciela Mariani
pasó, hubo un cambio que no puedo precisar bien, pero
aquel encanto desapareció. --
-- Fue como dice Neruda ‘... nosotros los de entonces, ya
no somos los mismos...’ --
-- Tal cual, fue así, era tan raro, yo no sabía bien si reír o
llorar y me la pase riendo de nervios, como una estúpida. --
Y lo sentía así, no tenía demasiadas explicaciones, hoy un
gran amor y mañana solo el silencio, ese silencio que nace
desde adentro y que duele profundamente, desgarra y
arrasa con toda las sensaciones y sentimientos que se hayan
tenido, alguna vez, para con el otro... Un vasto silencio que
te deja desierto.
Quizás lo tendría que pensar en términos de una gran
pasión, ya que yo no creo que en el amor haya desiertos,
solo transformaciones, silencios transitorios.
-- Es tan fácil confundir la pasión con el amor... lo que
comienza como pasión no siempre termina convirtiéndose
en amor, pero queremos que sea amor, porque... ¿quién se
resiste a la pasión? --
Dije lejana y entonces pensé que, el amor es fácil de
esquivar, difícil de lograr, se requiere mucho empeño,
comprensión y una total entrega y abandono de todo
egoísmo.
La pasión no tiene nada que ver con ello, es egoísta por
naturaleza, es un estado ideal, como de encantamiento y de
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entrega a la lujuria...
El operativo y otros cuentos callejeros
-- ¡La pasión esta tan lejos del amor! Pero de que es más
seductora, no cabe duda. -- Dijo Nora, como leyéndome el
pensamiento.
-- No entiendo como el amor pueda morir así, es inaudito,
incomprensible, solo así, tan fácilmente, eso no puede ser
amor. Decime que no. -- dije, y la miré suplicante.
Ella me miró con cariño, sonrió y volvió a preguntar con
tierna ansiedad:
-- Pero háblame de él, que hizo de su vida, que le paso, ¿te
contó algo, se casó, nuevamente? --
-- No lo supe exactamente, pero tuve indicios. --
Respondí distraída, absorta aun, en mis pensamientos.
-- ¿Indicios? ¿Cómo indicios? --
Miré a Nora y sin pensarlo respondí -- Si, indicios, algo me
dio la certeza de que lo que había pasado era lo correcto,
aun en contra de mi voluntad, sé que fue lo correcto. Yo
había querido forzar la situación, no me resignaba a perder
aquello que había tenido... si es que en verdad alguna vez
lo tuve... --
-- Si, ya sé, la vieja historia de aferrarse a las cosas, aunque
no funcionen, a no resignarse a dejar ir el pasado. El desear
volver a vivir las sensaciones que tuvimos, así nos lleve la
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Graciela Mariani
vida. -- Acotó Nora.
-- Tenes razón, es así, yo lo sentí como un miedo al
porvenir y un querer inmortalizar el momento, congelar lo
vivido y no perderlo jamás... una falacia, -- suspiré -- ¡ah,
debilidad humana! --
Nora calló un segundo, con la mirada perdida y como si
estuviese muy lejos dijo a modo de verdad metafísica: -- Si,
pero cuando la pesada mano de la vida nos sacude y nos
arrastra lejos de todo lo antes conocido, cuando nos
recuperamos del shock al que fuimos sometidos, todo
cambia, es como si las luces se prendieran en nuestro
interior, la energía nos invade y comenzamos a vivir la
realidad profunda y pausadamente. --
Y volviéndose hacia mí simpáticamente y con una amplia
sonrisa, agregó: -- Son las maravillas de la vida, en el
momento en que sentís que todo está perdido, allí está la
luz, esa que te calienta y te guía, lo que aparece de manera
simbólica que vos mencionaste al principio. --
-- Si, tenés razón, es como el esquí, viste que cuando tenés
miedo y querés detenerte te caes, te tropezás, pareces un
dibujito animado; en cambio cuando te dejas llevar sin
temor, bajas por la montaña como si fueses parte de ella,
perteneces a ella y lo que sentís es lo más maravilloso del
mundo. -- Dije como para mí, un tanto floridamente.
-- Positivo el reencuentro, entonces. -- Dijo Nora.
- La verdad, muy positivo, sí. - Respondí con certeza.
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El operativo y otros cuentos callejeros
-- Bien esto se merece un rico capuchino, vamos a
prepararlos, dale. --
Me levanté y seguí a Nora a la cocina, ya sabía que iba a
batir la leche, hacer el café exprés y a ponerle canela y unas
gotas de esencia de vainilla, con chocolate no nos
gustaba... además debíamos cuidar nuestra silueta...
Después de todo quien sabe, el amor puede estar
esperándonos a la vuelta de la esquina.
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Graciela Mariani
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El operativo y otros cuentos callejeros
Laburo extra
Desde que entró a ese hotelucho de mala muerte cerca
de la Av. De Mayo, sintió que todo olía a muerte, parecía
humedad, suciedad, vejez, pero en realidad olía a muerte.
La habitación del segundo piso, que le dieron, olía más a
muerte que ningún otro lado, solo le faltaban los gladiolos
en lugar de esas mugrosas flores de plástico.
Él estaba mal, ya lo sabía, venia mal desde que huía de esos
tipos con los que se había metido a hacer un laburo extra.
Desde que trabajaba en el Bingo lo habían estado
buscando y cargoseando, finalmente pensó que total, no le
hacía mal a nadie y unos mangos extras le venían más que
bien en esta época de malaria.
Total solo tenía que entregar unos paquetitos de merca en
unos cuantos hoteles de lujo, llenos de yankees putos y
minas trolas, que se murieran, a él que le importaba.
Dejaba el paquete, cobraba lo mangos y se olvidaba hasta
la siguiente entrega...
Por unos cuantos meses había ido todo bien, pero él
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Graciela Mariani
último tiempo le pareció que la mano venia pesada, tal vez
los mula eran piezas de recambio, como no sabía, se
escondió y listo.
Pero se sentía muy paranoico, todos le parecían
sospechosos, pero seguro que solo era su imaginación,
solo estaba asustado, pensaba que probablemente los tipos
no se quedaran tan tranquilos si alguno se las tomaba,
como él.
Era el precio de lo que había hecho, después de todo había
ahorrado algo de tosca y en verdes en Uruguay, nada de
‘corralito’, corralito: las pelotas, eso era para los boludos.
Sintió hambre y cuando miro el reloj ya eran las diez de la
noche, se empilchó para ir a comer algo.
Después de comer se metió en uno de esos bares con
minas, a chupar algo.
Se tomo dos Old Smugler dobles al hilo y se enganchó una
mina, una que no estaba nada mal y que lo había mirado
bastante, creyó que se la había levantado.
La mina tomo cerveza, él siguió con lo mismo de antes.
La cosa vino bien y se la llevó al telo en que estaba y otra
vez al entrar en su habitación sintió ese rancio olor a muerte,
ya no le dio bola.
Parecía que la mina venia bien, saco del bolso una botella
chica de ginebra, sirvió en un vaso para ella y el tomo de la
botella.
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El operativo y otros cuentos callejeros
Estaban en lo mejor de la cosa cuando sintió un dolor
punzante en la nuca, después de ello perdió el conocimiento.
La mujer se vistió, tomo un trago de ginebra, limpio con
cuidado todo lo que pudiera tener sus huellas, reviso bien y
hecho una última ojeada a la escena, todo estaba perfecto,
el tipo muerto con la botella al lado, de película.
Ella se fue con la satisfacción que da un trabajo bien hecho.
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Graciela Mariani
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El operativo y otros cuentos callejeros
Catarsis
El lugar, la casa de mi tía abuela Delfina, en San Isidro.
La ocasión, un sábado cualquiera, de mi tardía
adolescencia, a la tarde. La compañía, mi inseparable
amiga María. La bebida, gin tonic sin Gin. El tema, la
inmortalidad hipotética de los bichos bolita.
María -- decime algo --
Yo -- algo --
María -- no, algo como... diferente --
Yo -- diferente --
María -- no seas tonta --
Yo -- ya sabes que soy tonta --
María -- estúpida --
Yo -- tarupida ---
María -- mequetrefa --
Yo -- Triglicerida --
María – benzodiacepina -
Yo – otorrinolaringólogo -
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Graciela Mariani
María – ornitorrinco -
Yo – ja, ja, habeas corpus -
María – ipso facto -
Yo – ad hoc -
María – vademécum -
Yo – animus domine -
María – amen -
Yo – no era para tanto -
María – creí que era la misa en latín -
Yo – o un programa de Menéndez con Monseñor
Tirreno -
María – muy erudito -
Yo – de pito cortito -
María – me muero – riéndose – llueven enanitos... -
Yo – verdes o azules -
María – verdes los azules son Pitufos -
Yo – llueven Pitufos -
María – no, los Pitufos no llueven, crecen como hongos
-
Yo – más allá del bien y del mal -
María – más allá de las siete colinas -
Yo – más allá de los siete ríos -
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El operativo y otros cuentos callejeros
María – más allá de todo, oh, más allá de todo... -
Yo – oh, abandonado... -
María – tan solo como el muelle en la laguna -
Yo – oh, abandonado -
Silencio
Yo – debe ser horrible morir como Alfonsina, ¿no? -
María – era Neruda -
Yo – ya sé, pero la imagen me recordó a Alfonsina
caminando hacia el mar, debía sentirse tan sola, tan
abandonada, ¿no? -
María – supongo, es horrible ser tan genial y no poder
disfrutarlo -
Yo – sí, los genios son tristes -
María – tal vez, no quiero ser un genio -
Yo – no te preocupes que no sos un genio -
María – ah, gracias -
Yo – dígame licenciado -
María – licenciado -
Yo – gracias, muchas gracias -
María – en casa de herrero cuchillo de carnicero -
Yo – ja, en mi casa, yo -
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María - ¿sí? Mirá que joda -
Yo – esas eran las de antes -
Graciela Mariani
María – todo tiempo pasado fue mejor -
Yo – odas a la muerte de mi padre -
María – ¿de tu padre? -
Yo – No, de su padre -
María – de quien ¿el padre? -
Yo – Manrique -
María – al que votaba mi abuela -
Yo – el abuelo de ese -
María – tal vez el tatarabuelo -
Yo – a la tía del tátara-tatarabuelo –
María – seguro, la que tenía bigote - y mirándome fijo dijo
– ¡ella fue! -
Yo – que cosa –
María – la culpable de la muerte de María Antonieta -
Yo – no esa era la república -
María – más bien la revolución, la república fue una farsa -
Yo – como los cagaron, ¿no? -
María - ¿a los reyes? -
Yo – si a los reyes magos -
María – belén, belén -
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Yo – al pueblo -
María –que pueblo -
Yo – el francés -
María – si los re-cagaron -
Yo – como a nosotros -
El operativo y otros cuentos callejeros
María – sí, también a nosotros nos cagaron... – dijo
pensativa
Yo – ¿pensás en tu mama? -
María – sí, ahora ya no creo que este viva -
Yo – que cagada, pero no lo creo posible -
María – sabías que la vieron en La Perla -
Yo – ¿cuándo era chica en Mar del Plata? –
María – ¡ja! veraneando. En el Campo de Concentración
La Perla, boluda -
Yo – ya sé, quise ponerle un poco de humor y me salió p’al
culo -
María – alguien se lo contó a mi abuela -
Yo – quien, ¿sabés? -
María –no sé, uno que se apareció en la Sede -
Yo – ¿pero es de confiar? –
María – sabés que ellas los investigan hasta los huesos -
Yo – sí, me imagino, debe haber cada loco -
María – bueno este era medio loco, pero por la tortura, eso
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Graciela Mariani
dijo la abuela -
Yo – pobre tipo ¿cómo anda Abi? -
María – un poco mejor, tratando de hacerse a la idea aún,
yo creo que esperaba encontrarla con vida -
Yo – ¿vos te acordás de ella? -
María – muy poco..., no sé, creo que no -
Yo – que joda -
María – no sé, para mí la tía Ali es mi mamá, y la amo -
Yo – debe ser raro tener dos madres -
María – no sé, ella nunca se casó para cuidarme, para mí
tuve una sola... -
Yo – que garrón -
María – supongo -
Yo – también fue una forma de mantener cerca a su
hermana -
María – eso creo ¡pero a mí me ama igual! -
Yo – que dulce -
María – sí, yo la quiero mucho -
Yo – si yo también la quiero mucho, ¿te acordás cuando
nos hacía torrejas? -
María – sí, ¡que empalagosas! -
Yo – eran buenísimas -
María – y empalagosas -
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El operativo y otros cuentos callejeros
Yo – sí, la cuarta era empalagosa -
María – ¡gorda! ¿te llegabas a comer cuatro? -
Yo – no creo, eran demasiado empalagosas -
María – sí, empalagosísimas -
Yo – que asco, ¡quiero torrejas!
María – ¡hagámoslas! -
Yo – mucho lío -
María – sí, mucho lío -
Yo – ¿otro bombón? -
María – dale, uno de licor -
Yo – no uno de marroc -
María – dátiles, eso quiero, dátiles -
Yo – vamos a la cocina, seguro que hay alguna lata en la
despensa -
María – vamos -
Yo – adoro los dátiles -
María – yo también -
Yo – que bueno -
María - ¿de veras creés que Dios existe? -
Yo – claro -
María - ¿vamos a misa de siete? -
Yo – ¿habrá misa de siete aquí? -
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Graciela Mariani
María – supongo -
Yo – y bueno, vamos -
María – quiero romper algo -
Yo – ¿ahora? -
María – sí, ¡ya! -
Yo –vamos al jardín a romper ramas secas -
María – ¡y hojas, hagamos catarsis! -
Yo – te quiero Mery -
María – yo también, Lú -
Puse una gran sonrisa
María – una gran catarsis ¡matemos las hojas secas! -
Yo – ¡reventemos babosas!
María – eso no es catarsis, es estupidez -
Yo – puede ser, pero es sano para el jardín -
María - ¿cómo vas a reventar babosas? se les pone veneno
-
Yo – ¿y caracoles? esos hacen crac -
María – me dan pena los caracoles -
Yo – pero se comen las plantas -
María – y los franceses a ellos -
Yo – ¿los de la revolución? -
María – esos y los de ahora también -
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Yo – que asco –
El operativo y otros cuentos callejeros
María – a mí me gustan -
Yo – no me extraña, sos un poco babosa -
María – ¡tu abuela! -
Yo – ella también -
María – ¡qué mala! -
Yo – no es joda, no sabes cómo mira a los potros por tele
-
María – eso es sano -
Yo – si yo a los setenta también voy a mirar potros -
María – mirar... porque a esa edad otra cosa no te queda -
Yo – debe ser raro envejecer -
María – si horrible -
Yo – prefiero vivir vieja y no morir joven -
María – ¡qué frase, loca! -
Yo – me maté -
María – ¿te puedo citar? -
Yo – cuando quieras -
María – en mis memorias – dijo muy solemne
Yo – si en tus memorias – enfaticé yo
María – porque en mis memorias tan sarcásticamente -
Yo – es que yo me olvido de todo -
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Graciela Mariani
María – eso es lo bueno de “Las Memorias” decís lo que se
te canta -
Yo – así si juego -
María – así juegan todos -
Yo – creo que sí, ¿no seremos escépticas?
María – la vida es cruda – dijo en tono rimbombante
Yo – ahora te citaré yo - acoté
María – ¿en tus no-memorias? -
Yo – en esas mismas, las que inventaré -
María – como estrella de cine -
Yo – como príncipe heredero -
María – como jugador de tenis -
Yo – como pintor célebre -
María – como banquero inglés -
Yo – como astronauta yankee -
María – como puta fina -
Yo – como todos los narcisistas -
María – ya decía yo que eras un poco narcisista -
Yo – que te recontra -
María – boba -
Yo – ¡pisemos hojas secas!
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María – ¡vamos!
El operativo y otros cuentos callejeros
Nos abrazamos y salimos al jardín.
Jamás se supo a ciencia cierta en donde estuvo la mamá de
María, tampoco que fue lo que le paso o como murió...
pero estamos seguros que murió.
Ahora esperamos que Estados Unidos abra sus archivos
secretos sobre la Dictadura, como lo acaba de hacer con
Chile.
Igual no creo que sirva de mucho.
Ese día, recuerdo, que saltamos como nunca sobre las
hojas secas y riéndonos a carcajadas terminamos tiradas en
los sillones de la galería. Hacía un frío de cagarse y
nosotras chivando como locas.
Pienso que reírse con una amiga es la mejor de todas las
catarsis.
*******
A los hijos de los desaparecidos a causa de la Dictadura Militar de
1974 a 1983 en la Argentina.
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Graciela Mariani
66
El operativo y otros cuentos callejeros
La adoptada
Elena y yo concurríamos al mismo taller de artes plásticas.
Cuando la conocí me impactó su elegancia y buen gusto, era
una mujer verdaderamente fina y delicada, todo en ella era
sublime, hasta el más mínimo detalle.
Verdaderamente era un placer mirarla, aunque no era bella,
pero de facciones delicadas y regulares, sabía bien como
destacar sus partes atractivas y transformarlas en
cautivantes.
A mí me cautivo desde el primer momento, con sus anteojos
de Giorgio de Beverly Hills, sus pañuelos de Hermes y
zapatos de Magli..., una verdadera “Prima Donna”.
El segundo año en que coincidimos en la clase de Historia
del Arte, comenzamos a intimar, a tomarnos un café o un
té, luego del taller y un día, improvisamente, hablando yo de
mi familia, me contó que era adoptada, que amaba a sus
padres y que ellos vivían en su casa.
La historia era compleja y escalofriante, la supe por ella y
más tarde otros aspectos me los contó su madre adoptiva.
Elena tuvo una infancia feliz y una adolescencia normal, se
hacia las preguntas típicas de todo adolescente: si realmente
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Graciela Mariani
me quieren, quien soy, para que vivo, seré adoptado o estos
son mis verdaderos padres, etc., etc., etc...
El tema es que ella sí, había sido adoptada, y no paro de
investigar el cómo, porque, cuando y donde.
Supo que su madre, quien no podía tener hijos, había
acompañado a su cuñada a “La casa Cuna” (hogar para
niños huérfanos), porque aquella tenia deseos de adoptar
una beba de nueve meses que ya había visto y estaba un
poco insegura de la decisión.
La beba no había sido adoptada hasta entonces, ya tenía
nueve meses, pese a ser rubia de ojos claros y bellísima, dado
que provenía de una paciente del Hospital
Neuropsiquiátrico Borda, en fin una “loca”, y nadie quería
arriesgarse a que arrastrara problemas genéticos.
La mujer en cuestión tampoco lo hizo, pero su cuñada,
quien la había acompañado, sintió un afecto especial por esa
criatura, regreso con su marido, la visitaron varias veces, la
tuvieron en
guarda y finalmente lograron su adopción legal.
Ellos habían sido los únicos padres que Elena había
conocido y tenido en toda su vida.
Por más que intentó, e indagó todo lo que descubrió que
era de familia de inmigrantes húngaros que escaparon de
las miserias de la segunda guerra, que tenía hermanos y que
su madre había estado internada en varias oportunidades
en el Borda, con severas depresiones producto del horror
68
El operativo y otros cuentos callejeros
de la guerra, y que allí había dado a luz a dos niñas, una de
ellas coincidía con su descripción.
Logró averiguar el apellido de la familia y hasta su última
dirección, pero para cuando fue a buscarlos habían
desaparecido sin dejar rastros.
Para aquel entonces ya había llegado el amor a su vida,
además en manos de un descendiente de una de las
familias más tradicionales de la Argentina, quienes ya no
tenían gran fortuna, pero era un hombre refinado y culto y
estaba perdidamente enamorado de ella.
Por ende se casó, tuvo cuatro hijos, el amor de sus padres
y se olvidó del asunto, para siempre, por lo menos así lo
pensó.
Luego de pasados casi veinte años de aquel suceso,
trabajando como voluntaria en una prestigiosa
Organización de Caridad, Las Damas Rosadas de San
Isidro, y encontrándose en servicio, conoció a una
Asistente Social con la que con el tiempo fue intimando y
finalmente le contó su delicada historia.
Esta mujer se conmovió tanto por el relato de Elena, que
se prometió no parar hasta lograr ubicar a su familia
biológica.
Y así lo hizo y luego de mucho esfuerzo e influencias, lo
logró.
Cuando Elena se encontró con las señas particulares de su
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Graciela Mariani
familia, le temblaban las piernas y se sentía desvanecer y
tardó un tiempo en tomar el coraje suficiente como para
encontrarse con ellos.
La ocasión llegó, sus padres ya habían muerto, su madre
loca, su padre de tristeza y en la miseria, la hermana que
había nacido en el Borda antes que ella había sido dada en
adopción, pero con conocimiento de la familia, quienes
nunca perdieron contacto con ella, pero para cuando ella
nació, era la quinta, su padre, agobiado por las
circunstancias y ante el riesgo que no fuese suya, ni siquiera
la reconoció.
A partir del contacto, debió romper el escepticismo de su
auténtica familia, quienes se negaban a creer en su
parentesco.
Pero una tía sabía que ella existía... y por otro lado era
idéntica a dos de sus hermanos y luego de varias
entrevistas, la aceptaron.
La vida de esos tres hermanos había sido muy dura, con
muchas responsabilidades y necesidades insatisfechas.
Ella en cambio había tenido una vida privilegiada, mimada
por sus padres y luego por su marido y esos hermosos
hijos; comprendió que se sentía muy a gusto consigo
misma.
Por esto y por la ansiedad que su aparición provocó entre
sus ellos, comprendió que el encuentro se había dado en
mal momento.
70
El operativo y otros cuentos callejeros
Pronto se sintió acosada por su familia biológica, agobiada
por las preguntas, culpable por su vida, como en deuda
con ellos... y huyó.
Se mudó, cambio sus teléfonos y desde hacía un año, no
los había vuelto a ver.
Tampoco sabía si los llamaría para volver a verlos algún
día...
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Graciela Mariani
La casona Inglesa
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El operativo y otros cuentos callejeros
Estaba nervioso y cansado de andar y desandar caminos.
Cansado de manejar en ruta y luego por los extraños
vericuetos que daba a tientas, tratando de seguir las
instrucciones. Y aunque estas parecían muy precisas, no
lograba atinar con el camino adecuados.
Cuando ya casi se había dado por vencido, convencido de
que nunca podría llegar y que de seguro abría entendido
algo mal de las indicaciones, decidió seguir adelante por
ese lúgubre camino que pareciera ser el señalado. Luego de
un montón de lomos de burro y de que el camino se
angostara al ancho de un solo auto, se encontró con un
abrupto final, que daba a su izquierda a una pesada
tranquera. Tras ella solo seguía un sinuoso camino privado
de tierra. Se sintió confundido y dudó si seguir adelante, ya
que no deseaba invadir propiedad privada. Luego pensó
que lo peor que le podría llegar a pasar era que alguien le
dijera que se fuera de allí, por lo que decidió arriesgarse, no
había ya nada que perder.
Después de un par de curvas por un campo desolado, al
que alguien habría tenido la intención de parcelar para uso
urbano, proyecto que habría quedado evidentemente sin
terminar, se encontró nuevamente frente a otra antigua y
pesada tranquera abierta, solo que esta vez a lo lejos se
alcanzaba a vislumbrar una antigua casona inglesa.
No sabía en donde estaba, pero el lugar lo había atrapado
tanto que deseaba ansiosamente haber llegado al sitio
indicado.
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Graciela Mariani
Si bien el día estaba espectacularmente soleado y sin una
sola nube a la vista, el lugar era puro barro, indicando que
habría llovido copiosamente en los últimos horas. Debido
a ello no estaba muy seguro si aventurarse hasta donde
estaban estacionados una media docena de autos, ya que el
suyo no estaba preparado para el campo, era demasiado
bajo y temía romperle algo. Maniobró un poco sobre el
pasto y lo dejó en donde pudo y así finalmente se aventuró
a la casa.
Se sintió indeciso en el momento de bajar sus cosas, ¿y si
no era la casa?, en fin, tomó solo su campera, los lentes de
sol y el celular, cerró el auto y se dirigió a lo que parecía ser
un sendero peatonal, solo por tener la hierba más aplastada
que el resto.
La casa era muy vieja y era una extraña mezcla entre
señorial y rústica, tal vez solo sería falta de mantenimiento.
Y también, ese techo que salía de la galería, y terminaba en
forma redondeada sostenido por varias columnas de
hierro, cubiertas por frondosas y glamorosas enredaderas.
Mientras el piso de la galería se estiraba en forma de T,
donde había unos cuantos sillones de mimbre y madera,
formando un lugar encantador para desayunar o para el té
de la tarde.
Se veía más atrás una escalera caracol también de hierro,
que subía al ala derecha y remataba en un inestable balcón
justo en una puerta ventana de la planta alta.
Como a unos cien metros hacia la derecha, alineada a la
extensión de la galería se encontraba una suerte de
estanque o piscina rectangular, casi sin reborde, un poco
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El operativo y otros cuentos callejeros
más allá unos bancos de madera, situados bajo algunos
añosos árboles, tipas de seguro, y aún más lejos un
pequeño arroyo serpenteaba juguetón, completando
exquisitamente la composición.
La casa tenía una forma simétrica, con una parte central de
una sola planta y dos alas laterales de dos plantas en donde
el pronunciado techo de chapa, a dos aguas, terminaba
abierto luciendo la típica banderola redonda del siglo XIX.
En la parte central este dejaba ver el agua lateral y sobre la
cima el típico encaje de metal que lo engalanaba.
El techo de la galería en cambio, nacía de más abajo, y sin
tomar en cuenta la pendiente del principal, bajaba menos y
tranquilo, logrando un efecto sumamente acogedor.
En ese momento supe que yo debía vivir allí, o tal vez debí
haber vivido. Me sentía tan a gusto como si me hubiera
criado allí. Creo que ni podría haber imaginado un lugar
tan perfecto en todo el mundo.
La voz de Rodolfo me sacó de mi embeleso.
--¡Juan, menos mal que llegaste! ¡Rosita ya estaba a punto
de llamar a la policía! -- dijo con ironía refiriéndose a su
cariñosa, pero un tanto pesada, tía abuela. --- Vamos que el
asado está casi a punto y las mujeres están ansiosas por
conocerte, parece que serás el niño mimado del fin de
semana. ---
Pero nada de lo que mi amigo pudiera decir haría que
dejara de sentir la inmensa felicidad que me producía el
estar en ese lugar.
75
Graciela Mariani
Su voz parecía suave, amortiguada por el trinar de los
pájaros y el ruido que imaginaba haría el arroyo en su
recorrido.
Le conteste algo, charlamos un poco y me tironeó para
adentro.
Al entrar, yo esperaba encontrar un ambiente colonial
inglés, bastante victoriano, con estampados floreados,
cómodos almohadones y encajes por doquier.
El shock fue terrible, la casa había sido varias veces
remodelada internamente, supongo que para agiornar los
baños, que estaban impecables. Pero en ese intento de
modernización, había varios vidrios fijos, conservaban las
rejas, pero no los postigones, y en el salón lateral que hacía
de cuarto de estar, alguien había puesto una enorme
chimenea redonda, modernosa, con campana y caño de
chapa, que era de un mal gusto inusitado. No cabía duda
que yo habría vivido en el jardín.
Después de todo la casa era acogedora, un poco fría,
amplia y con un estilo campestre minimalista bastante
agradable.
El cotorreo que venia del comedor sonaba a una buena
recibida, seguramente, sería un fin de semana que
demandaría una gran actividad social y en ese momento de
mi vida, justo después de cumplirse escasos dos años de la
muerte de Bettina, actividad social en pleno campo, era
algo largamente esperado de poder disfrutar.
Al entrar al comedor noté que Matilde, la mujer de
76
El operativo y otros cuentos callejeros
Rodolfo, en complicidad con la tía Rosita, habían hecho de
las suyas y me habían invitado a un par de mujeres, que no
estaban nada mal, por cierto... yo ya me imaginaba que la
mano venía onda enganche... son un par de metidas... Pero
también sabía que eran bienintencionadas, ya que Matilde
se apenaba mucho de verme tan triste y no poder hacer
nada para remediarlo. Era justo reconocerle que había
esperado un razonable tiempo prudencial. Eso me lleno de
ternura, pero la situación en sí se me antojó embarazosa,
cosas que uno arrastra, timidez tal vez...
Luego de las presentaciones comenzamos con el aperitivo
y charlando animadamente pasamos por el asado hasta el
postre. Todo había estado adecuadamente exquisito,
Matilde era una mujer de un gusto sumamente refinado y
eso lo manifestaba en cada una de las cosas que ella
organizaba.
Rosita, por supuesto que había aportado lo suyo, si bien
estaba ya muy mayor, aún conservaba ese aire
elegantemente aristocrático.
Las dos mujeres que nos acompañaban, eran también
encantadoras, pero yo no me sentía de ánimo donjuanesco
y trate de ser suficientemente cortes, dadas las
circunstancias, pero sin demostrar demasiado interés en
nada ni en nadie en particular.
Cuando nos levantamos para pasar a otro salón para tomar
café y licores, yo me escurrí con la excusa de ir al baño.
Bien, si pasé por el baño, pero mi objetivo era el jardín...
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Graciela Mariani
Cuando me asome a la puerta ventana del salón contiguo,
el que funcionaba a modo de hall de recepción, y mire
hacia fuera me encontré con una escena verdaderamente
paradisíaca.
La glorieta estaba recubierta por una enredadera con
delicadas flores amarillas, el sol se reflejaba en el agua del
estanque, produciendo extraños flashes de
encandilamiento.
Cuando mis ojos se acostumbraron a ese resplandor, la vi,
sentada en un sillón de ratán, rodeada de almohadones y
absorta en la lectura de un libro que yacía entre sus manos.
Era joven, era hermosa, tenía una abundante cabellera
castaña, que recogía graciosamente hacia atrás, dejando sus
suaves facciones al descubierto, para luego caer cual
cascada sobre sus hombros.
Vestía de blanco en un estilo sumamente romántico... A su
lado lograba distinguir un servicio de té individual y más
allá un par más de acogedores sillones... Parecía una
estampa del siglo XIX...
Lo curioso es que no recordaba que fueran los mismos que
había visto a mi llegada, pero tal vez el cansancio y la
ansiedad por llegar, habrían distorsionado la imagen...
aunque tampoco me había parecido tan resplandeciente el
día, ni había visto el jardín tan cuidadosamente mantenido,
como tampoco había visto unas hermosas plantas acuáticas
que decoraban el estanque...
78
El operativo y otros cuentos callejeros
En fin, sin duda era que, deslumbrado por la belleza de la
casa en sí, no habría prestado suficiente atención al
entorno.
Tomé coraje y salí a presentarme, me le acerque lenta y
pausadamente y susurre un
--Disculpe, creo que no nos han presentado.--
Entonces ella se volvió graciosamente hacia mí y dijo con
voz muy dulce:
--Amor, no había notado tu presencia, ven y siéntate a mi
lado, que deseo leerte un poema que me ha prendado. --
Yo me quedé helado. Mire hacia los lados para ver a quien
se había dirigido ya que a mí no podría ser, ya que, si bien
la sentía terriblemente familiar, nunca la había visto en mi
vida. No vi a nadie más... me quedé anonadado, creo que
con la boca entreabierta como un tarado...
--- Querido, ¿qué te sucede?, si parece que hubieses visto a
un fantasma, ven acércate a mí. -- Dijo armoniosamente y
me tendió la mano.
Estupefacto como estaba, de seguro me confundiría con
alguien, o estaría mal de la cabeza y por eso no me la
habrían presentado...
En fin, sin saber bien cómo actuar, le tendí mi mano y
note con extrañeza que en lugar de la polera que traía
puesta, vestía con camisa blanca y saco de hilo color hueso.
Inmediatamente mire hacia abajo y me vi enfundado en
ese extraño traje de hilo, con chaleco y unos rarísimos e
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Graciela Mariani
incómodos zapatos blancos, que yo jamás usaría... pero...
¿qué estaba pasando? ¿Estaría soñando?
Si, sin duda me habría quedado dormido en algún sillón,
vencido por el estrés del viaje... ¡qué papelón! ¡Y encima
soñando!
Cerré los ojos con fuerza, y los abrí sorpresivamente,
esperando encontrarme en la sala... pero no, seguía allí...
con esa hermosa mujer que parecía que me amaba. ¡Era
absurdo! ¡De seguro Matilde me había preparado esta
escena surrealista! ¡No cabía duda, era una charada!
¡Decidí continuarla, no me iban derrotar tan fácilmente...!
Me incliné hacia ella, tomé su mano y la besé suave y
cortésmente. Tomé una taza de té y disfrute de ese
momento maravilloso.
Luego le pedí disculpas por tener que retirarme y entré
nuevamente a la casa, a buscar un par de respuestas...
Busqué por algunas habitaciones y luego escuche las voces
provenir del jardín de invierno, me dirigí allí, entré y todos
me miraron con extrañeza.
-- ¿Dónde estabas querido? -- Dijo la tía Rosita.
-- Sí, ¿en dónde? -- Acotó Rodolfo -- por poco pensamos
que te habías ido, pero Matilde nos hizo notar que aún
estaba tu auto, por poco salíamos a buscarte con los
perros. --
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El operativo y otros cuentos callejeros
Siempre había sido el mismo exagerado.
-- Paseando por el jardín, es curioso lo que uno puede
llegar a encontrar allí, ¿no? -- Dije con un dejo de ironía, y
agregué, -- ¿alguien me puede convidar un Coñac, por
favor? --
Me alcanzaron un Napoleón y me desplomé en un
confortable Berger, al hacerlo bajé la vista hacia mis
piernas y me encontré vestido, tal y como había llegado al
mediodía. Era extraño, tal vez había fantaseado con ese
ropaje de época.
Como nadie dijo nada respecto a la chica del jardín, yo ni
lo mencioné, así la intriga sería mayor... y con la copa aun
en mi mano, me levante y le dije a Matilde si tendría la
amabilidad de mostrarme la casa. Verdaderamente estaba
ansioso por conocerla de cabo a rabo.
Matilde gentilmente accedió, me tomo del brazo y dijo,
-- Dejemos a este grupo de aburridos y hagamos la visita
guiada especial. --
-- Bueno -- asentí, y me dejé llevar.
Recorrimos decenas de habitaciones, interconectadas entre
sí, salones, saloncitos, llegamos al gran salón
desgraciadamente remodelado y entramos a un saloncito
que quedaba a un lado de este.
-- Este es mi lugar preferido de toda la casa. -- Dijo
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Graciela Mariani
Matilde.
El lugar tenía una escala normal para esta época, unos tres
metros por cuatro, más o menos. Tenía un par de ventanas
que daban a la parte trasera del parque y una hermosa
chimenea en la pared lateral. Era el primer lugar de la casa
que estaba ambientado en concordancia con ella, es decir,
un confortable estilo Victoriano.
Era razonable que a Matilde le gustara, era precioso, a mí
me cautivo y nos sentamos, sin pensarlo,
espontáneamente, en los sillones que bordeaban la
chimenea.
Estar allí era tan reconfortante como mi anterior estancia
en el jardín, me relaje mientras sorbía lo que quedaba del
Coñac, esperando ansioso la triunfal entrada de la
muchacha del jardín, o alguna otra sorpresa extraña.
--Creo que este salón fue lo único de la casa que se salvó
de ser remodelado. Bueno supongo que han renovado los
tapizados y tal vez cambiado algún mueble, pero en
conjunto, por lo que sé, sigue igual a cuando ella vivía. --
Y miró por encima de su hombro, señalando un retrato
que me había pasado desapercibido hasta aquel momento.
Cuando lo vi mejor me llamo la atención y me pare a verlo
con detenimiento. La mujer del retrato tenía un increíble
parecido con la chica con la que había conversado en el
jardín, hasta su vestido parecía casi el mismo. Estaba en
medio de una broma cuidadosamente preparada por
Rodolfo y Matilde, no cabía duda.
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El operativo y otros cuentos callejeros
-- ¡Qué buena pintura! El parecido es increíble. ¿Quién es
ella? -- dije todo seguido.
-- Ella es Amelia, la dueña de casa y claro la pintura es un
Mannaire. Bueno, en realidad, Amelia Hudson de Alzaga
fue la primitiva dueña de esta casa, es decir, Martín de
Alzaga, su marido, la construyo para ella, era su refugio, el
refugio para su gran amor. Pero decime, ¿a quién decís que
se parece? -- dijo mirándome interrogantemente.
-- Es que me pareció ver a una chica en el jardín que se le
parecía muchísimo, y hasta intercambie un par de palabras
con ella. ¿Es descendiente de ellos? -- pregunte como si el
tema no tuviera importancia.
-- No existe nadie, por lo menos que sepamos, que
descienda de ellos. Todos murieron. Es una historia muy
triste. -- y Mati se quedó pensativa.
Yo volví a mi asiento en completo silencio y me quedé
contemplándola, esperando que siguiera hablando...
relatando la historia, a ver cómo era que seguía la cosa...
Al rato, como quien cuenta un terrible y valioso secreto,
continuó.
-- Ellos tuvieron dos hijos un varón y una niña y solían
pasar los veranos aquí, con muy poca servidumbre, les
agradaba guardar su intimidad... Cuentan que uno de esos
días calurosos de enero a los chicos no se les ocurrió mejor
idea que bañarse en el arroyo, que al parecer tiene partes
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Graciela Mariani
bastante más profundas de lo que parece... no se sabe bien
que pasó, pero parece que casi se ahogan ambos. La hija se
salvó, pero quedo delicada de los bronquios y el varón no
sobrevivió. Amelia no se repuso de la muerte de su hijo y
dicen que pasaba días enteros encerrada en este cuarto. La
hija, Sofía, murió de una neumonía antes de cumplir
quince años... Amelia no soportó tanta amargura y se dice
que se dejó morir de tristeza. Martín al poco tiempo se
quitó la vida, en su casa de Capital y dejo una carta en que
pedía a sus allegados que no tomaran a mal su decisión,
que él estaría bien y que solo deseaba reencontrarse con su
familia. -- calló y me miró con lágrimas en los ojos.
-- ¡Matilde, que historia tan terrible! ¡Pobre gente, que
tragedia! Es para una novela gótica, realmente terrible. No
debí bromear con ello, pero quedé anonadado. --
Dije medio balbuceando, ya que la charada, se me hacía
cada vez más tortuosa e incomprensible. Pero
conociéndolos y teniendo en cuenta que sabían cuánto y
que profundamente me había afectado la muerte de
Bettina, no era raro que crearan una historia de fantasmas...
A los dolores se los cura enfrentándolos, decía mi
terapeuta.
-- Si, muy trágico, pero paso hace más de cien años... aquí
ya nadie le da importancia a la historia y hasta dicen que el
fantasma de Amelia deambula por el jardín, algunas veces.
Historias de campo, aparecidos, la luz mala, cuentos de
viejos... -- dijo sonriendo, y agregó - mejor que volvamos
con los demás que esta vez sí que llaman a la policía...
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El operativo y otros cuentos callejeros
En el Jardín de invierno solo quedaba Irina, la amiga de
Matilde, leyendo un libro, dijo que Rosita se había ido a
descansar y que creía que Rodolfo se había escapado a
dormir la siesta y que Mabel tal vez estuviera en la cocina,
preparando algo para la hora del té. Matilde me aclaró que
Mabel tenía el hobbie de la repostería y que de seguro nos
deleitaría con alguna exquisitez de su propio peculio.
Estaba atardeciendo, y desde la ventana podía divisar la
mágica paleta de colores del atardecer pampeano. Me
predispuse a disfrutarlo a full. Busque mi campera y salí...
La galería había perdido el encanto de la tarde, pero no le
preste mayor atención, me dirigí directamente al medio del
parque, buscando un claro qué me permitiera ver el
horizonte y disfrutar de esa increíble puesta del sol.
El sol en sí, era una gran bola color naranja intenso, el
cielo a su alrededor variaba desde los celestes, rojizos,
azules y violetas... nubes multicolores completaban el
cuadro.
A medida que el sol se iba poniendo, los colores del cielo
se diversificaban en forma, tono e intensidad... ¡era un
verdadero deleite para la vista!
Para cuando el sol se puso y la luna creciente, aun con luz
en el cielo, aparecía dominante, me di cuenta que estaba
apoyado en uno de los dos jacarandás cercanos al arroyo.
A pocos pasos de donde yo estaba se hallaba el banco de
piedra que había visto a lo lejos, y en él se hallaba sentada
la dama de la tarde, triste, más delgada, con sus ojos fijos
en el horizonte mientras las lágrimas le surcaban el rostro.
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Graciela Mariani
Me acerqué a ella, ni siquiera notó mi presencia, no me
pareció prudente molestarla y un poco confundido regresé
a la casa.
Adentro estaban ya todos tomando el té en el acogedor
jardín de invierno. Me uní a ellos y pude comprobar que
ciertamente, Mabel, además de elegante y atractiva, era una
excelente repostera.
Era una especie de té - cena, con canapés, scottish cakes,
torta galesa, fiambres y patés. Una verdadera delicia de
colores y sabores.
Rodolfo me comento que era costumbre de su tía el
disfrutar de esos largos tés, tardíos, alargar con ellos la
tertulia y retirarse a descansar satisfecho, pero sin tener el
estómago pesado y que ellos disfrutaban mucho de esa
vieja costumbre, ya que luego armaban partidos de back
gammon, cartas o lo que fuere, hasta que se retiraran
todos.
Le comenté que yo aun no sabía en donde dormiría, ya que
con tanta algarabía y comidas, no había siquiera dejado mis
cosas, que aún estaban en el auto.
-- ¡Pero qué mal estuve con vos!, Tenía tantas ganas de
verte y de conversar que el tema del equipaje se me olvido
completamente. Ya mismo le pedimos al Ramón, el casero,
que te busque el bolso y te lleve a tu habitación. -- dijo
apresuradamente Rodolfo
-- Te agradezco, pero prefiero que primero me muestren la
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El operativo y otros cuentos callejeros
habitación y luego iré yo mismo a buscar las cosas al auto.
Tengo que revisar algunas cosas y la alarma es algo
sofisticada de manipular. -- Le contesté.
-- ¡Bárbaro! Ya vengo con la llave. -- dijo Rodolfo saliendo.
¿Llave?, ¿Acaso cerraban las habitaciones con llave?, que
costumbres más raras las de esa casa... Parecía que el
acertijo continuaba y no me cabía más duda que Rodolfo
estaba en ello...
A los pocos minutos volvió y me hizo seña de que lo
siguiera, entonces me comentó, que con tantas mujeres en
la casa los cuartos de adentro estaban todos ocupados, que
quedaba su lugar preferido disponible, ya que a las mujeres
les atemorizaba el subir y bajar la escalera caracol.
Entonces entendí que se refería al cuarto de arriba, el del
balconcito de hierro, me encantó la idea de ir allí.
El farol de afuera, próximo a la escalera la iluminaba por
completo y en cuanto abrió la puerta de la habitación,
Rodolfo busco una perilla interior que prendió un farol,
también externo, cercano a la puerta y prendió la luz de
adentro.
-- Este lugar es historia pura, cuando hicieron los baños, le
agregaron a este uno pequeño, pero bastante completo, allá
al fondo, donde está el dormitorio y dejaron aquí adelante
este adorable saloncito.--
El adorable saloncito al que Rodolfo se refería era de
dimensiones considerables, considerando las casa de hoy
en día. Y estaba alegremente decorado, sencillo pero
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Graciela Mariani
acogedor, y se comunicaba con el dormitorio con una gran
puerta de doble hoja.
Este era enorme, con una magnifica chimenea, que se
hallaba encendida, se notaba que desde hacía rato, dada la
cantidad de ceniza.
La cama con baldaquino, seguramente de cerezo o alguna
otra madera fina, estaba rodeada de gran cantidad de
muebles de su estilo, que completaban suntuosamente la
decoración del lugar.
Yo quedé deslumbrado y Rodolfo notó mi asombro.
-- Y Juan, te quedaste sin habla, yo te dije que era mi
cuarto preferido, aunque nunca entendí porque no tiene
comunicación interna y cómo es que en la remodelación
tampoco se la hicieron. Pero así queda tan independiente
que me encanta. En el saloncito tenés una heladerita, tipo
frigo bar, para no tener que bajar. Sabes que cuando vengo
solo, siempre duermo aquí. Adoro este lugar. Ah, vení que
te muestro el baño. --- Agregó.
El baño estaba bárbaro, simple, pero con muy buen gusto
y tenía ducha y todo. Yo quedé encantado con el lugar y así
se lo manifesté a Rodolfo, quien tuvo la gentileza de
acompañarme al auto, a recoger mis cosas.
Cuando volvimos subí mis bártulos en una corrida, aunque
temblequeando por la escalera, entré todo al dormitorio,
fui al baño a alinearme un poco, me cambie de camisa y
sweater y volví a bajar y al pasar por la galería sentí un
estremecimiento, pensé que tal vez había tomado frío entre
tanta corrida y entré.
88
El operativo y otros cuentos callejeros
Ya estaban todos acomodados en el living, con la enorme y
horrible chimenea encendida, en realidad, con fuego no
parecía tan fea.
La tía Rosita se despidió ni bien llegué, seguramente había
tenido la gentileza de esperarme para darme las buenas
noches.
Las mujeres jugaban a la canasta y Rodolfo me estaba
esperando en un agradable rincón, con nuestro Coñac
preferido.
Tomamos una copa, charlamos un rato y aprovechando
que Matilde e Irina y Mabel se iban, aproveche para dar las
buenas noches yo también.
Mi amigo me había vuelto a servir abundantemente la copa
e insistió en que me la llevara arriba.
Verdaderamente se lo agradecí, ya que luego de un buen
baño y de ponerme bien cómodo, me senté en un sillón
frente a la chimenea a saborearlo poco a poco, mientras
agregaba quebracho al fuego., hasta que el sueño me
venció.
Cuando me desperté, incomodo y con frío, era la
madrugada y una voz dulce me dijo:
-- Amor mío, otra vez te quedaste dormido en el sillón,
ven acuéstate a mi lado que te extraño. ---
Miré con asombro hacia la cama y era ella, la mujer de la
broma, la dueña de casa. Medio dormido y entre sueños,
asentí y me acosté en la gran cama y me dormí
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Graciela Mariani
plácidamente aspirando su perfume.
A la mañana cuando desperté y me encontré solo, me
convencí de que todo había sido un sueño, o parte de esa
trama maquiavélica que me habían preparado. Solo me
intrigaba ver hasta donde llegaba el cuento.
Pero no podía negar que ellos habían logrado su cometido,
ya que la opresión de angustia en mi pecho había
desaparecido y en las últimas horas casi no había pensado
en Bettina... Bienvenido sea el remedio, dije para mí.
Cuando entré a la casa, a la única que encontré
desayunando y en el jardín de invierno, fue a la tía Rosita.
Puso una sonrisa rozagante al verme y me invito a
acompañarla.
Charlamos largo rato mientras saboreábamos las varias
tazas de té con leche y los scones de Mabel, con queso
crema y manteca de campo, una delicia.
Yo trate de mechar preguntas sobre la casa y la extraña
historia de Amelia, dentro de la conversación. Pero
conseguí poca información de ella. No creía que estuviera
también en complicidad con ellos. Sin embargo, me
extrañó, que siendo tan comunicativa y conociendo tantas
historias diferentes, me pareció curioso que evitara tan
hábilmente el tema, como intencionalmente.
¿Podría haber algo más raro y escabroso que la cruenta
historia que me había contado Matilde?
O tal vez, a Rosita no le agradara hablar de supersticiones e
historias tortuosas.
90
El operativo y otros cuentos callejeros
Bueno, me quedaría con la intriga.
Y de a poco fueron llegando los demás y al terminar el
desayuno organizaron una caminata hasta las caballerizas...
parece que alguien tenía intenciones de montar, yo por
suerte tenía jeans y botas.
Los caballos estaban ya ensillados esperándonos, a mí me
dieron uno bayo, cuyo nombre era Satán, la cosa no me
pareció para nada divertida.
La propiedad era mucho más extensa de lo que había
imaginado, el problema es que mi caballo no caminaba, o
cabalgaba o iba al trote y poco apoco me aparte del grupo.
Por un momento me sentí desconcertado y perdido, hasta
que logre divisar la arboleda de la casa a lo lejos y lo que
me pareció que era la veleta.
Al retomar el camino de regreso, volví a sentir, esa
profunda y punzante opresión en el pecho, que no había
sentido desde que había llegado.
Me sentí derrotado, la pena y la angustia me inundaban
junto a la imagen de mi esposa.
Así, con mi alma en pena y casi sin darme cuenta, Satán me
había llevado cerca de la casa y entonces la vi, sentada en la
glorieta... Dejé al caballo en los establos y corrí hacia la
casa, temiendo perderla nuevamente.
La opresión en el pecho había desaparecido para dar lugar
a una extraña mezcla de romántica ansiedad.
91
Graciela Mariani
Amelia se encontraba en su sillón favorito, con el libro y el
juego de té a su lado, pero esta vez tenía un traje oscuro y
deslucido y su semblante era pálido y demacrado.
Cuando me acerque lloraba y se lamentaba.
--- Todos mis hijos mueren. --- decía --- Todos ellos, los
que pierdo, los que nacen muertos, Oliver se ahogó y Sofy
esta tan débil... Para colmo estoy nuevamente embarazada
y no creo que lo retenga, por favor Martín ayúdame, te
necesito tanto. --- Dijo suplicante mientras levantaba su
mirada hacia mí.
Yo me sentí desconcertado y conmovido al mismo tiempo,
si estaba actuando era tan real... parecía realmente una
dulce criatura indefensa.
Me senté a su lado y la acompañe en su historia, pero no
tenía maquillaje y estaba demacrada verdaderamente, ya no
era ni la sombra de la mujer con la que había estado el día
anterior, parecía tener más años, aunque aún conservaba su
peculiar perfume.
Conversamos, ella sollozando y yo consolándola, tomamos
un poco de té y me dijo que si no lo perdía antes el niño,
nacería a principios de Marzo. Fue cuando le pregunte qué
fecha era y me dijo que, aunque no parecía, ya estábamos
en primavera.
Se levanto y dijo que iría a recostarse al saloncito, me
ofrecí a acompañarla y me dijo que me quedara
disfrutando de la tarde que ella estaría bien.
La última vez que vi a Amelia, o quien fuere que era, fue
92
El operativo y otros cuentos callejeros
entrando a la casa, con aire sombrío y cansado.
Yo me quede pensativo, tal vez no era una broma, sino
alguna pariente loca que se creía Amelia Hudson. Pero lo
increíble es que cuando ella estaba conmigo, el resto del
mundo cambiaba, desaparecía, como si una extraña nube
de ilusión nos envolviera de amor y a pesar de su pena...
Volví a sentir ese raro estremecimiento.
A lo lejos se veía al grupo regresar aun a caballo.
Quise servirme otra taza de té, pero el servicio ya no
estaba, era extraño, no recordaba haber visto a la casera
retirarlo, pero todo lo que sucedía era tan raro, que no le di
importancia.
Ya venían riendo y hablando animadamente, y Matilde me
dijo con picardía.
--- Que paso Juan, ¿te dejo a pata el caballo? --- y, muerta
de risa por la ocurrencia, me arrastró hacia adentro.
El almuerzo fue delicioso y al mismo tiempo frugal. Y la
conversación intrascendente, como indica el protocolo.
Había carnes blancas, pollos de granja, creo, con salsa de
hongos, panaché de legumbres y varias ensaladas. Sobre
todo, estaba esa ensalada verde, de diferentes tipos de
lechugas, aderezada con aceite de oliva, aceto balsámico de
Módena, un poco de mostaza, queso parmesano y
croutons, que me encantaba.
Rodolfo trajo unos buenos vinos mendocinos blancos
chardonnay y también un Malbec para los amantes del
tinto.
93
Graciela Mariani
De postre había, ensalada de frutas de estación, helado y
mouse de limón. Que acompañamos con un torrontés
joven.
¡Un verdadero placer!
Las amigas de Matilde eran encantadoras, aunque un poco
jóvenes para mi gusto... yo aun extrañaba a Bettina.
Una vez en el jardín de invierno, tomando el café y licores,
me acordé de Amelia, o quien fuera esa chica que
deambulaba por el jardín y la casa. Entonces, pregunte,
como quien dice algo sin importancia,
--- Y díganme esa chica de pelo largo, enrulado, castaño
claro, que anda por allí, ¿es la hija de los caseros, o pariente
de ustedes? Porque parece estar algo enajenada. ¿No? ---
Todos callaron y me miraron, las amigas de Matilde como
expectantes. Matilde y Rodolfo con una mezcla de
extrañeza y tristeza, como si yo delirara. Pero lo que más
me llamo la atención fue la expresión de Rosita, su mirada
no era de asombro, era de miedo, un profundo y horrendo
miedo.
Me dio pena y me sentí culpable por lo que había dicho,
seguro que era un amargo secreto familiar que ella no
deseaba que se conociera, una extraña historia a lo Jane
Eyre, o algo por el estilo.
Y seguidamente agregué.
--- Perdón, es que creo que Angélica, la casera, se trajo a
alguien que le ayude por el fin de semana, pero no sabía
que no se los había comentado. ---
94
El operativo y otros cuentos callejeros
Rodolfo que había visto la expresión de su tía abuela, dijo,
--- Claro es una sobrina de Angélica, una chiquita del
campo que a veces viene, no tiene muchas luces, pero ella
la adora. Nos lo comento tía, ¿te acordás? Fue la semana
pasada, cuando le dijimos que tendríamos invitados este
fin de semana. --- y miro a su tía con gesto de afirmación.
Rosita que no terminaba de creer lo que su sobrino le
decía, aun mirándome con intriga le contesto.
--- Si, no sé, no me acuerdo, puede ser. ---
Y allí quedo la cosa, aunque ahora yo estaba mucho más
intrigado que antes y al rato cuando Rodolfo me llevo al
living con la excusa de fumarse un puro, me dijo que su tía
creía ciegamente en que el fantasma de Amelia Hudson de
Alzaga, deambulaba por la casa y que la sola idea la
aterrorizaba y que a su edad el temía que el corazón le
fallara.
Ya que él había sacado el tema le pregunte que era esa
historia de esa tal Amelia, que Matilde me había dicho, que
era la primer dueña de la casa, pero nada más.
Rodolfo me contó una historia parecida a la que su mujer
me había narrado la tarde anterior, pero con más detalles
históricos. Aunque la diferencia fundamental residía en la
muerte de Amelia. Según él contó había muerto de parto a
principios de marzo de 1865, pero que jamás se supo que
fue de la criatura y que a los pocos meses Martín de Alzaga
se suicidaba en su casa de Buenos Aires. Por eso se dice
que el fantasma de Amelia vuelve siempre a buscar a su
hijo, que le fue arrebatado de su lecho de muerte.
95
Graciela Mariani
--- ¡Bah! ¡Una historia vieja, como tantas en el campo! ---
Dijo, como restándole importancia y como diciendo que es
una boludez creer en fantasmas.
En realidad tenía razón... ¿quién creía en fantasmas?
Entonces le conté a Rodolfo mis encuentros con la
muchacha disfrazada y él me miro con asombro y declaro
no saber nada al respecto y que si bien Matilde era creativa
y alocada en sus bromas, en este caso como sabia el efecto
que la historia de Amelia producía en Tía Rosita, jamás
hubiera hecho algo que pudiera asustarla y poner en
peligro su salud. Realmente desconocía quien podía ser esa
persona misteriosa.
Fue cuando le manifesté mi sospecha de que pudiera ser
alguna sobrina, o pariente lejana, algo enajenada y a quien
ella protegiera.
Pero me lo negó rotundamente, él pasaba largas
temporadas con su tía en esa casa y de haber algo así lo
hubiera sabido.
Yo quedé desconcertado y sin palabras y si bien tenía una
reunión, temprano en Buenos Aires, a la mañana siguiente,
ya ardía en deseos de irme. Le comente a Rodolfo que
dado que ya eran las cuatro de la tarde, si no comenzaba a
retirarme ya me sorprendería el tránsito pesado de la
Panamericana de todos los domingos y eso sería un gran
contratiempo.
96
El operativo y otros cuentos callejeros
Rodolfo protesto para que me quedara a tomar el té y me
fuese recién después de las nueve, pero pude convencerlo
de que no era una buena idea.
Subí a la habitación de arriba, acomode mis cosas, las
cargue en el baúl del auto y volví a entrar a la casa como si
tal cosa.
La conversación aún estaba animada en el jardín de
invierno y yo acepte gustoso una taza de chamomille y me
uní a la charla por una media hora cuando, con toda
tranquilidad me despedí cuidadosamente de todos, di las
correspondientes gracias y felicitaciones y salí al jardín
rumbo al auto.
El jardín estaba solitario en esa tibia tarde de otoño, las
hojas comenzaban a caer formando una acolchada
alfombra multicolor sobre el pasto amarillento.
El trino de los pájaros y el crujir de las hojas secas, me
acompaño en mi corta travesía.
Cuando por fin arranque mi auto y me iba, me pareció ver
una figura de mujer cerca del estanque, pero ya no tenía
sentido que le prestara atención...
Me iba de allí y la casona con sus fantasmas quedarían,
para siempre, atrás para mí.
97
Graciela Mariani
La Historia de
Dafne
98
El operativo y otros cuentos callejeros
Me había casado muy joven, con un conocido de mi
padre y algo menor que él, aunque bastante mayor que yo.
Rubén era un abogado solterón con ambiciones políticas,
que me había cautivado con sus historias de viajes,
tradiciones, museos y lugares exóticos.
No tenía necesidad de casarme, pero lo hice por el simple
motivo de salir de mi casa.
Tarde descubrí que mi soledad y dependencia era aún
mayor que la anterior. Mi marido era un ser taciturno,
apegado a las tradiciones y extremadamente
discriminatorio para con los que no consideraba a su
altura.
Una tarde soleada de otoño, en que volvía caminando
desde el gimnasio a nuestra casa vi a dos cachorritos, casi
recién nacidos, abandonados en una esquina.
Pregunté en los alrededores si pertenecían a alguien, nadie
sabía nada y previo paso por la Veterinaria para verificar su
estado y comprarles el adecuado alimento, los llevé
conmigo a casa.
Una vez allí, le di de comer, según las instrucciones del
veterinario y les prepare un lugar caliente en el lavadero,
dentro de un canasto con algunas mantas viejas, para que
estuvieran y durmieran.
99
Graciela Mariani
Eran dos hembras marrones mezcla de cualquier cosa, la
más pequeña no sobrevivió y con tristeza la dimos al
jardinero para que la enterrara, a la otra me la quedé y le
puse de nombre Dafne, porque si, porque se me ocurrió.
Dafne durante esos primeros tiempos de mi matrimonio
fue mi gran amiga y compañera. Ni bien Rubén se iba ella
acudía a mí con alegría y me acompañaba a donde fuera.
Me pareció que a Rubén no le gustaron nada los cachorros,
suponía que no encajaban en su mundo impecable y
elegante, pero como no me dijo nada, yo seguí cuidando de
mi pequeña perrita.
Ese verano me llevó en enero a Punta del Este, pero no
me dejo que llevara a la perra, ya que íbamos a un Hotel de
lujo en donde no permitían animales.
Nos quedamos casi todo el mes, aunque Rubén hizo unos
cuantos viajes de negocios a Buenos Aires, pero eran de
dos o tres días no más, para que yo no me sintiera
demasiado sola.
Cuando volvimos Dafne no estaba, la persona que había
quedado a cargo de la casa en nuestra ausencia, Carlota,
dijo que había enfermado de repente y que había muerto,
que el señor podría decírmelo ya que justamente él se
encontraba en Buenos Aires, en aquel momento.
Yo me quede anonadada, Rubén me dijo que no me lo
había contado para no estropearme mis vacaciones, pero
que había ocurrido alrededor del 8 de enero y que su
100
El operativo y otros cuentos callejeros
estado había sido muy grave y debieron sacrificarla.
La tristeza me invadió de tal manera, que me sumí en la
más profunda melancolía y durante una semana no me
levante ni siquiera de la cama.
Un día Rubén llego bien temprano a casa y me abrió de
par en par las ventanas, para iluminar el cuarto con el sol
de la tarde.
Se acerco a mí, me beso y cuando logro mi atención salió
del cuarto, para volver a entrar de inmediato con una caja
mediana en las manos.
Con ojos de picardía me dio la caja para que la abriera.
El cachorro de Yorkshire era diminuto y hermoso y sin
pensarlo lo tome y apreté junto a mi pecho.
Le puse de nombre Abril, porque llegaba con la tristeza del
otoño a mi vida y me quede con él.
Rubén me permitió llevarlo conmigo a todos lados, claro
Abril era un perro elegante...
Desde ese momento supe que era importante no
contradecir a mi marido, las cosas debían hacerse bajo su
supervisión, de otro modo, tal vez, podría transformarse
en un ser indeseable...
Yo tenía la certeza, de que la desaparición de Dafne, había
sido obra de él.
101
Graciela Mariani
La mudanza
La noche anterior a la mudanza la casa era un verdadero
102
El operativo y otros cuentos callejeros
caos.
Eduardo había trabajado como sin cesar las últimas
semanas y encima después del trabajo, para terminar de
organizar todas las cosas que Teresa no sabía, o no podía,
estaba realmente agotado.
Teresa no había tenido un minuto de descanso desde hacía
varios meses y en los últimos días la presión se había
incrementado creándole tensiones bastante dolorosas en
las cervicales. Realmente era un manojo de nervios.
Los chicos estaban excitadísimos y saltaban y gritaban sin
parar y el desorden reinante les había permitido bañarse a
deshora, o no hacerlo... dormirse con el televisor prendido
y cenar super tarde. Y todo eso más el ajetreo y la ansiedad
por el cambio de colegio, los mantenía inusualmente
encendidos.
Los dos gatos corrían y saltaban por entre las cajas a medio
cerrar y jugaban a las escondidas en los canastos de la ropa
blanca y la perra ya había deshecho dos felpudos y un par
de trapos para el piso.
La amiga que los iba a ayudar, se había enfermado muy
inconvenientemente y en las últimas semanas había
acudidos muy pocas veces, por lo que Teresa había tenido
que trabajar tiempo extra para la casa, la comida y para los
chicos.
Ellos hubieran deseado contratar a una empresa grande y
seria, pero los costos eran muy altos y no podían pagarlos.
103
Graciela Mariani
Eduardo también hubiese deseado que Teresa y los chicos
hubieran podido hacer el viaje en avión y ahorrarles a
todos el garrón de los dos días de viaje que les esperaban
hasta El Dorado, en Misiones, donde los aguardaba su
destino.
El luego de mucho buscar había conseguido el puesto de
Encargado de un Aserradero y si bien las condiciones no
eran las óptimas, la situación imperante en el país no daba
para despreciar ninguna oportunidad.
Teresa era maestra y ya se había conectado con un par de
escuelas de la zona, una era en la que había logrado
inscribir a los chicos, ella estaba entusiasmada pero
también muy asustada y no deseaba transmitirle su
desesperación a sus hijos, ni sobrecargar de presiones a su
ya tan desgastado marido.
El aserradero les daba una casita en el pueblo y una
camioneta para uso de él, por lo que Teresa podría
manejarse con el pequeño y antiguo autito que tenían.
Ante el hambre y la indigencia, todo lo demás parecía ser
maravilloso.
La mañana siguiente amaneció con el cielo cubierto y
promesas de chaparrones...
¡Solo eso les faltaba!
El camión de la mudanza era de un primo de un amigo de
Eduardo, que debía hacer ese viaje ya que transportaba
104
El operativo y otros cuentos callejeros
mercadería proveniente de la Triple Frontera, y al ir semi
vacío les hacia la gauchada de llevarle las escuetas cosas
con las que ellos contaban.
Llego como había prometido a las 6:30 de la mañana y
recién para las 9 habían terminado de cargar todo.
Teresa y una vecina limpiaban detrás del desparramo a
todo trapo y para las 10 habían podido entregar el
departamento alquilado al administrador, quien les había
descontado casi todo el depósito en, según el en
reparaciones, pero tontas y sobrevaluadas... pero estaban
tan hartos de pelear, que Eduardo discutió un par de
puntos, logro recuperar algo y acto seguido montaron al
auto y emprendieron viaje.
La noche la pasarían en un pueblo del norte de Corrientes,
en donde les habían recomendado una posada y ya habían
combinado con los dueños, para que los esperase y para
ver si podrían pagarlo.
Si bien el auto tenía ya unos cuantos años, Eduardo se
daba maña para mantenerlo en forma y andaba
impecablemente bien.
Los chicos durmieron los primeros doscientos kilómetros
y para cuando se despertaron, con un ataque de hambre,
Teresa y Eduardo se habían tomado dos termos de mate y
parte de un budín de los que había hecho para el viaje.
Teresa con gran esmero les dio de comer, pollo al horno,
bocadillos de acelga, pan y un huevo duro para cada uno,
105
Graciela Mariani
de postre había llevado unas bananas y manzanas. Y se
terminaron una de las dos botellas de jugo que había
preparado.
La tarde fue tranquila, pararon para darle de comer a la
perra, ir al baño y cargar gasoil.
Los gatos habían ido dentro de un gran canasto con su
comida, agua y una fuente con aserrín y arena, para que
hicieran sus necesidades, dentro del camión de la mudanza.
Antes del anochecer les pareció haber pasado al camión,
pero no estaban seguros.
A la posada llegaron a media noche, era humilde pero
limpia, durmieron profundamente, desayunaron con gran
apetito, pan casero, leche y manteca de campo y mate
cocido.
Fue un verdadero festín.
Don Ramón el dueño del lugar les hirvió agua caliente para
los dos termos y les ayudo con la preparación de nuevos
jugos y les dio pan, un pedazo de queso y una longaniza
para el camino, cosas que dijo estaban incluidas en el
precio de la habitación.
Ese segundo día se les hizo interminable, la perra estaba
muy inquieta y despertaba continuamente a los chicos, los
que terminaron estando más inquietos que la perra...
Y de pronto... el cartel que anunciaba - El Dorado, 70 Km.
¡Finalmente!
106
El operativo y otros cuentos callejeros
Parecieron los setenta kilómetros más largos de su vida y
para cuando encontraron la casa ya eran como las siete de
la tarde y el camión del Cholo estaba esperándolos, con
bastante apuro.
La casa daba lastima, estaba bastante vieja y arruinada y
para colmo tenía suciedad de años, pero tenía una galería
posterior que miraba a un extenso terreno con
pretensiones de jardín.
Tenía tres habitaciones, contando la cocina, y un baño.
Teresa limpio por encima la habitación del frente, para que
allí pudieran descargar las cosas y mienta lo hacían se
dedicó a limpiar la otra habitación, que usarían esa noche
de dormitorio y aunque más no fuera por encima la cocina
para poner la mesa y el aparador.
Los gatos habían hecho estragos en el canasto, se los
arreglo como pudo y los mantuvo allí dentro ya que
estaban en estado de pánico.
Mientras tanto los chicos se revolcaban por la tierra en el
patio junto con la perra que no paraba de correr.
Cuando el Cholo se fue, Teresa improvisó una cena, lavó a
los chicos y los metió en la cama. Y mientras ella arreglaba
la cama para ellos, él acomodó un poco más los muebles y
ordenó la cocina, prendió el calefón y lavó los platos.
Cuando terminaron, se abrazaron y besaron con profunda
107
Graciela Mariani
ternura...
Sacaron unas sillas a la galería, Eduardo llevó el vinito de la
cena y los vasos, y así, uno junto al otro, bajo ese
espléndido cielo estrellado, se sintieron más juntos y
unidos que nunca...
Ambos tenían esa sensación de satisfacción que da el sentir
que se ha tomado la decisión correcta.
La trampa
Me enamoré de Adolfo cuando tenía 16 años. Él era un
108
El operativo y otros cuentos callejeros
estudiante avanzado de abogacía, con lentes, alto y sus 23
años recién cumplidos; era mucho más de lo que yo había
soñado encontrar en un hombre.
Sucumbí a él, como sucumben las mariposas a la flama de
una vela. Me rendí ante él, como se rendían los pueblos
abatidos ante la supremacía de los romanos. Me entregue a
él, como se entregó aquel Duque de Windsor a una tal
Simpson, al punto de renunciar a su trono.
Él nunca se entregó a mí. De eso estoy segura.
Nuestro noviazgo duró lo suficiente como para que él
terminara su carrera y se estableciera cómodamente en su
trabajo. Un total de 6 años.
El casamiento fue grandioso. Adolfo ya era socio
minoritario de uno de los más importantes estudios legales
de la ciudad y del país y mi padre un miembro activo de las
Fuerzas Armadas. Eso reunió a 500 invitados en los más
grandes salones del Círculo Militar (ese majestuoso palacio
que perteneció otrora a una de las más importantes
familias de la aristocracia argentina), y a unos miles de
curiosos frente al Santísimo Sacramento, la iglesia en la
cual nos unimos para siempre en sagrado matrimonio.
Nuestra luna de miel en Europa fue maravillosa, Adolfo,
mi marido, era el ser más dulce y romántico del mundo.
Cenamos a la luz de las velas en el Trastevere, en Roma,
paseamos en góndola por los canales de Venecia, tomamos
café con croissants en el Café de la Paix, en París,
almorzamos en medievales tabernas inglesas y dormimos
en las más regias habitaciones de castillos encantados de
109
Graciela Mariani
toda Europa.
Si hubiera sido por mí, jamás habríamos dejado el
Mediterráneo.
A nuestro regreso nos esperaba el piso de Quintana y
Callao, que él había hecho decorar para que fuera nuestro
hogar, y que al parecer venía con mucama y cocinera
incorporadas, más un cuarto para cada uno...
Adolfo me explicó que por sus obligaciones regularmente
se levantaba muy temprano y que, en ocasiones, algún
“caso” lo desvelaba hasta muy tarde y que él no deseaba
molestarme, quería que me sintiera lo más cómoda posible
y que no extrañara en absoluto mi casa de soltera.
En ese momento me pareció más tierno y amoroso que
nunca, ¡qué otro marido hubiera sacrificado el lecho
matrimonial para comodidad de su esposa!, ¡mi adorado
Adolfo era uno entre millones!
Dado que nuestra vida social era bastante activa y que mi
gran amor por él me nublaba la mente, los primeros años
de matrimonio se me pasaron volando.
Pero cuando consulté al doctor Pérez Raimonda, un gran
ginecólogo y obstetra, para saber el motivo por el cual no
podía quedar embarazada, comencé a sospechar que algo
no encajaba en nuestro mundo perfecto.
Entonces comprendí que me vigilaban, ellas, las del
servicio estaban contratadas para vigilarme cuando Adolfo
no estaba... O era así o yo estaba en medio de una severa
crisis de “paranoia” y, como no me hubiera gustado
volverme loca, decidí averiguarlo por mí misma.
Acto seguido inicié la búsqueda a dos puntas, por un lado
110
El operativo y otros cuentos callejeros
investigué todo lo que pude sobre la paranoia, su
sintomatología, sus posibles orígenes y trastornos
colaterales; por otro, me dispuse a poner algunas trampas
para ver si era cierto que esas sucias ratas mordían el
queso.
No era fácil de llevar a cabo, ya que no había compra que
pudiera hacer por mí misma, no disponía ni de dinero, ni
auto, ni nada...
Algunas veces salía con mi madre o mi hermana, pero eran
pocas, creo que a ellas les molestaba mi ritmo de vida y a
mí que no comprendieran el porqué de mi aburrimiento.
Así que no me era posible hacer nada sin que se notara, ni
leer un libro, y por otro lado debía estar libre para cuando
él me necesitara, así que mi investigación la tuve que llevar
a cabo, un poco aquí y otro poco allá, recorriendo librerías
y leyendo de ojito, argumentando estar realizando la
elección de un regalo u otro, o de un conjunto de vestir
para mí, cosas, claro, que luego compraba con la
supervisión de Adolfo.
¡Los Shopping centres fueron mi verdadera salvación!
Lo primero dio por resultado que, o yo estaba tan loca que
no me daba cuenta y todo era producto de mi imaginación,
o en realidad había algo de cierto en lo que sospechaba.
Para comprobarlo contaba con lo segundo y, como primer
paso, ¡hay Carmela!, decidí incursionar en la cocina... ¡eso sí
que fue una guerra civil! Blandiendo cucharones y
espátulas como armas, ensaladeras por casco y tapas de
cacerola como escudo, cual Don Quijote, me entregué al
fragor de la batalla.
111
Graciela Mariani
Demás está decir que no logré hacer bien ni un simple
huevo pasado por agua, pero que les requeté-compliqué la
vida, a esas dos, sí que lo hice, y muy bien.
Mientras las enloquecía iba cambiando de hábitos
aleatoriamente: un día me encaprichaba con un masaje
especializado y con el suficiente cuidado de que no
pudieran encontrar a quien viniera a dármelo.
En otras ocasiones cambiaba la rutina de la manicura, iba
un día desacostumbrado a la peluquería o almorzaba un
sándwich en un Shopping. En la casa cambiaba las cosas
de lugar, escondía papeles sin importancia, copias de
poemas antiguos o pequeñas listas de compras escritas con
la tinta para sellos, mezclada con aceite, para que no se
secara: resultaba una mezcla indeleble muy difícil de quitar.
Ponía papelitos en los cierres de las carteras (como hacen
en las películas con las puertas). Me hacía la distraída y
dejaba mis cosas tiradas por todos lados, apuntaba en mi
agenda turnos inexistentes para el médico o compromisos
falsos con mi madre.
Resultado, Adolfo y sus dos secuaces siempre estaban al
tanto de todo; él, distraídamente, me recordaba durante el
desayuno mi cita (falsa) con el médico y ofrecía
acompañarme, yo respondía que cuando había llamado
para confirmar el turno, me habían dicho que el doctor en
cuestión, había tenido una urgencia, o corría locamente a
buscar mi agenda y decía ingenuamente:
- ¡Pero qué tonta, me confundí de día al anotar el té en
casa de mamá!
112
El operativo y otros cuentos callejeros
Pero en lo que no cabía duda, es que eran unas buchonas y
yo una prisionera en mi propia casa. Algo verdaderamente
desalentador para cualquiera...
Por otro lado, si hay algo peor en este mundo que alguien
inútil y ocioso, es alguien inútil ocioso, aburrido y
acorralado. Creo que el aburrimiento y la falta de libertad
son el origen de todos los males... Bueno, así lo fue para
mí.
Con ocasión de un viaje de negocios que mi marido hizo a
Nueva York, un caso muy complicado por el cual debía
hacerlo en pocos días decidió que yo me quedara en casa.
Usualmente, me hubiera mandado a la quinta de su familia
o al campo de mi madre, pero el viaje fue sorpresivo y no
hubo tiempo. Además, mi madre estaba muy ocupada en
uno de sus maratones benéficos.
Así fue como me pude quedar sola por primera vez en mi
casa, pero vigilada por mis dos implacables carceleras.
Pero, oh sorpresa, Rosa, la mucama, amaneció con fiebre
y, María, la cocinera, tendría que hacer sus quehaceres, más
los de ella, más las compras y terminaría agotada.
Esfuerzo y oportunidad... Esa noche tuve ocasión de
revisar la habitación de Adolfo, su estudio y su baño, y no
la desperdicié.
Si hay algo que le sobra a alguien que esta aburrido es
tiempo, mucho, muchísimo tiempo. En aquel entonces, yo
había planeado meticulosamente esa sistemática búsqueda,
y había tenido tanto tiempo para pensarla, que no
113
Graciela Mariani
necesitaba guía escrita alguna para recordar cada paso;
hacía meses que ya lo tenía todo fríamente calculado.
Comencé por el dormitorio y terminé por el estudio, en
cada cosa que veía estaba su impronta, en cada cosa que
tocaba estaba su perfume, en cada lugar que examinaba
estaba su pulcritud y su estricto orden.
Para saber buscar había que saber lo que él pensaba, cómo
era, y eso sí que yo lo conocía mejor que nadie.
La sorprendente cantidad de ropa que tenía mi marido, me
dejó atónita, su vestidor era dos veces el mío, lleno de
batas exóticas, camisas de seda y algodón, trajes de
cachemires ingleses, de seda y lana italianos, suéteres
clásicos ingleses y spots de los mejores lugares, camperas
elegantísimas de los más refinados cueros del mundo,
impermeables, ¡como una docena!, ingleses, austriacos y
hasta italianos, todos de marca.
¡Such a man! ¡Qué zapatos! Cuántos y cuán
esmeradamente cuidados.
Era tanto que parecía una muestra de Casa FOA: “vestidor
de hombre soltero”.
El baño, guardaba tantos cosméticos y perfumes, de esos
que yo adoraba, que no sabía por dónde comenzar a
buscar.
Traté de ser metódica y sistemática y demás está decir que
no encontré demasiado, ni poco, pero encontré algo.
Por un lado, unos símbolos geométricos dibujados
regularmente junto a ciertas fechas de su calendario, y por
el otro, dos potes de crema sin etiqueta de los que extraje
una muestra de cada una.
114
El operativo y otros cuentos callejeros
Yo tenía una antigua compañera de colegio que era
bioquímica y, en cuanto pude localizarla, sin levantar
sospechas, le pedí que analizara las cremas con el pretexto
de que se las había encontrado a la mucama y que
sospechaba que me estaba robando, poco a poco, algo de
mis finas cremas suizas.
Una de ellas resultó siendo una crema dermatológica y
humectante bastante común, pero, en cambio, la otra, sólo
un sofisticado y muy caro espermicida.
Mi amiga se preocupó mucho por esto último, ya que era
imposible que una mucama, con su mísero salario,
comprara tal crema; además, ese tipo únicamente se
fabricaba en ciertos países europeos. Como epílogo, me
aconsejó deshacerme de ella, porque era casi seguro que
andaba en algo raro, o con algún señor casado del
vecindario.
La tranquilicé diciéndole que así lo haría y volví a mi
pequeña investigación.
Cotejando los símbolos con sus correspondientes fechas y
con mis anotaciones de mi período menstrual, estas
resultaron ser un minucioso recuento del comienzo y el
final del mismo, mes a mes, desde que nos casamos.
No tuve más remedio que pensar que era evidente que
Adolfo no quería hijos.
Empecé a comprender que mi marido era un personaje
egocéntrico y narcisista, y que en su vida sólo había
espacio para una sola persona: él mismo.
115
Graciela Mariani
Triste pero real, alcanzar este grado de convencimiento me
tomó más de 8 años.
¡Realmente, yo había estado muy enamorada!
Para mis 30 años, Adolfo me regaló un viaje paradisíaco a
las Antillas Francesas y un lujoso crucero por el Caribe. Me
atendió muchísimo, me llenó de joyas exóticas y de regalos
inútiles y, al cabo de dos semanas, volvimos a nuestra
rutinaria vida de Buenos Aires.
De todos modos, tanta atención me desarmó por
completo y, por un tiempo, hice caso omiso de mis
sospechas y me dediqué de lleno a las clases de pintura
sobre porcelana, que la esposa de un socio de la firma me
había recomendado.
Reaccioné cuando asistimos a ese casamiento tan
importante del sobrino menor de mi madrina, justo
cuando Adolfo estaba muy ocupado trabajando en un
caso, durmiendo muy pocas horas, y prohibiéndome ir sin
él.
Finalmente fuimos, pero eso no hizo que me sintiera
menos esclava.
Esa horrible sensación de impotencia, de inmovilidad en la
que me había sometido paulatinamente, me hizo sentir
ahogada, era prisionera dentro de mi propia casa, sólo me
quedaban mis libros del género de misterio y mi frondosa
imaginación.
Fue una letal combinación, tan letal que, como presa que
116
El operativo y otros cuentos callejeros
se debate por salir de una trampa, sólo podía pensar en la
muerte, pero en la muerte de mi captor, no en la mía...
Yo había tenido una larga historia de pequeños
sometimientos. Sobre todo debido a las jaquecas, los
costosos y largos tratamientos a los que me había visto
obligada a causa de ese mal que sufrí desde pequeña, del
que nunca me curaron y que me obligaba a depender de
los demás.
Quizás por eso es que nadie pensó que algún día pudiera
llegar a molestarme seguir siendo una sometida, cuando lo
que, para ellos, era estar verdaderamente cuidada.
El valerme o no por mí misma, jamás se puso en
discusión.
Mis padres, con la mejor de las intenciones, habían sido
muy absorbentes. Antes que a mí habían perdido dos
niños y, para cuando yo nací, mi hermana ya tenía 8 años,
por lo que se abocaron a la dulce bebé con alma, vida y
corazón. Cosa que ni mi hermana ni yo hemos podido
perdonarles, por opuestos motivos.
Para colmo, me pusieron en un enorme colegio de monjas
alemanas que eran insoportables. Tenía sólo dos amigas y
no muy confidentes que digamos. Podría decirse que era
una chica solitaria.
Para cuando conocí a Adolfo, jamás había hecho algo por
mí y tampoco creía que algún día debería hacerlo. Yo creo
que Adolfo pensó que jamás llegaría ese momento, tal vez
porque me veía cómoda siendo tan dependiente, o quizás
porque no podía creer que deseara huir de él, no lo sé...
Pero sí estoy segura de que nunca se le cruzó por la mente,
117
Graciela Mariani
y ese fue un punto a mi favor.
Una de las tantas veces que fuimos a pasar el día a la quinta
de la familia de Adolfo, a media tarde, tal como era mi
costumbre, me metí en el invernadero a pasear y a buscar
semillas para la casita de aves que había a un lado del
jardín. Tardé en encontrar las semillas, ya que en esa
ocasión los estantes estaban repletos de materiales diversos
(mi suegra había estado haciendo otro de sus cursos de
jardinería), había fertilizantes líquidos, en polvo y en
grageas, semillas y bulbos de varias especies, tierras fértiles
y un gran número de pesticidas líquidos y en polvo. Éstos
eran derribantes para moscas y mosquitos, veneno para
hormigas en granos y líquidos, venenos varios para
babosas y caracoles y dos más completos para todo tipo de
alimañas.
Yo aún no sabía qué clase de alimaña era mi marido, pero
tenía claro que era peligrosa, por lo que decidí mezclar en
un frasquito un poco de cada veneno y llevarme algo en
polvo, por las dudas.
Habría salido a su madre, sin duda, una mujer hermosa,
pero inmensamente fría y dominante, que sometía a todos
con su dura mirada.
Deposité las semillas en la casita para pájaros, dejé los
venenos bien envueltos en papel de cocina y en una bolsita
de nylon que saqué de allí, pasando luego por el toilette
para lavarme las manos y volver tranquilamente a tomar
otro cafecito en la galería con la familia.
Creo que la emoción se delataba en mi rostro, ya que mi
118
El operativo y otros cuentos callejeros
suegra me dijo como al pasar:
- Parece que te sienta bien el aire campestre, en este
momento te ves sorprendentemente radiante. Decíme
nena, ¿no me irán a hacer abuela tan joven y querer que me
deprima, ¿no?
Yo me sentí tan preocupada por ser descubierta, que la
acotación me pasó casi desapercibida y, rápidamente,
inventé una emocionante historia de celos por la comida
entre una paloma torcaza y un petirrojo. Fui tan tonta
durante toda mi vida, que a nadie le preocupaba mucho
mis historias, todos sonreían complacientemente y en
cuanto podían, pasaban a otro tema, más interesante y con
otro interlocutor.
Ahí creo que escapé por poquito...
Al llegar a casa no veía la hora de estar a solas en mi baño,
por suerte, Adolf (like Hitler) dijo que tenía que revisar
unos papeles en la computadora y ni apareció por mi
dormitorio.
Corrí con mi bolso al baño, cual chico que introduce un
sapo a la casa a escondidas de la madre; lo peor, es que yo
no sabía qué hacer con mi “sapo”.
Recorrí armarios, estantes, potes de crema y frascos,
finalmente encontré un par bastante adecuado, un gotero
con Flores de Bach y un envase de un cicatrizante en
polvo, al cual le quedaba muy poco. Puse el líquido en el
gotero y el polvo en el frasco de plástico, tirando el resto
por el inodoro, pero, la bolsita de nylon con el frasquito de
119
Graciela Mariani
mi suegra y dos o tres cosas que sobraron, me hicieron
palidecer de terror.
Finalmente, decidí camuflar todo como si fueran toallitas
higiénicas usadas; quedó bárbaro, pero no me arriesgué a
dejarlo en casa, y lo puse nuevamente en mi cartera para
tirarlo en otro momento.
A los dos días, cuando fui a tomar el té con mi madre,
cargué con el “bardo”; por suerte, ella decidió parar a
cargar nafta y yo aproveché para ir al baño, pese a sus
ruegos de que no fuera a un baño público, según ella,
infecto y asqueroso. Fue buenísimo, ya que dentro de éstos
hay un recipiente hermético en donde entra sólo un
apósito por vez; bueno, un socotroco, y luego se cierra
cayendo lo que uno puso, y vuelve a aparecer vacío. Yo,
por las dudas, tiré unas cuantas cosas después de “eso” y,
muy complacida, volví al auto; le di la razón a mi madre
con lo de asqueroso y nos fuimos como dos duquesas
dejando atrás “la prueba del delito”.
El tema es que dicha "prueba" me tenía tan loca que, en
mucho tiempo, no hubo "delito" alguno, y comencé a
dudar que en algún momento realmente lo hubiera.
Con el tiempo tiré el frasquito de veneno en polvo, ya que
no le había podido encontrar alguna aplicación lógica y me
quedé con el gotero.
La tirada del veneno en polvo fue otra pirueta digna de
alquilar balcones y, la conservación del otro frasco, con el
veneno líquido, fue otro tanto; mi vida por esos días era
apasionante y mi cuerpo segregaba adrenalina como nunca
antes.
120
El operativo y otros cuentos callejeros
Fue una época realmente buena.
Cuando toda esa algarabía terminó, me sentí como
aburrida.
Creo que me había acostumbrado a tener una vida secreta,
como esa gente que tiene amantes u otra familia, o tal vez
una profesión deshonrosa (a lo Belle de Jour).
Comencé a sentirme sola y, al experimentar nuevamente
mi vida rutinaria, retornaron mis jaquecas.
Esos dolores de cabeza tan persistentes, como lo dije
antes, son un capítulo aparte dentro de mi vida, ya que de
chica los sufría con frecuencia y, muchas veces, seguidos
de desmayos. Mis padres me habían hecho ver por los
mejores especialistas, los que diagnosticaron desde
epilepsia hasta tensión nerviosa y estrés.
Por todo esto, para cuando me conoció Adolfo, yo había
sido una chica sumamente mimada y cuidada, un poco
aniñada, y de pocos amigos; es decir, alguien hecho a la
medida de sus expectativas.
Las jaquecas son algo terrible para quien las padece y para
los de su entorno, estas producen un malestar general que
trae aparejado un terrible mal humor y, por ende, gran
irritabilidad.
Adolfo solía decirme que debido a mi padecimiento tenía
que tomarlo como un regalo de Dios el que no me
mandara niños, porque su sola presencia, podría
enfermarme.
121
Graciela Mariani
¡Qué tipo tan cínico!
¡Y yo con ese terrible dolor de cabeza que me hacía desear
aún más el verlo muerto!
Uno de los últimos especialistas que visité, me había
recetado un antiepiléptico que debía tomar en pequeñas
dosis y que parecía descomprimirme el cerebro; el tema es
que la jaqueca se iba pero yo quedaba totalmente agotada.
Finalmente, decidió que debía tomarlo regularmente, para
que hiciera un buen efecto.
Así empecé con la pastillita diaria que me hacía sentir
como una inválida.
Cuando comencé a sentirme mejor, retomé, ya como
costumbre, mis escapadas nocturnas a las habitaciones de
Adolfo, en medio de la noche, cuando él viajaba.
Una noche me pescó la cocinera cuando yo andaba
deambulando, eran las tres de la mañana, me preguntó qué
hacía allí y le respondí que debía tomar una pastilla y,
como sabía que mi marido guardaba agua mineral en el
frigobar de su estudio, me había acercado a buscarla. A sus
protestas, respondí que no me había parecido apropiado
despertarla por tan poca cosa.
Y la cosa pasó, pensé que sin ton ni son...
A la semana, como al pasar, Adolfo me mencionó el
hecho.
A mí me sonó a reproche.
Él dijo que el personal de servicio estaba especialmente
para atenderme y, mucho más, cuando él se encontraba
ausente, por lo que no debía dejar de llamarlas cuando lo
122
El operativo y otros cuentos callejeros
necesitara.
Allí sugirió que la cocinera durmiera en la habitación
contigua a la mía, cuando él viajara.
Me negué rotundamente, argumentando que no podría
reposar tan cerca de una sirvienta sin sentirme humillada.
Conocía bien su veta racista y coincidió conmigo en que
tenía razón, y que continuáramos como hasta entonces.
Al otro día trajo a un decorador e hizo remodelar esa
habitación pequeña pegada a la mía, transformándola en
un estar íntimo para mí, equipada incluso hasta con una
computadora con Internet y, por supuesto, con un
frigobar.
Yo no sabía si sentirme intimidada o darle las gracias, el
saloncito quedó precioso, la computadora era algo tan
novedoso y que fuera sólo para mí, me tenía de lo más
emocionada.
Luego de ello siguieron días de gran romanticismo y hasta
compartimos algunos desayunos juntos en mi saloncito
privado.
¡Me sentía una geisha!
Con todo eso y con las jaquecas que habían cesado, mi
estado de ánimo mejoró y pensé en tirar también el frasco
de veneno; finalmente, decidí que si bien no lo usaría, me
quedaría con él porque, además, me hacía sentir segura.
Me inscribí en un curso de Internet para beginners; estaba
feliz.
123
Graciela Mariani
Una mañana, después de haber pasado la noche juntos, y
luego desayunado tomados de la mano en mi saloncito, yo
sentí que tocaba el cielo; luego de eso, algo extraño sucedió
en un determinado momento, cuando sentí que me miraba
de una manera muy extraña, no recuerdo bien cómo, pero
me hizo segregar adrenalina. Eso que percibí, lo conocía
muy bien, …era un gran temor.
Traté de disimular y me hice la tonta, como de costumbre,
iniciando un relato estúpido sobre una compañera de
pintura sobre porcelana; Alfredo simplemente miró el reloj
y dijo que se le hacía tarde para una reunión, y se fue.
Comencé a preguntarme el porqué de tantos halagos, ya
que, normalmente, luego de hacer el amor, solía irse a su
cama. Esa noche se había quedado y, además, había tenido
la deferencia de desayunar a solas conmigo, incluso con un
sentimiento de complicidad.
Tenía demasiados porqués y ni una somera idea de las
respuestas.
Volví a repasarlo todo cuidadosamente, qué había pasado
de extraordinario durante esa semana, a qué reuniones
habíamos ido... No sé, todo esto era ridículo... Había
coqueteado con alguno que otro, pero no ignoraba que ese
era un juego que lo seducía, ya que ambos sabíamos que yo
era solamente suya y que lo seguiría siendo por siempre.
Otra vez a estar alerta, los desvelos nocturnos, las dudas y
los temores.
124
El operativo y otros cuentos callejeros
Tal vez ese era el juego, el mantenerme en una tensión
constante, que volvieran mis jaquecas y el conservarme
recluida para que no lo moleste... Definitivamente, no
pensaba volver a las jaquecas y a los temores por lo que,
para mantenerme lúcida, tendría que jugar el juego sin caer
en la trampa. Después de todo era un nuevo desafío y, al
fin y al cabo, para eso me había estado entrenando.
Lo primero que hice fue deshacerme del frasco de veneno,
por sí las moscas.
Cuando Adolfo llegó, lo hizo con el médico que me estaba
atendiendo; éste me examinó, y prescribió una cura de
sueño...
Yo me puse tan nerviosa que la presión me subió a mil y
mi jaqueca se agudizó tremendamente, lo cual, para mi
desgracia, sólo confirmó su diagnóstico y posterior
tratamiento.
Me inyectaron algo y no supe más nada...
Cuando desperté no podía despegar los ojos, los párpados
me pesaban horrores y el cuerpo no me respondía. Sentí
una molestia en el brazo izquierdo y vi que tenía suero
inyectado con una cánula, no podía quitármelo. Alguien
vino y me dio agua, me preguntó cómo me sentía, pero a
mí no me salían las palabras y creo que volví a dormirme.
El día que pude abrir los ojos, comencé a llorar en silencio.
El suero seguía allí en su lugar y yo estaba conectada a un
par de aparatos que me monitoreaban...
¿Habría tenido un ataque cardíaco?
125
Graciela Mariani
No me acordaba de nada, sentía una densa nube dentro de
mi cabeza, como si me taponara los pensamientos. Tenía
sólo reacciones instintivas e involuntarias.
Desordenadamente, intenté ordenarme un poco...
Estaba en una especie de clínica, lujosa, al parecer por el
aspecto armoniosamente decorado de la habitación, y por
lo sofisticado de los aparatos que me rodeaban.
Sin duda, nunca había estado allí antes, ya que por más
drogada que me encontrara, no recordaba el estilo del
decorado, o la forma de las ventanas.
Éstas eran muy particulares, amplias, antiguas y con un
arco de medio punto que las remataba.
La habitación era inmensa y la decoración fastuosa. Parecía
más bien un hotel de lujo en Nueva York, que una clínica
psiquiátrica en Buenos Aires.
Por lo que llegaba a ver con el rabillo del ojo, tenía una
toilette, una cómoda inglesa y un butacón a lo Laura
Ashley, completando la zona dormitorio. Luego de una
gran arcada había un estar con sillones y, a un lado, una
mesa redonda con cuatro sillas.
Si no me hubiera sentido tan mal, estaría feliz de
encontrarme allí...
Sentí un imperceptible ruido y me hice la dormida, era una
enfermera que me hablaba suavemente; yo no le respondí,
y seguí con mi simulacro de respiración profunda.
La enfermera caminó hacia la sala y llamó desde un
126
El operativo y otros cuentos callejeros
intercomunicador interno, escuché sólo murmullos y no
pude discernir nada de lo que estaba diciendo.
En realidad, era poco lo que podía percibir de todo eso;
por un momento, pensé que en realidad estaba soñando y
que, de un momento a otro, despertaría en mi cama, como
todos los días.
Supe que era al médico a quien había llamado cuando éste
habló bastante cerca de mi cama.
Estaban hablando de mí y de cuánto de tal o cual
medicamento debían continuar suministrándome en el
suero... Pronto deduje que el galeno le estaba hablando a
otro hombre, cuando este otro, dijo algo como “debe
seguir dormida”…, era la voz de Adolfo.
Hice un esfuerzo supremo para no dar un grito.
El médico dijo que no, que más tiempo podría resultar
letal o producir un daño cerebral irreversible y que él no
podía arriesgar tanto su carrera y prestigio, que hasta allí
había llegado y que lo que fuera, debía dejarlo en sus
manos.
Más o menos fue lo que entendí, y me horroricé por lo que
me estaba haciendo, aunque, en el fondo, ya nada debía
extrañarme de él.
Creo que se fueron o yo me dormí de nuevo, porque me
desperté cuando una enfermera me estaba cambiando unos
pañales desechables. Deduje entonces que más que un
sueño, era una pesadilla y de las largas.
Cuando me moví o me quejé, la mujer me habló, yo no
127
Graciela Mariani
quería que supiera que estaba despierta, tenía miedo de que
me atontara de nuevo...
¿Y si me dejaban como un vegetal? ¿Qué derechos tenía yo
en ese momento?
Todo se desvanecía en una noche eterna y oscura, muy
oscura.
La siguiente vez que escuché voces, pude distinguir que era
la enfermera y el médico; parece que éste le preguntaba,
aparentemente preocupado, acerca del motivo por el cual
yo todavía no me había despertado.
Al día siguiente, cuando me habló, parpadeé, en señal de
que estaba consciente.
Me comentó que debía comenzar a recuperarme para
poder comer y para que me sacaran el suero; que me
valiera por mí misma para ir al baño y ducharme, que el
peligro ya había pasado, que ya no debía preocuparme y
que mi marido vendría a visitarme muy pronto...
Hubo un revuelo, ya que cuando mencionó a Adolfo, se
me aceleró el ritmo cardíaco; ocurrido esto, me atendieron
y no volvió a mencionarlo. Extraño, ¿no?
Yo me fui reponiendo lentamente y, después de un
tiempo, me retiraron los aparatos y el suero; de todo ello,
me quedaron sólo un par de moretones.
Allí pude ver que las paquetas ventanas tenían rejas
ornamentales, pero rejas al fin...
Parecía que me pasaría la vida encarcelada y, como dice
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El operativo y otros cuentos callejeros
una vieja canción mejicana, “aunque la jaula sea de oro, no
deja de ser prisión”.
Con el tiempo me repuse bastante bien, aunque no podía
retener nada en la memoria, ni siquiera la fecha de la última
vez que había estado en mi propia casa. Me sentía perdida
sin mis cosas, sin mis libros y sin mis notas.
Al comentárselo a la enfermera, ésta me trajo unos libros
de la biblioteca de la clínica, no eran gran cosa, pero algo
era mejor que nada.
Cuando le pedí un cuaderno y lapiceras, me contestó que
no era conveniente que me agitara pero, a los pocos días,
me trajo otro libro, de los que se usan para las actas
societarias y un par de biromes, recomendándome que los
escondiera de la vista de los demás.
Parecía tener a alguien que era amistoso, pero yo ya había
aprendido a no confiar en nadie y que la amistad ni el amor
existían en mi particular mundo y, como era desconfiada,
sólo escribía unas pocas líneas intrascendentes cada día,
sólo para poder ir contando los días y comenzar a tener
noción del tiempo.
Mañana, tarde y noche habían pasado a ser fundamentales
en mi vida.
Me seguían suministrando un par de medicamentos y unas
vitaminas, uno de ellos era el que yo había venido tomando
en los últimos tiempos, pero en dosis considerablemente
más altas.
Con el tiempo aprendí a diferenciarlos y a poder discernir
cuál tomar y en qué cantidad, ya que las enfermeras me
129
Graciela Mariani
habían brindado confianza y me dejaban los remedios para
que yo misma los tomara después de cada comida.
Debo confesar que fue una verdadera hazaña, ya que para
distinguir cuál era la dosis y el medicamento indicado, tuve
que ir alternando con casi todos, y esto me produjo un par
de desequilibrios, nada importantes, en comparación con
lo que había estado padeciendo.
Esto me costó un par de meses, pero lo logré, ya me sentía
más recuperada y las enfermeras me sacaban a pasear por
el jardín y a nadar en la piscina climatizada. Yo
aprovechaba el ejercicio para recuperar fuerzas, no era muy
difícil, las otras internas eran pocas y estaban muy dopadas.
¡Este lugar debía ser carísimo! Por lo tanto, había que
aprovecharlo.
Los masajistas eran muy buenos y la comida inmejorable,
así que inicié una dieta con la nutricionista y una rutina
para el sofisticado gimnasio, tomándolo como si fuera una
cura rejuvenecedora y desestresante en un spa suizo.
El cambiar mi predisposición mental, consiguió que
comenzara a tener esperanzas nuevas y confiara cada vez
más en mí misma.
Un día aparecieron mis padres... ¿Dónde habrían estado
todos esos meses?
Me contaron que estaban en un crucero por las Islas Fidji,
cuando Adolfo los llamó, para comentarles mi
descompensación cardiaca y mi pronta recuperación.
130
El operativo y otros cuentos callejeros
¿Realmente creerían toda esa basura?
En fin, ellos comprarían cualquier buzón que Adolfo les
vendiera, y yo no podría hacer nada al respecto.
Dijeron que el médico les había recomendado que la visita
fuera breve y, al poco rato, se fueron prometiendo regresar
la próxima semana.
Parece que la clínica se encontraba en algún lugar a 700
Km. de Buenos Aires, y sólo se podía llegar allí en avión
privado.
Se notaba claramente que Adolfo había aprovechado bien
su carnet de piloto y sus miles de horas de vuelo.
De salir por mis propios medios de allí, ni qué hablar. Eso
me desanimó bastante y estuve muy desganada esa semana;
el personal debía empujarme, literalmente, para realizar mi
rutina acostumbrada...
¡Yo ya había perdido el deseo de vivir!
¡Adolfo había ganado la guerra, finalmente!
Adelgacé y empalidecí mucho más y mis padres se fueron
bastante preocupados de su siguiente visita.
Parece que la cosa no fue tomada de buen ánimo, ya que el
médico vino a verme seguido y comenzó con inyecciones
de algo que podrían ser vitaminas o un antidepresivo.
Parece ser que a la semana siguiente estaba un poco más
animada y mis padres se fueron más contentos, tanto que
prometieron llevarme al campo en cuanto estuviera un
131
Graciela Mariani
poco más fuerte y el médico me autorizara a abandonar la
clínica, aunque más no fuese por unas cuantas semanas.
¡Epa! Esa sola idea hizo en mí el efecto de mil
antidepresivos juntos.
Salir, estar nuevamente en mi campo, en mi dormitorio de
niña, algo que siempre me pareció tan aburrido y alejado
del mundo, ya que era allí donde pasaba mis vacaciones y,
también cuando creían que debía recuperarme de alguna
convalecencia... Y ahora, parecía la puerta hacia mi
libertad, un solo día fuera de esa clínica, uno solo era
cuanto quería en la vida.
Era increíble lo que me estaba pasando, si alguien me
hubiese dicho que pasar unos días en el campo de mis
padres llegarían a ser las aspiraciones más importantes de
mi vida, hubiese creído que estaba loco.
La vida cambia y uno cambia con ella o muere, no queda
otra opción...
Curiosa la vida.
¡Qué lugar común!
Adolfo no volvió nunca, solo recibía sus e-mails, escritos
siempre con las palabras medidas y justas.
Yo temía que no me permitiera ir al campo de mis padres,
pero parece que la presión paterna y la del médico deben
haber podido más, o tal vez él cambió de opinión y decidió
tenerme nuevamente...
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El operativo y otros cuentos callejeros
Nunca lo supe…
La avioneta de Adolfo se estrelló en la cordillera, cuando
se dirigía a Chile.
Yo hacía dos semanas que me encontraba en el campo de
mis padres, con Rosa, la cocinera, mimándome como
cuando era adolescente, y gozando de todo lo que me
ofrecía la bendita vida que había recobrado.
Nunca más volví a la clínica ni al piso de Recoleta.
El abogado de mi padre y su administrador me ayudaron a
deshacerme de todo sin tener más que poner un par de
firmas en unos papeles.
De mis pertenencias anteriores, no me llevé nada, hice
vender hasta las joyas, donar los muebles y ropas,
indemnizar a las "carceleras" y el pasado quedo atrás para
siempre.
Desgraciadamente, mi mente no se pudo deshacer tan
fácilmente del infierno pasado, tenía pesadillas, me
encontraba inapetente y nada me entusiasmaba…
Mis padres se preocuparon tanto que me llevaron a varios
especialistas, un clínico, un endocrinólogo, una
nutricionista y hasta a un vidente-mano santa.
Pero nada daba resultado…
Lo que no lograba entender eran dos cosas, una, el porqué
del comportamiento tan destructivo de Adolfo para
133
Graciela Mariani
conmigo, y dos, cómo yo le había permitido todas esas
vejaciones.
En medio de toda esa incógnita, el abogado de mi padre
nos sugirió encargarle a una agencia de investigación, de su
confianza, el realizar un estudio de rutina sobre el pasado y
negocios de Adolfo, para descartar la posibilidad de un
atentado, que pudiera luego poner en peligro mi propia
vida. Así se hizo.
La investigación dio como resultado que el padre de
Adolfo no había muerto de un ataque al corazón, como se
decía, sino que se había sido asesinado por unos ladrones
que quisieron robarle.
De acuerdo a los archivos de la investigación policial,
realizada a propósito de la muerte del padre de Adolfo, él
junto con su hijo mayor, Adolfo, quien por ese entonces
tenía sólo doce años, fueron un viernes por la tarde a la
Casa Quinta de la familia, con el objeto de encender la
calefacción y las chimeneas, pasar la noche juntos y que la
casa estuviera ya climatizada cuando llegara su madre y su
hermanita al día siguiente. La niña sufría de espasmos
bronquiales, por lo que los padres se esmeraban mucho en
protegerla de todo aquello que pudiera llegar a afectarla,
aunque sea ínfimamente.
Al parecer al llegar sorprendieron a unos ladrones que no
contaban con su temprano arribo. Y por los destrozos
ocasionados en el lugar, parecía haber habido una pelea, y
por los datos aportados por el niño los hombres se
encontrarían en estado de ebriedad.
A la mañana siguiente, cuando llegó la señora encargada
134
El operativo y otros cuentos callejeros
del mantenimiento de la casa, se encontró con un cuadro
escalofriante. Tanto el niño como su padre se encontraban
atados y amordazados a las sillas del comedor y estaban
cubiertos de sangre.
El padre había sido muerto a golpes y el niño se hallaba
inconsciente y posiblemente violentado.
Los homicidas jamás fueron encontrados y luego, según la
versión dada por la familia, el niño habría presenciado el
asesinato de su padre y lo habrían golpeado para asustarlo
y que no hablara, de la violación no se habló nunca.
Lo que había mantenido con dudas a la policía, era que el
chico había sido llevado inmediatamente a Buenos Aires e
internado en la mejor Clínica del momento. Pero dado que
el asesinato era un delito más grave y lo otro podría
lastimar la integridad y el futuro de un niño, no dieron
curso al tema.
En cambio sí continuaron investigando el robo y asesinato,
pero, por falta de datos o debido al escaso personal, la
policía archivó el caso y el tema quedó en el olvido.
Por supuesto, la historia me impactó y consulté con un
especialista al respecto.
Éste era considerado por mi propio médico clínico, como
un excelente psiquiatra.
El hombre en cuestión era un poco extraño, delgado y
encorvado, con la curvatura típica de quien pasa largas
horas sentado a un escritorio, con una barba rala, canosa y
con gruesos anteojos que ocultaban su mirada. Sentí unos
irresistibles deseos de salir huyendo, pero me sobrepuse;
después de todo, tenía un objetivo por cumplir.
135
Graciela Mariani
Le expuse el caso adjuntándole copias de todos los
informes que me habían sido entregados por los
investigadores. Me propuso concertar una nueva entrevista
para darle tiempo para estudiar el caso.
Finalmente, me encontré asistiendo a su consultorio dos
veces a la semana y, sorprendentemente, ese hombre de
aspecto curioso, me había hecho sentir cada vez más
cómoda y confiada…
Me hizo entender que, independientemente de las razones
que llevaron a Adolfo a ser un border line, yo debía
restaurar mi propia autoestima y, para ello, me propuso un
plan de trabajo.
Me pareció muy coherente su propuesta y la acepté.
Había estado asistiendo a sus sesiones a lo largo de siete
meses, cuando mis padres me invitaron a compartir un
viaje por Europa.
El “psi” insistió en que lo hiciera, ya que podría ser una
buena oportunidad para comprobar lo mucho que yo había
avanzado.
A mí me daba miedo, pero también me entusiasmaba
dicho viaje, pasear, con mis padres y a solas, recorrer las
orillas del Sena…, aunque me recordara a Adolfo. Creía
que ya era tiempo de superarlo.
Hoy en día vivo en un campo cerca de Sídney, Australia.
Estoy casada con un velludo y bonachón ingeniero
agrónomo, que conocí con mis padres, visitando la
Exposición Anual de la Alimentación en París.
Tenemos dos hermosos hijos y jamás hablamos del
136
El operativo y otros cuentos callejeros
pasado. Yo soy inmensamente feliz con la más mínima
sonrisa de mis pequeños hijos o con el menor gesto de
afecto de mi adorable y dulce marido.
Soy feliz viendo a mis hijos que juguetean con los perros,
andando a caballo con mi hijo mayor o pescando en el lago
todos juntos...
Soy absolutamente feliz de estar viva, día a día y poder
compartir todo esto con mis seres queridos.
Me siento tan libre y plena, que jamás me cansaré de
agradecerle a la vida lo afortunada que soy.
Al fin y al cabo, el destino fue generoso conmigo y cada
vez creo más en aquel viejo refrán árabe:
"Siéntate a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de
tu enemigo".
Parece que, a los malintencionados, el destino mismo se
encarga de hacerlos caer en su propia trampa.
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Graciela Mariani
Morir de Amor
Eran las cuatro de la tarde cuando Loreta bajo del
colectivo que la llevaba de su clase de baile a la de canto,
138
El operativo y otros cuentos callejeros
en Palermo Viejo, cerca de su casa.
El tiempo estaba pesado, y el cielo grisáceo auguraba una
lluvia tarde o temprano.
Ella era muy joven, casi una nena, que dotada de un rostro
angelical, ojos enormes y cuerpo sinuoso, tenía ese andar
felino de algún antepasado mulato.
Era Jueves y los jueves siempre se encontraba con las
chicas. Tomaban cerveza o café y boludeaban hasta
cualquier hora. Les divertía y les ayudaba a soportar las
semanas rutinarias.
En general se veían en el pub en donde Loreta trabajaba,
de tal manera que podía estar con ellas en los momentos
de menos trabajo.
Al principio comenzaron a hacerlo de manera esporádica.
Después que terminaron el colegio, se sentían raras en sus
nuevos ambientes de estudios. Extrañaban los recreos, los
chismes y las cargadas.
Después lo fueron haciendo con mayor continuidad y
luego establecieron un día fijo.
Desde que Loreta trabajaba en el pub, lo adoptaron.
Carolina era la líder, ella todo lo podía, estudiaba
antropología y los dos últimos veranos los había pasado
visitando diferentes tribus en el Amazonas. Fue durante
uno de sus viajes que conoció a Francisco, se amaban y
pensaban casarse a fin de año.
Valeria era la tímida, pero toda una erudita, ella las sacaba
de cualquier duda en todo momento. Había sido la mejor
139
Graciela Mariani
alumna siempre y nadie dudaba que sería una excelente
médica, además ginecóloga probablemente. Se había
casado hacía ya dos años con un médico que había sido
uno de sus primeros profesores. Aun no pensaban en tener
hijos por unos años. Les quitaría libertad.
Chiqui era la típica ansiosa psicoanalizada, escapada de una
película de Woody Allen.
Tal como la lógica lo indica, estudiaba psicología, pero en
una Universidad privada. No vaya a ser que se juntara con
la chusma. Estaba medio viviendo con Miguel desde el
ciclo básico y su pareja siempre estaba en crisis.
Romina era término medio en todo. Vivía desde hace casi
tres años con su novio de la escuela, estudiaba Diseño
Gráfico. Pero por sobre todas las cosas detestaba a los
new-rich y todo aquello que consideraba kitsch. Parece que
soñaba con ser una versión femenina de Versace con sus
diseños. Bueno, ella era la artista del grupo.
A Loreta le molestaba mucho el ser la única de ellas para
quien una relación estable jamás pasaba de los dos meses.
Empujada un poquito por la abrumadora estabilidad
amorosa de sus amigas y ante las más frecuentes preguntas
suspicaces de Chiqui, se había inventado un novio.
Inspirada en aquel fotógrafo canadiense que había
conocido en el boliche el año pasado y con el que salió
durante su estancia en la Argentina, creo a Jean Pierre.
Bueno en realidad él ya había sido creado por la natura, ella
solo creo la relación, o más bien la recreo, pero para la
novela gótica que recién comenzaba.
140
El operativo y otros cuentos callejeros
J.P. había entrado a su vida en un momento de debilidad,
tal como se apoderan los espíritus de un ser vivo y tal
como esos despojos astrales fue invadiendo su cuerpo
poco a poco.
Fue en diciembre, antes de Navidad, cuando Buenos Aires
estaba sofocante por el intenso calor y hedía, como
callejera barata y roñosa de pelo revuelto y uñas negras. La
gente en la calle estaba insoportable, la falta de dinero, la
compra obligatoria de regalos, las cenas de despedida, las
reuniones entre amigos, las fiestas en familia.
Todo era irritante.
Las chicas estaban ocupadas para esos días y habían tenido
ya su reunión de fin de año con una gran panzada de pizza,
helado y cerveza mexicana, tanta que a Loreta todavía le
dolía la cabeza de solo pensarlo.
Caro y Pancho se habían ido, mochila al hombro, al norte
de Bolivia, en busca del eslabón perdido. Valeria tenía
exámenes y guardias. Chiqui estaba en Pinamar con la
familia de Miguel y Romi y Juan se había ido a Barbados a
un club privado, to spend a few happy hours.
Loreta amaba ese Buenos Aires pestilente y ruidoso,
desordenado y candente, desbordante, exacerbado y
canyengue como tango de arrabal.
Por eso cuando sus ojos se encontraron con el azul
profundo de los de J.P., se enamoró y chau.
No hubo rodeos, ni juegos seductores, ni palabras huecas
141
Graciela Mariani
para llenar el tiempo, tomaron bastante, fumaron un par de
porros y durmieron juntos, como quien se toma un café, o
una coca.
El español de él era algo elemental y su ingles no tenía una
sola hache aspirada, resultando gracioso pero
incomprensible para los escasos conocimientos de Loreta y
¿para qué tenían que hablar?, si no había nada que decir.
Así sin demasiadas palabras pasaron días y un par de
semanas.
La mano venia algo alternada, porque J.P. viajaba por el
laburo.
En total no habían pasado mucho tiempo juntos, pero él la
invitó a Angra dos Reis por unos días, allí tenía amigos y
pararon en un grupo de cabañas precarias con gente algo
excéntrica por no decir horrorosa y de aspecto peligroso.
La mano ya venía pesada para cuando J.P. y la banda
empezaron a tomar descontroladamente todo tipo de
bebidas blancas. Primero con jugo de frutas y garotas,
luego solas y Garotos.
Allí la merca hizo su entrada triunfal y Loreta, ni lenta ni
perezosa, se tomó el palo un par de días antes de lo
planeado.
Él apareció una vez, pero no hubo onda y en otra ocasión
le mando una postal de Montreal, una de esas con varias
imágenes juntas de la ciudad nocturna, un horror.
Pero fue suficiente para dar pie a la gran novela del
caballero andante para sus amigas, cuando reanudaron
finalmente sus encuentros, a mediados de Marzo.
Entre las clases, el laburo y su sofisticado romance, llenaba
142
El operativo y otros cuentos callejeros
su vida y sus charlas con las chicas siempre daban un
nuevo e inesperado rumbo a la historia, que se construía
así, sobre la marcha, como la vida.
A medida que paso el tiempo J.P. era mejor fotógrafo y
por qué no camarógrafo a punto de ingresar en la CNN, su
aliento olía a café recién hecho en lugar de alcohol, y era el
impulsor anónimo de campañas anti-droga. La amaba
tanto que no soportaba la vida sin ella y por eso Loreta
debía volver temprano a casa a la espera de su llamada
diaria.
Con una y otra cosa las reuniones con el grupo de los
jueves se fueron haciendo más cortas y espaciadas. Jean
Pierre había recuperado su nombre completo no solo el JP
que acostumbraba y empezaba a ocupar casi todo su
pensamiento.
Lo extrañaba terriblemente, su mente no podía alejar ni
por un momento esa mirada azul profundo, casi no comía,
se le caía el pelo y no podía sincronizar el paso de baile ni
memorizar canciones, ni limpiar la casa, ni lavar la ropa...
La realidad y la fantasía se entremezclaban
desordenadamente y sin control.
Loreta entendía que la situación había escapado a su
control y sin control no tenía vida. Para recuperar su vida,
J.P. debía desaparecer.
Pero como hacer desaparecer a quien no está, una relación
que no existe. ¡Maten al fantasma! Claro, si lo encuentran.
En fin, su J.P. debía morir de cualquier manera.
143
Graciela Mariani
Era una muerte ficticia, de un amante ficticio, para una
relación ficticia, lo cual no
tenía nada de malo en sí mismo.
Pero su corazón se negaba a dar muerte a lo que su razón
le dictaba. Así era como Jean Pierre moría y resucitaba
continuamente.
De pronto sucedió algo inusitado. Alguien voló un avión
atestado de pasajeros apenas despego del aeropuerto de
NY, y allí cayó al mar sin un solo sobreviviente.
La tragedia fue muy shoqueante ya que USA se preparaba
para las Olimpiadas del ‘96, y un ataque presumiblemente
terrorista no estaba en los planes de su gente.
El avión se dirigía a Francia y el pasaje en su mayoría eran
europeos o americanos que iban a visitar parientes, era
horrible, pero un canadiense francés encajaba perfecto.
Loreta lo puso entre los desaparecidos y sus amigas no la
dejaron ni un momento sola, acompañándola en su dolor.
El tiempo pasó, la rutina volvió, la vida de las chicas
retomo su ritmo y Loreta volvió a la carga como si tal cosa.
Se sentía tan aliviada de no tener que seguir inventando
historias que su baile se recuperaba vertiginosamente, su
voz recuperó su fuerza y tono. Pudo volver a su trabajo en
el Pub y a pasarla bastante bien.
Pero llegó diciembre y con él aquel profundo vacío que
deja en el alma un amor perdido.
144
El operativo y otros cuentos callejeros
Buenos Aires palideció, las chicas se esparcieron y la
melancolía se apodero de Loreta.
Encontró consuelo en sus amigos de la adolescencia, los
poetas románticos, Bécquer, Rubén Darío, Amado Nervo,
Alfonsina Storni, Sor Juana Inés de la Cruz, Neruda, y
algún par más que no recuerdo.
Ellos mitigaron su dolor acompañándola en las noches
hasta las primeras luces del amanecer, cuando agotada de
llorar caía sin fuerzas por ahí, donde el cansancio y el
sueño inquieto la encontrara.
Pidió, de nuevo, un permiso en el laburo, total si la rajaban
ya no le importaba. En el conservatorio tenía vacaciones y
la profesora de canto siempre suspendía por el verano,
para ir a visitar a su familia a San Juan.
Loreta se dejó invadir por esa dulce y adormecedora
melancolía, dejo de salir porque se sentía desganada y dejó
de comer porque se terminó la comida. Se alimentaba de
poemas y de lágrimas.
Fue entonces cuando comprendió que era inevitable que se
reuniera con su bien amado. Pero una unión cósmica, en el
plano astral, donde las almas se funden en un batir de alas.
La idea la animó, se levantó de su letargo y preparo un
bolso. Fue a Constitución, tomo un tren y se bajó en Mar
del Plata.
Tomo un taxi hasta la playa y comenzó a caminar entre la
gente hacia el norte.
145
Graciela Mariani
Se baño, se secó, paso el día... y al anochecer Loreta pudo
llorar tranquila mirando al mar.
Finalmente se levantó, con elegancia y con paso firme, esas
jóvenes piernas de bailarina la condujeron al mar. Bailando
con las olas, cantando “... te vas Alfonsina con tu soledad...
que poemas nuevos fuiste a buscar… “y perdiéndose en el
horizonte, se reunió al fin, con su amado…
Mate con tortas
fritas
146
El operativo y otros cuentos callejeros
Todo parecía suceder en esa terrible tarde de lluvia...
El viento hacia temblar las ventanas y los viejos postigones
chirriaban y se golpeteaban con el sonido más tenebroso
por mi conocido. Gruesos chorros caían con fuerza desde
el cielo como si los mares se hubieran dado vuelta y se
ensañaran con nosotros. El agua se escurría por todos
lados creando grandes lagunas en el campo. Algunas
rendijas goteaban y silbaban extraños cantos. Los altos
álamos, robles, tipas y eucaliptus sacudían y
desparramaban sus ramas bajo la lluvia como si realizaran
una acongojada y mórbida danza ritual.
Los animales habían desaparecido del paisaje, con
excepción de Tigre, el gato de la abuela, que miraba
temeroso el agua espumante desde su escondite, en las
molduras del tejado, junto a la galería. ¿Porque no estaría
durmiendo acurrucado junto a Chispi en uno de los
sillones de la galería? Chispi era esa gatita suave y blanca
que sorprendía en la oscuridad como una pequeña chispita
refulgente.
Yo, sin embargo, sabía que estaba a salvo, querida y
cómodamente instalada sobre la gran mesa de madera de la
cocina, atenta al sereno ir y venir de Juana, abriendo y
cerrando tarros, amasando, preparando el agua, la sartén y
un gran pote de grasa de vaca, cucharas de madera, azúcar,
fuentes y muchas, muchas... otras cosas más.
Ella, mientras iba y venía, me hablaba con voz muy dulce,
contándome pequeñas historias infantiles. Pero, aunque
147
Graciela Mariani
intentara distraerme yo no perdía pisada del ritmo de su
casera fábrica de Tortas Fritas.
Tomaba pequeños pedazos de masa entre sus manos y
aprecia aplaudirla, hacia ruido con ellos moviéndola
rápidamente de un lado al otro. Y para cuando la apoyaba
sobre la tabla, allí estaba: redonda, perfecta y con un hoyo
en el medio.
La cacerola de hierro que había puesto sobre el fuego con
la grasa, había comenzado a hacer unos crujidos raros pero
Juana la miraba complacida y vigilaba si el fuego necesitaba
más leña, abriendo y cerrando una puertita de hierro de la
enorme cocina de campo.
Para cuando termino con la masa, ya la olla hacia un
chasquido continuo y despedía un olor sumamente
agradable.
Juana tomó una especie de cuchara con agujeros y mango
muy largo y fue metiendo en la olla poco a poco una a una
sus hermosas tortitas. Las cuidaba removiéndolas y al rato
las sacaba cuando tenían un color castaño claro con
pequeños globitos por todos lados.
Las iba poniendo sobre una gran fuente a la que le había
puesto unos papeles blancos encima, después, ponía en un
tarro raro, mucho azúcar y las rociaba con ella por ambos
lados.
Yo ya había conseguido comerme una y tener otras dos
enfriándose en un plato, con mermelada de tomate arriba,
148
El operativo y otros cuentos callejeros
pero ya lo suficientemente tibias como para que Juana me
dejara tocarlas de cuando en cuando. Para entonces ella ya
iba por las últimas que quedaban.
En el otro extremo había una gran bandeja de plata en la
que había puesto el mate, uno alto con pie (el preferido de
mi Abuelita), también había jalea, mermelada de tomate,
bizcochos, azúcar, la tetera rara y grande, llena de agua
humeante y una fuente grande con una carpeta de hilo
bordado, llena pero muy llena de Tortas Fritas.
Cuándo terminó con la última, sacó la olla del fuego y la
puso bien lejos, ¡ah! Pero primero puso todo el líquido que
tenía adentro de un jarro grande de barro, que dejó
arrinconado.
Finalmente y con cara de gran satisfacción (yo ya conocía
esa cara) dijo -- Venga mi cielo, vamos a llevarle el mate a
la abuela. -- Me tomó entre sus brazos, me limpió la boca y
las manos, me dio un beso y me puso en el suelo.
Con el placer de haber colaborado en tan importante tarea,
corrí primera hacia el jardín de invierno, en donde la
Abuelita estaba entretenida con su bordado.
-- Querida -- dijo con su voz tierna, suave y tintineante al
venir y dejando a un lado su tarea continuó:
-- ¿Ya termino Juana en la cocina? --
Yo me reí con toda la picardía de un cómplice amado.
Me bamboleaba como una bailarina de cajita de música,
sabiéndome acariciada por su mirada.
149
Graciela Mariani
La lluvia empañaba los vidrios, haciendo el interior aún
más acogedor y seguro.
Mientras tanto Juana aparecía con la gran bandeja en la
mesa del servicio.
Y la Abuelita dijo suspirando y como para sí misma:
-- ¡Ah, que placer! ¡Nada mejor para una tarde de lluvia que
un buen mate con tortas fritas! --
Y sus palabras aun vienen a mi mente cuando la lluvia
repiquetea en mi ventana.
Entonces me llega ese cálido olor a grasa de vaca, de yerba
caliente, de pasto mojado y aquel perfume suave con olor a
violetas que usaba mi abuela.
Lo siento vivido, lo siento persistente y aquí mismo.
Aunque mis chorreadas ventanas miren al Central Park, y
mi computadora se queje un poco cuando la dejo para
observar la lluvia caer fuerte y pareja.
Y pienso, no ya en la distancia o en la muerte, sino en lo
imperceptible de aquellos cuarenta años que nos separan...
150
El operativo y otros cuentos callejeros
151
Graciela Mariani
Mujer afortunada
Amaneció ese domingo a las dos de la tarde. El hueco
entre las cortinas me mostró un cielo azul y radiante. Tantee
el teléfono y marque el interno de la cocina.
152
El operativo y otros cuentos callejeros
-- Si me diga -- contesto Rogelia
-- Soy yo -- dije con voz áspera y gomosa.
Ella ya sabía que debía hacer. Se apareció al rato con la
bandeja de mi usual desayuno, el diario y las tres revistas del
día. Sabía que no debía hablarme a menos que se lo pidiera,
no lo hizo y salió despacio, dejando tras de sí ese particular
olor a cocina.
Primero tomé el jugo de naranja y luego de desperezarme
fui al baño. La cara que encontré en el espejo, después de
lavarme los dientes, era la de una mujer hermosa de grandes
ojos rasgados y piel de durazno.
La contemple con una mezcla de satisfacción y extrañeza ya
que no era exactamente mi rostro, sino el producto de
costosas cirugías, que bien habían valido la pena y el
sacrificio.
El pijama de pantalón cortito y blusita de seda, que había
usado para dormir dejaba entrever un cuerpo duro y
cuidado, y el color salmón hacia resaltar con mayor
intensidad la blancura de una piel sin sol.
A lo lejos se oía la voz de Lucila, mi hija del primer
matrimonio, que puteaba a alguna mucama por algo, desde
el solárium.
Ignacio, mi marido, habría ido a ver los caballos con
153
Graciela Mariani
Sebastián, su hijo mayor, porque tenían un partido por la
tarde. Ayer habían comentado lo del partido, entre la tercera
botella de champagne, los gin tonic y la blanca para seguir
entero, esa era la gran joda.
No dormíamos juntos, él tenía su propio dormitorio en
suite, en la planta baja, y no solía visitarme a menudo. En
base a ese pacto nos habíamos casado, ninguno de los dos
quería ser molestado, y el acuerdo nos beneficiaba a ambos.
Ignacio tenía ambiciones políticas. Él necesitaba una
esposa para pasar por hombre de familia, yo necesitaba su
dinero y protección.
Todo había funcionado bien hasta que llegó Antonio a
nuestras vidas, mezcla de macho latino y niño desvalido,
nuestro personal-trainer, nos había seducido a todos.
Él había triado la blanca María, caliente y fría, a nuestra
casa.
La primera experiencia fue alucinante, nada, absolutamente
nada en el mundo me había hecho sentir así, fue lo máximo.
Máximo estado anímico, máxima potencia sexual, máximo
todo.
Después, como animal salvaje, fue pidiendo más de mí y
cada vez dándome menos. Aunque me sangrara la nariz, no
podía vivir sin ella, el dolor de su ausencia se hacía
insoportable.
Ya no importaban las joyas, los viajes exóticos, la ropa
154
El operativo y otros cuentos callejeros
exclusiva. El dinero de Ignacio me podía dar mucho más
que todo eso: la más pura blanca jamás pensada.
La primera raya del día me dio ánimo para vestirme y bajar
al bullicioso ambiente exterior.
Elegí un conjunto de satén color hueso, que tenía una
especie de chaleco largo, estilo capa medieval. Cual
princesa de cuento de hadas hice mi aparición en la galería
de la barbacoa.
Había un pequeño gentío comiendo trocitos de salchicha
criolla a la parrilla y tomando cerveza alemana en grandes
copas alargadas.
El olor a carne asada me revolvía el estómago, me alejé
camino al bar en busca de algo espirituoso, pedí que me
llevaran una botella de Moet Chandon de una selección
privada, y una tabla de quesos, a mi lugar privado lejos del
ruido en una pérgola del otro lado de la gran pileta. Allí
siempre estaba mi set de toallas y accesorios preparados
junto a mi reposera relax, en el juego de ratán policromado.
Para la segunda botella, no había probado el queso e iba por
la quinta raya, cuando Lucila vino a visitarme.
Era preciosa, su pelo rojizo brillaba al sol dándole un
aspecto de fuego ardiente, sus ojos verdes parecían dos
grandes esmeraldas con la luz del día y su boca era pequeña
y perfecta. No había duda de que Alejandro y yo nos
habíamos esmerado mucho para gestarla, allí estaba el
resultado de tanta práctica. Lástima que también hablara.
155
Graciela Mariani
Su perorata era una larga protesta contra alguna de las
mucamas, algo tendría que ver los aullidos que había sentido
cuando estaba en el baño.
--... mama, la tenés que echar, no solo revisa mis cosas, sino
que es tan desagradable como aquella vieja que teníamos
cuando era chica, la de cara de huevo y olor a mierda. --
decía con voz mañosa de hija malcriada.
-- Cariño, yo no tengo contacto con la servidumbre. Es
Pascual, el administrador de Ignacio, el que se encarga de
los contratos y despidos. Te sugiero que hables con él. --
-- Pero Ma, sabes que ese tipo no me gusta. -- protesto.
-- Mandale un e-mail. -- respondí inmutable.
-- No ves que con vos no se puede hablar. -- dijo
enérgicamente y dándose media vuelta se alejó con pasos
cortitos y saltarines.
Cuando caminaba así me hacía acordar a Alejando y no
sabía si reír o llorar, nuestra vida en común había sido una
mierda.
La mujer a la que Lucila hacia referencia en segundo
término, era una mucama por horas, que trabajaba en
nuestra casa cuando ella era chica, vivíamos en San Telmo
una vida rotosa y bohemia. No teníamos ni plata ni lugar
para tener a alguien con cama, y esta pobre mujer llamada
Adelina había caído como regalo del cielo.
Era de El dorado, en Misiones, pero ya hacía muchos años
que vivía en Buenos Aires. Solía aparecerse cuando yo
estaba enferma, fuera de sus horas de trabajo, para traerme
156
El operativo y otros cuentos callejeros
un té o unas galletas. A cambio solía pedirme cada tanto
usar el horno para preparar algo que llamaba Sopa
paraguaya, que más que una sopa era una especie de torta
hecha con harina de maíz y otras cosas.
Yo sabía que su aspecto dejaba mucho que desear, era
desaliñada y sucia, usaba minifalda, a pesar de tener más de
sesenta, y unas uñas largas, con pintura violeta
descascarada, que se limpiaba constantemente. El pelo
teñido y escaso lo llevaba batido al estilo de los sesenta, y
de los dientes mejor no acordarme.
Pero era buena, a su manera, y yo solía disfrutar de sus
historias tan tórridas como floridas y tan lejanas a mi
realidad como un cuento de Ray Bradbury.
Había tenido un marido, allá en su pueblo, al que mataron a
puñaladas cuando salía borracho de un bar. Para ella eso
había sido un alivio, ya que solía golpearla. En una
oportunidad hablando sobre chicos le pregunte si tenía
hijos, me contó que había tenido uno pero que había
muerto. En otra ocasión me confeso que estando ella a
punto de dar a luz, su marido la había golpeado estando
borracho, y estando ella tirada en el piso él le pateo
reiteradamente la panza, el niño nació a término, pero medio
muerto y según ella lo tiraron.
Se había venido a Buenos Aires con un camionero y se puso
a buscar trabajo. Con los pesos que había triado pagaba una
pensión de mala muerte, hasta que se quedó sin un mango.
Tres días estuvo sin comer, durmiendo en una plaza, hasta
que se levantó a un tipo que se la llevo a vivir con ella.
157
Graciela Mariani
Eso había ha sido mucho antes de trabajar en casa, ya que
en ese momento vivía en el Padelai (vieja sede del Patronato
de la Infancia), en Humberto I y Balcarce, tenía una de las
pocas piezas con baño y una cocina con garrafa.
No tenía gran privacidad, ya que del otro lado vivía un
matrimonio con tres chicos, porque había sido una gran
habitación, luego dividida por un muro de dos metros de
alto, que lloraban y se peleaban constantemente. Por ella, le
pagaba al que organizaba la cosa, unos sesenta pesos
mensuales y el tipo la atendía bien porque Adelina era de las
que pagaban siempre.
Era una mujer feliz, iba a bailar tango los domingos por la
tarde, siempre tenía un hombre o dos, era libre, trabajaba,
tenía su techo, su tv blanco y negro, que más.
Mujer afortunada, solía decirme que se sentía, como una
gran confesión, entre mate y mate -- yo soy una mujer
afortunada, no como mi vecina, o la otra que trabaja para el
Negro. Yo no le doy cuentas a nadie, entiende. –
Yo en aquel entonces no entendía, para mí ella era un
personaje pintoresco y con una vida muy trágica.
-- Su noble caballero parte para el mejor partido que se haya
jugado en la historia, mi bella Dulcinea. -- dijo Ignacio, de
punta en blanco vestido de polista, al darme un beso algo
meloso.
Le deseé suerte, lo vi partir, ya me sentía mal. Busqué mi
cajita de plata y me metí al baño para pegarme un toque. De
allí al yacuzzi, me dolía todo el cuerpo y la nariz había
comenzado a sangrarme.
158
El operativo y otros cuentos callejeros
A lo lejos la vi a Lucila charlando animadamente con unos
amigos.
La imagen de Adelina, esa pobre mucama, volvió a mi
mente y por un instante me pareció entender porque, a pesar
de la miserable vida que llevaba, se sentía una mujer
afortunada.
159
Graciela Mariani
Testimonio
El verano en que Enrique desapareció, yo termine en
Londres. Lo supe por las listas que publicaba Amnesty
International.
Cuando vi su nombre en la lista tuve que leerlo y releerlo
repetidas veces para convencerme de lo que estaba
sucediendo y aun así no me parecía cierto.
Yo estaba allí, como siempre husmeando libros usados en
160
El operativo y otros cuentos callejeros
Portobello Road y como era habitual y de manera rutinaria
buscaba el stand de Amnesty International para revisar las
listas de los desaparecidos en la Argentina… como si supiera
quienes eran o que hacían antes de desaparecer y tal vez,
esperando no saberlo nunca.
Al final eran solo nombres, listas anónimas de gente
desconocida, eran unos Juan Pérez, Ramon Diaz, Rubén
Gutiérrez, Fulano y Mengano… como si ellos los estuviesen
inventando o siendo extraídos de cantidades de nombres
comunes en nuestro país y algunos otros de habla hispana.
¡Claro está, yo quería creer que eran inventados!
Cuando leí su nombre se me revolvió el estómago, me sentí
mareada, la muchedumbre me agobiaba y de pronto solté
las listas y miré hacia todos lados como si no pasara nada.
Enrique era un pibe que militaba en el PC en la facultad y
era discapacitado, andaba con muletas por un accidente que
había tenido y necesitaba ayuda para todo. Sería muy raro
que hubieran plantado el nombre y el PC en Argentina era
más inofensivo que los conservadores.
Ya hacía rato que me venía pasando eso de tener miedo a
no sabía qué, pero a partir de allí todo me daba pánico.
Cuando oía la vos estridente e imperativa de algún
argentino, era como si me clavaran una puñalada y huía.
Un día ayude a una mujer que se encontraba perdida con el
inglés y la termine acompañando a su hotel para que no le
volviese a pasar. Allí estaba su marido y me invitaron con
un té y entonces el pregunto:
-- ¿Y vos, que haces acá, nena? --
-- Estudio inglés. -- le dije tímidamente, a lo que él
161
respondió muy categórico,
Graciela Mariani
-- Mira que hay que estar bien al pedo en la vida para venir
a estudiar inglés a Londres. --
Demas esta decir que me sentí una completa idiota y muy
cortésmente emprendí la retirada.
¡Desde entonces les huyo y solo me pregunto porque son
tan agresivos y jodidos!
“Somos derechos y humanos” decía el lema de una
calcomanía que habían popularizado los militares ante las
reiteradas denuncias de los organismos internacionales y los
pedidos de asilo de los que como yo habían podido salir a
tiempo.
Desde entonces muchos argentinos habían hecho propio el
lema y andaban pavoneándose por distintas partes, con
arrogancia y disfrutando de la falsa bonanza que les otorgo
la política económica del Proceso.
¡Y ahora esto!
Enrique en la lista… ¿Cómo podía ser cierto? Aun
conociendo su ideología era extraño, que podía tener de
terrorista un comunista, era comunista, no guerrillero.
Enrique como tantos otros era un perejil y al final los
desaparecidos eran puros perejiles.
Yo sabía que los verdaderos responsables de la guerrilla en
la Argentina estaban lejos, en muy buen estado de salud y
forrados de guita. La mayoría ya no eran idealistas, solo unos
oportunistas megalómanos.
Unos días más tarde me encontraba en el taller de Elena, en
uno de esos scuoters londinenses tan populares entre los
162
El operativo y otros cuentos callejeros
artistas. Charlábamos y tomábamos mate cuando cayó un
conocido de ella, también argentino y monto. Traía un
documento que contenía un reportaje a Firmenich, quien en
aquel entonces se encontraba en Cuba, y el pibe decía que
lo acababa de recibir.
Era un documento mimeografiado, de demasiadas hojas,
que más que un reportaje parecía una nueva declaración de
principios, con la jerga inconfundible que lo caracterizaba,
palabras rimbombantes, declinaciones inexistentes y
afirmaciones imposibles de poner en práctica.
El pibe andaba con pasaporte alemán, por parte de su
abuelo y trabajaba para la organización, trayendo y llevando
información.
-- Hay mucho que hacer --, dijo y conto que le pagaban una
luca verde mensual, tal y como a los otros dos que había
conocido en México.
Cuando se fue sentí un gran alivio, no me gusta ni la
violencia ni la apología de la misma y tampoco me gustaba
el zurdaje pendenciero y violento en el que se habían
transformado las orgas.
Una de las pinturas que Estela tenía preparada para una
exposición sobre el tema de los desaparecidos, era
descarnada y terriblemente expresiva y caló muy hondo
sobre mí, tanto que decidí escribir algo para acompañarla
con algún escrito y el resultado fue una poesía, no menos
cruel que la pintura, a la que titulé:
Argentina
Triste destino te dieron, Argentino...
163
Graciela Mariani
Vivir callando, morir luchando,
o ser paria para siempre...
Triste destino te dieron, Argentina...
Patria grande, tierra rica,
¡Con sangre de tus hijos,
regaron tus cosechas!
Ahora, otras manos quieren tomarte,
mientras tus propias manos te torturan.
¡Patria, hermosa patria mía!
El granero del mundo fuiste,
paraíso multicolor, crisol de razas.
Tu extensión que alberga todos los climas,
albergó también todos los anhelos...
¡Tanto el mundo habló de ti en los ’40!
Del mundo fuiste la Paz y la Esperanza,
cuando este ardía en odio y en miseria.
Tus grandes y generosas manos,
abrazaron a los hijos de la tierra,
a los pobres que escaparon
con su honor mancillado.
Tuviste al líder, y con él a Evita.
¡Vanguardia fuiste de Latinoamérica!
¡Cuánto amó ella a tu pueblo cuando dijo:
... aunque deje en mi camino,
jirones de mi vida...
también la esperanza,
Dieciocho años de silenciosa lucha necesitaste,
para retomar la dirección de su mano.
Dieciocho años de ilusión maltratada,
164
El operativo y otros cuentos callejeros
dieciocho años de ansias reprimidas.
Pero llegó el día, llegó la hora,
y con ella el Ideal y la Alegría.
Tu pueblo ardió de nuevo en el antiguo grito:
de Justicia Social, Independencia Económica
y Soberanía Política.
Otra vez el pueblo en las calles,
de nuevo el líder en la Plaza.
¡Pero que corta, cuan corta es la alegría!
¡Y que pronto, cuan pronto murió El Viejo!
¡Primero de julio de 1974, te vestiste de luto,
para siempre, no sabias, para siempre!
¡Cuánto y cómo lo lloró tu pueblo!
¡Fue inmensamente triste tu silencio!
¡Torturada la ilusión de tu gente adolescente,
otras manos te tomaron para matarte de nuevo!
¿Cuántos, cuantos hijos te sacaron?
Cuántos, Patria mía, ¿cuántos escaparon?
¡Cuánto lloro tu pueblo a su ideal prostituido!
¡Triste destino te dieron, Argentino,
morir luchando, o vivir, callando para siempre!
Recuerdo que me hice la ilusión de que realmente Enrique
estaba fugado, como tantos que había visto por ahí, y que
solo habían puesto su nombre para hacer número en las
listas.
Había quienes decían que las orgas hacían eso, que mentían
y ponían los nombres de los fugados para joder a los milicos
y hacer parecer más significativo el número de víctimas.
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Como si eso fuese necesario, como si el horror no fuese
suficiente.
El gobierno por entonces negaba rotundamente la
existencia de campos de concentración, tortura y
exterminio, y aun con más vehemencia negaba la existencia
de los “vuelos de la muerte”.
Todo parecía una larga e interminable pesadilla y todo lo
que estaba por venir no era mucho mejor que eso.
**********
La dictadura militar Argentina termino en 1983, después de haber
llevado a país a una guerra con Inglaterra y la OTAN y perderla con
la complicidad traicionera de algún país vecino.
El proceso de democratización llevo varios meses y finalmente el 10 de
diciembre de 1983 asumió la presidencia de la nación el radical Rail
Alfonsín, ganando la campaña recitando una y otra vez el Preámbulo
de la Constitución Nacional.
Una de las primeras medidas del flamante presidente fue la de crear
una comisión que investigara a fondo las violaciones a los derechos
humanos y desapariciones de personas producidas por dictadura, en el
marco de un terrorismo de estado, dicha comisión se llamó
CONADEP.
La comisión recibió varios miles de declaraciones y testimonios y verificó
la existencia de cientos de lugares clandestinos de detención en todo el
país.
El resultado de toda esa investigación fue entregado el jueves 20 de
septiembre de 1984 al presidente Alfonsín, luego de un discurso
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El operativo y otros cuentos callejeros
de Ernesto Sábato. El voluminoso informe final, de varias carpetas,
registraba la existencia de 8.961 desaparecidos y de 380 centros
clandestinos de detención. La detallada descripción realizada permitió
probar la existencia de un plan sistemático perpetrado desde el gobierno
mismo, siendo efectivamente clave para el Juicio a las Juntas. Este
informe final fue publicado en forma de libro bajo el nombre de Nunca
más. El libro llevaba un memorable prólogo del escritor Ernesto
Sábato quien se comprometió a fondo con el tema.
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Fin
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ACERCA DEL AUTOR
Graciela Mariani es argentina y en tiempos de la Dictadura
Militar de ese país, debió vivir en otras partes del mundo
debido a su antigua militancia en la universidad mientras
estudiaba.
Es arquitecta y urbanista y escribe artículos de
investigación y de opinión, mayormente relacionados con
su profesión.
Reside actualmente en la Argentina con su familia.
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