Bera NUM5 FINALc
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Cuentan que Bell poseía una capacidad de observación
y análisis tan desarrollados que podía realizar aproximaciones
diagnósticas muy precisas antes siquiera de
interrogar a sus pacientes; únicamente al observarles
entrar a su despacho.
En esta vocación estamos obligados a ver más allá de lo
evidente. En medicina, el resultado de sumar uno más
uno no siempre es dos. Cuando nos enfrentamos a un
nuevo caso debemos recordar que no estamos ante una
estadística, un órgano o síntoma; sino frente a un ser
humano con toda su complejidad, con miedos y expectativas;
con experiencias previas y con una manera de
narrar su historia completamente diferente a la de
otras personas con la misma enfermedad. Ningún
paciente diabético es igual que otro; un mismo paciente
no es el mismo cada vez que nos encontramos con él, e
incluso nosotros somos distintos en cada ocasión
(nuestro estado de ánimo, nuestra energía y disposición
no son constantes: ¡tenemos nuestra propia historia!) y
debemos ser conscientes de ello: una frase, una postura,
un movimiento o el tono de la voz pueden ser la clave
para orientar nuestro interrogatorio.
Entre todos los privilegios que he tenido en mi primer
medio siglo de vida, está dedicarme a lo que soñé desde
que tenía 12 años: la neurología. Profesores he tenido
muchos; maestros, muy pocos. Entre ellos hubo dignos
herederos del saber médico basado en el contacto y
conocimiento pleno del paciente; alumnos de los primeros
médicos mexicanos formados en el extranjero, tanto
en Estados Unidos como en Europa, y que han dejado su
huella en la historia de la medicina de nuestro país.
Estudié en libros impresos – no electrónicos – y en
resúmenes y fotocopias de artículos cuya versión
completa u original era imposible conseguir; tuve que
imaginar lo que ahora fácilmente puedes encontrar en
pocos segundos en Google o YouTube. Como todos los
alumnos de mi generación, pasé muchas horas deshaciéndome
los dedos mientras tecleaba frenéticamente
numerosas e interminables historias clínicas en máquinas
de escribir que no funcionaban del todo bien. Lo que
nunca me faltó fueron las oportunidades para ver, escuchar
y tocar pacientes; sobre todo durante los pases de
visita, en un ritual con orígenes ancestrales que, por
desgracia, en muchos hospitales tiende a desaparecer
como método de enseñanza y ejercicio clínico.
Pensemos en un iceberg: desde la superficie tenemos
una percepción tan reducida o amplia como nuestro
marco de referencia. Es el motivo de consulta, el síntoma
o los síntomas predominantes. No es sino hasta que
nos sumergimos un poco en la historia de cada paciente
que nos damos cuenta de la dimensión real del problema;
cuando conocemos el fundamento de lo que ocurre,
cuando estamos más cerca de comprender el caso en
particular y, por lo tanto, de tener oportunidad de
ayudarle.
Desde entonces, intento no olvidar que es igualmente
importante explorar al paciente que conocer las características
de la vivienda y otros aspectos de su cotidianidad,
por lo que ello influye para su tratamiento y recuperación.
Ese era un beneficio invaluable del médico de
cabecera: cuando era niño era habitual que la salud de
la familia estuviera bajo el cuidado de un médico que
brindaba atención en nuestro domicilio; eran, por
supuesto, otros tiempos.
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