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Mensajes Selectos, Tomo 2 - Elena G. de White

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orden de colocar una sencilla cinta azul en el borde de sus vestiduras, para

distinguirlos de las naciones circundantes y para dar a entender que eran el

pueblo peculiar de Dios. En la actualidad no se requiere que el pueblo de

Dios coloque un distintivo especial sobre sus vestiduras. Pero en el Nuevo

Testamento con frecuencia se nos señala el Israel de la antigüedad como

ejemplo. Si Dios dio instrucciones tan definidas a su pueblo de la antigüedad

concernientes a su manera de vestir, ¿no tomará en cuenta el vestido de su

pueblo en esta época? ¿No debería distinguirse del mundo por su manera de

vestir? ¿No debería el pueblo de Dios, que es su especial tesoro, procurar

glorificar a Dios aun en su vestimenta? ¿Y no deberían sus hijos ser ejemplos

en lo que concierne a su manera de vestir, y con su estilo sencillo reprochar

el orgullo, la vanidad y la extravagancia de los profesos cristianos que son

mundanos y amantes del placer? Dios requiere esto de su pueblo. El orgullo

es censurado en su Palabra.

Pero hay una clase de personas que habla insistentemente del orgullo y

la vestimenta, y que sin embargo descuida su propia indumentaria, y que

piensa que es una virtud ser sucios y vestirse sin orden ni gusto; y su ropa a

menudo tiene el aspecto de haber ido volando y de haber caído sobre ellos.

Sus prendas de vestir están sucias, y sin embargo tales personas se atreven a

hablar contra el orgullo. Clasifican la decencia y la pulcritud en la misma

categoría que el orgullo. Si hubieran estado entre el pueblo que se reunió

alrededor del monte para escuchar la ley promulgada desde el Sinaí, habrían

sido expulsadas de la congregación de Israel porque no habrían obedecido el

mandamiento de Dios: "Y laven sus vestidos", como preparación para

escuchar su ley dada con terrible majestad.

Los Diez Mandamientos promulgados por Jehová desde el Sinaí no

pueden vivir en los corazones de personas de hábitos desordenados y sucios.

Si el Israel de la antigüedad no podía ni escuchar la proclamación de esa ley

santa, a menos que obedeciera la orden de Jehová y lavara sus vestidos,

¿cómo puede esa ley santa ser escrita en los corazones de personas que no

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