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Mensajes Selectos, Tomo 2 - Elena G. de White

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deseos de sus ojos y de su gusto. Lo mismo que Eva, no han tenido en cuenta

las prohibiciones de Dios y han sido desobedientes, y tal como Eva, se han

halagado a sí mismos con la esperanza ilusoria de que las consecuencias de

sus actos no serán tan terribles como ellos habían temido.

El ser humano ha desatendido las leyes que gobiernan el cuerpo, y

como resultado de esto la enfermedad ha ido en aumento constante. La causa

ha sido seguida por el efecto. El hombre no se ha considerado satisfecho con

el alimento saludable, sino que ha complacido el gusto aun a costa de la

salud.

Dios ha establecido las leyes de nuestro organismo. Si las violamos,

tarde o temprano tendremos que sufrir las consecuencias. Las leyes que

gobiernan nuestro cuerpo no pueden ser violadas con más éxito que cuando

se amontona en el estómago alimento malsano en respuesta a los deseos de

un apetito morboso. Si se come con exceso, aunque sea alimento sencillo,

con el tiempo se dañarán los órganos digestivos; pero añádase a esto el

consumo excesivo de alimento perjudicial, y el mal será mucho mayor. El

organismo llega así a deteriorarse.

Los miembros de la familia humana se han dedicado cada vez más a la

complacencia de sí mismos, a tal punto que la salud ha sido sacrificada con

todo éxito sobre el altar del apetito sensual. Los habitantes del mundo

antiguo comían y bebían con intemperancia. Consumían carne aunque Dios

no les había dado permiso para comerla. Comían y bebían en exceso, y sus

apetitos depravados eran ilimitados. Se entregaron a una idolatría

abominable. Se tornaron violentos y feroces, y tan corrompidos, que Dios no

pudo soportarlos durante más tiempo. Su copa estaba rebosante de iniquidad,

de modo que Dios limpió la tierra de su contaminación moral mediante un

diluvio. A medida que los hombres se multiplicaban después del diluvio, se

olvidaron de Dios y se corrompieron delante de él. Toda forma de

intemperancia aumentó en gran medida.

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