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Mensajes Selectos, Tomo 2 - Elena G. de White

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de vigilia las empleo en la oración y la meditación. Una pregunta me asalta

con insistencia: ¿Por qué no recibo la bendición de la restauración de mi

salud? ¿Debo interpretar estos largos meses de enfermedad como una

evidencia del desagrado de Dios por haber venido a Australia? Contesto

decididamente que no; no me atrevo a creerlo así. Algunas veces, antes de

salir de los Estados Unidos, pensé que el Señor no quería que yo fuera a un

país tan distante, a mi edad y cuando tenía exceso de trabajo. Pero obedecí

las indicaciones de la Asociación [General], como siempre he procurado

hacer cuando no tenía yo misma una comprensión clara. Vine a Australia y

encontré a los creyentes aquí en una condición que requería ayuda. Durante

semanas después de llegar aquí, trabajé fervorosamente, tal como lo he

hecho siempre en mi vida. Recibí instrucciones acerca de la piedad personal,

que debía transmitir...

Estoy en Australia, y creo que me encuentro en el lugar donde el Señor

desea que esté. No tengo intención de retroceder, aunque el sufrimiento me

acompañe constantemente. He recibido la bendita seguridad de que Jesús es

mío y que yo soy su hija. Las tinieblas son rechazadas por los brillantes

rayos del Sol de Justicia. ¿Quién puede comprender el dolor que

experimento, a no ser Aquel que se aflige con todas nuestras aflicciones? ¿A

quién puedo hablar, a no ser a Aquel que se conmueve a causa de nuestras

enfermedades, y sabe cómo socorrer a los que son tentados?

Cuando oro fervorosamente pidiendo restauración, y parece como si el

Señor no contestase, mi espíritu casi desfallece dentro de mí. Entonces es

cuando mi querido Salvador me recuerda su presencia. Me dice: ¿No puedes

confiar en Aquel que te compró con su propia sangre? Te llevo esculpida en

las palmas de mis manos. Entonces mi alma se alimenta con la presencia

divina. Siento como si fuera transportada fuera de mí misma a la presencia

de Dios (Manuscrito 19, 1892).

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