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Mensajes Selectos, Tomo 2 - Elena G. de White

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El pueblo está hambriento y sediento de la ayuda del cielo. He

procurado practicar la abnegación de modo que sé de qué hablo cuando digo

que la bendición del Señor descansará sobre los que colocan en primer lugar

el llamamiento del deber. Me siento complacida por este privilegio de

testificar delante de Uds., esta mañana, que el Señor en repetidas ocasiones

ha dispuesto las cosas de tal modo que nos ha proporcionado más de lo que

nos hubiésemos atrevido a pedir.

El Señor probará a sus siervos; y si éstos resultan fieles a él, y si

colocan sus casos en sus manos, los ayudará en todo tiempo de necesidad.

No trabajamos juntamente con Dios por la remuneración que podamos

recibir mientras estamos a su servicio. Es cierto, hermanos, que debéis

recibir un sueldo con que sostener a vuestras familias; pero si comenzáis a

estipular la cantidad que deberíais recibir, podéis resultar una piedra de

tropiezo para quien tal vez no tenga la disposición a ser liberal que tenéis

vosotros, y en este caso el resultado será confusión. Otras personas pensarán

que no se trata a todos con justicia. Y no tardaréis en descubrir que la causa

de Dios está en aprietos; y ninguno de vosotros desea ver este resultado.

Todos deseáis ver la causa de Dios puesta en un terreno ventajoso. Mediante

vuestro ejemplo, tanto como por vuestras palabras, la gente debe recibir una

seguridad fehaciente de que la verdad recibida en el corazón engendra el

espíritu de abnegación. Y al avanzar vosotros impulsados por este espíritu,

habrá muchos más que os seguirán.

El Señor quiere que sus hijos obren con esa abnegación y con ese

espíritu de sacrificio que nos proporcionarán la satisfacción de haber

cumplido bien nuestro deber nada más que por amor al deber. El Hijo

unigénito de Dios se entregó a sí mismo a una muerte ignominiosa en la

cruz, ¿y deberíamos nosotros quejarnos a causa de los sacrificios que se nos

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