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Mensajes Selectos, Tomo 2 - Elena G. de White

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Haced el trabajo y aceptad la remuneración ofrecida

Se requiere que cada hombre realice la obra que Dios le ha señalado.

Deberíamos estar dispuestos a prestar servicios pequeños, a llevar a cabo las

cosas que deben hacerse, las cuales alguien debe realizar, y a utilizar las

oportunidades insignificantes. Si éstas constituyen las únicas oportunidades a

nuestro alcance, de todos modos deberíamos trabajar fielmente. El que pierde

las horas, los días y las semanas, porque no está dispuesto a llevar a cabo el

trabajo que se le presenta, por humilde que éste sea, será llamado a rendir

cuenta a Dios por su tiempo malgastado. Si piensa que no debe hacer nada

porque no se le paga la remuneración que desea, haga un alto y piense que

aquel día es el día del Señor. El es un siervo del Señor. No debe desperdiciar

su tiempo. Debería pensar: "Emplearé ese tiempo en hacer algo útil, y daré

todo lo que gane para promover la obra de Dios. No seré contado entre los

perezosos".

Cuando una persona ama a Dios sobre todas las cosas y a su prójimo

como a sí mismo, no se detendrá a preguntarse si aquello que puede hacer

está produciendo entradas escasas o abundantes. Hará el trabajo y aceptará la

remuneración que se le ofrezca. No dará un mal ejemplo al rechazar un

trabajo porque no puede contar con un sueldo tan elevado como el que

piensa que debería recibir.

El Señor juzga el carácter de una persona a través de los principios que

rigen su trato con sus semejantes. Si en las transacciones comerciales

comunes utiliza principios defectuosos, utilizará los mismos en su servicio

espiritual prestado a Dios. Los hilos están entretejidos en toda su vida

religiosa. Si tenéis demasiada dignidad para trabajar para vosotros mismos

por una remuneración reducida, entonces trabajad para el Maestro; entregad

lo que recibáis a la tesorería del Señor. Dad una ofrenda de gratitud a Dios

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