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insólitas. A la vez que Turey hablaba,<br />
como en ocasiones anteriores, yo era<br />
capaz de ir visualizando a A ta bey, a<br />
Ochún, a la Caridad, a la Venus de<br />
Willendorf, a Cranea o a Artemisa, y<br />
de manera casi palpable a aquel Talismán<br />
de Saturno y al Sello de Salomón, que como<br />
mágicas señales penetraban mi sub<strong>con</strong>sciente, mientras<br />
la exalfa genésica lanzaba su misterioso influjo<br />
sobre mí y el número cuatro se parecía a un acertijo<br />
muy difícil de descifrar. No pude hacer otra cosa que<br />
preguntarle a Turey:<br />
-¿Q ué <strong>con</strong>ocían los aborígenes sobre el número cuatro!<br />
-Y a veo que deseas seguir penetrando en el complejo<br />
mundo de <strong>Atabey</strong> -m e dijo <strong>con</strong> amabilidad-. Entonces,<br />
escúchame. En la América precolombina el cuatro<br />
significaba la gran división en cuatro estancias de la<br />
bóveda celeste, y a su vez la relación matemática de la<br />
circunferencia <strong>con</strong> el diámetro era un secreto <strong>con</strong>ocido<br />
por la antigua sabiduría egipcia. Cuando decimos que<br />
la longitud de la circunferencia es igual al producto del<br />
valor del diámetro multiplicado por 3.1416 (pi) y que<br />
la superficie de la esfera es igual a cuatro veces la<br />
superficie del círculo, o a cuatro veces pi por el diámetro<br />
al cuadrado, tal vez estamos traduciendo a fórmulas<br />
matemáticas el <strong>con</strong>ocimiento en el que otras civilizaciones<br />
basaron su simbología cósmica y estemos<br />
levantando una punta del velo que aún mantiene en el<br />
misterio la naturaleza de esos símbolos en las culturas<br />
precolombinas.<br />
¡w m m w íw f t iw íw t