Entrevista con Cuatro Dioses: Atabey

sospechar que aquel brebaje que Turey me brindaba,
era un simple e inocente cocimiento, inofensivo y
reconíortdntecomo una leceia de abuela*, > que la gran
droga estaba en el sonido de su voz y en las revelaciones
de sus palabras. Ahora el sonido y el silencio eran
algo nuevo para mí. M e parecía que acababa de descubrirlos
y deseaba la soledad temporal para situarme
en este nuevo espacio que se abría para mí. Comprendí
también que transitaba por la senda que habría de
conducirme al encuentro con los dioses, cuyo sentido
necesitaba conocer, y, a diferencia de lo que me ocurrió
en ocasiones anteriores, mi espíritu se llenó de una
inefable sensación de paz que, si hubiera sido visible,
me parecería luminosa; si fuera audible, me parecería
musical; si fuera tangible, parecería la piel de un niño;
si fuera gustativa, semejaría la ambrosía de los dioses,-
y si fuera olfativa, competiría con los rosales. De esa
manera me permeó de nuevo la presencia de Atabey.
Cuando llegamos al llano me aventuré a comentar con
Turey que me agradaría saber qué características tenía
la religión que practicaban otros pueblos aborígenes del
Caribe y cuál era la base de sus creencias, en relación
con las de los indocubanos.
Hizo un gesto de negación y me respondió que
cuando volviéramos a encontramos
hablaríamos de eso, que si no me
parecía suficiente por el momento y que
si no me había saturado de sonidos y
de silencio.