Entrevista con Cuatro Dioses: Atabey

en lo más alto de la montaña y la voz
de Turey se diluye en el viento cuando
dice:
-Los tainos querían ser escuchados por
los dioses,- por tanto, hacían del sonido
un vibrante instrumento de comunicación.
Con el bramido del guamo, aquel lamento del
caracol gigante decorado con singular belleza se elevaba
por los aires, acompañado por sonajeros de sartas
de conchas, mientras el gran tambor, el sagrado
mayohuacán, cerrado por todas partes menos por
donde se percutía, retumbaba con los rítmicos golpes
del madero que lo hacía vibrar por donde ascendían los
rayos que iban a converger en la parte hueca del tronco,
más corpulento que un hombre. Sin cuero alguno, ni
membrana, aquellos atabales tainos echaban a rodar
su trueno ronco rumbo a las alturas, en tanto las flautas,
las maracas, los silbatos, las ajorcas, los cascabeles, las
ocarinas y las tobilleras respaldaban el canto y la danza
del grupo que coreaba al tequina, esa voz maestra de
hombre o de mujer que era el guía que marcaba los
pasos y los versos cantados en los areítos.
Turey me da a beber un brebaje preparado a base de
tabaco, pero con un sabor tan fuerte y picante que me
recuerda el mentol. Le pregunto si volveremos a escuchar
aquellos cantos y, sobre todo, si oiremos la voz
de quienes componían los versos y de quienes los
cantaban, no fragmentariamente sino en su totalidad.
-A hora sabremos qué poetas componían los versos de
los areítos, qué patrones de información pautaban esos