6) Manual de Psiquiatria (Betta, Juan) recortado
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sido vivenciado a través de la sensopercepción, que informa sobre el mundo exterior y el mundo
interior con todas las manifestaciones neuro-vegetativas del organismo; las vivencias intelectuales,
pensamientos completos y fragmentarios, conocimientos concretos y abstractos; las vivencias
afectivas, estados de ánimo, emociones intensas, grandes alegrías y grandes desplaceres; las
vivencias motoras, actos, etc., todo pasa a integrar la vida inconsciente una vez que abandona el
campo de la conciencia. Esa zona adquiere así una importancia extraordinaria, al punto que el
inconsciente se identifica con la memoria misma, centro y fuente de conservación y evocación de
las vivencias.
El capital del inconsciente está integrado: 1) por todo lo que ha sido nítidamente vivenciado en
la zona consciente; 2) por cuanto ha pertenecido a la zona subconsciente, vivencias más o menos
borrosas y algunas de ellas, casi imperceptibles; 3) por el importante y fundamental aporte de
numerosas vivencias que se originan en el núcleo instintivo-afectivo, en íntima conexión con la vida
orgánica y de los instintos. En estos últimos, que reúnen la experiencia atávica de la especie, tienen
origen las tendencias, inclinaciones, deseos y apetencias de la personalidad, cuyas vivencias no
sobrepasan por lo general el plano de lo subconsciente.
El inconsciente está pues constituido, en su mayor parte, por imágenes y representaciones que
no han pasado de ser manifestaciones de percepción subconsciente. En efecto, la zona de lo
consciente, a pesar de la rápida movilidad de los estados de conciencia, presenta un ámbito muy
reducido para la correcta captación de cuanto se ofrece al campo de la conciencia. De tal manera,
el inconsciente se encarga de almacenar no sólo el material que pasa por la zona consciente sino
también por la zona subconsciente, convirtiéndose en el reservorio de cuanto pueda ser percibido
y que pasa a integrar la fuente del conocimiento personal y la vida misma del individuo.
Así es posible comprender cómo el inconsciente es el proveedor de los materiales requeridos
para la integración de la vida psíquica superior que cristaliza en las elaboraciones que tienen lugar
a plena luz de la conciencia. Asimismo se explica cómo el inconsciente puede, hasta cierto punto,
influir en dichas elaboraciones y, en no pocas oportunidades, determinar y hasta presidir la
ejecución de algunos actos. Por eso, desde este punto de vista, no podemos establecer límites
precisos entre las tres formas de actividad, consciente, subconsciente e inconsciente, que
constituyen en realidad distintos grados de nitidez de una misma cosa: la actividad psíquica.
Vistos los fenómenos de la manera expuesta, el inconsciente absoluto, en el sentido estricto del
vocablo, no puede ser concebido en condiciones normales. Todo lo que en él existe ha sido
registrado, más o menos nítidamente, en algún momento de la vida, ya sea en la zona consciente
con perfecta brillantez, como en la zona subconsciente sin brillo y en forma borrosa.
En cuanto a las manifestaciones de los instintos que tanta trascendencia adquieren en la
conducción de la vida psicológica, a pesar de la forma súbita como irrumpen, tampoco constituyen
vivencias extrañas ni nuevas. En realidad ellas pertenecen a la especie, siendo su registro ignorado
por el individuo pues asciende a la filogenia. Por lo tanto, ni aun en este caso puede hablarse de
inconsciencia completa, ya que la vivencia actual, ignorada por el individuo, no es otra cosa que una
vivencia renovada de algo inherente a la génesis de la especie. Así acontece con todas las manifestaciones
instintivas, caracterizadas por su espontaneidad, naturalidad y ejecución de actos perfectos
sin necesidad de un aprendizaje previo.
Cuando se habla del inconsciente no se puede dejar de recordar a Freud, creador de la escuela
psicoanalítica, que considera la actividad inconsciente de una importancia tan trascendental que
llega a admitir la existencia de una vida anímica inconsciente. Freud tiene muy en cuenta las
tendencias, inclinaciones, apetencias e impulsiones que nacen de los instintos, parte del
inconsciente que el autor destaca como primordial y propulsora de dicha actividad anímica, a la que
considera rectora de toda la vida psíquica superior de la personalidad.
Dada la finalidad de este libro, nos limitaremos a efectuar una cita de la concepción psicoanalítica
sobre el inconsciente sin abrir juicios al respecto.
PSICOPATOLOGÍA DE LA CONCIENCIA
En condiciones normales la conciencia entraña lucidez y claridad, pero, bajo el imperio de
diversas circunstancias, esa claridad puede perturbarse y experimentar diferentes grados de
debilitamiento, desde la más leve turbiedad hasta la falta absoluta de conciencia.
Antes de entrar de lleno a considerar la patología de la conciencia es necesario recordar que, en
condiciones fisiológicas, la lucidez no es siempre constante ni tiene la misma intensidad según sea
el momento en que se la considere. En efecto, durante la vigilia, cuando la actividad desplegada por
el individuo obliga a una mayor concentración psíquica, se observa el máximo de lucidez; en cambio,
en otros momentos, se comprueba que esa nitidez disminuye correlativamente con el grado de
fatiga física y psíquica que la misma actividad determina.
Por norma general la nitidez de la conciencia es siempre mayor después del reposo mental.
1º) OBNUBILACIÓN DE LA CONCIENCIA:
La obnubilación consiste en un empañamiento de la lucidez de la conciencia; en este caso se
produce un enturbamiento global que, de acuerdo con la gravedad de los factores
desencadenantes, puede llegar hasta la suspensión total de la actividad psíquica.
El vocablo obnubilación procede de nube, por lo tanto, decir que la conciencia está obnubilada
equivale a decir que está nublada, o que está sumergida en una nube que empaña su claridad. La
consecuencia inmediata de la obnubilación de la conciencia es la disminución o retardo en el ritmo
de las elaboraciones psíquicas, retardo que es tanto más marcado cuanto mayor es el
entorpecimiento de la conciencia. La atención, muy fatigable, no puede ser sostenida; debido a su
superficialidad e inestabilidad la captación de los estímulos se hace muy trabajosa, pues se entorpece
enormemente la percepción que es lenta, imperfecta, imprecisa y sin ninguna nitidez.
A las anteriores alteraciones deben agregarse las que sufre la memoria, ya que la mala
percepción dificulta la fijación de los estímulos; cuando algo se fija, se hace en forma muy superficial
y borrosa, por lo que la evocación es casi imposible y expuesta a numerosos errores.
La concurrencia de estos trastornos perturba el curso normal del pensamiento, que se fragmenta
debido a interrupciones más o menos prolongadas. En efecto, la asociación de las ideas se aparta
de su mecanismo lógico normal; las imágenes y representaciones que afloran a la conciencia son