6) Manual de Psiquiatria (Betta, Juan) recortado
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dificultades. De donde, las ideas concretas, mágicas y abstractas son igualmente necesarias para las
elaboraciones de la mente humana.
Ideas patológicas
Ese mismo capital ideativo que integra la mente humana pasa a constituir, en un determinado
momento y bajo el imperio de ciertas circunstancias, el conjunto de las ideas patológicas. Aquí
surgen dos interrogantes: en qué instante dichas ideas abandonan la normalidad para penetrar en
el campo de la patología y cuál es la causa determinante de esa anormalidad.
Cuando, por determinadas circunstancias de la vida espiritual, se producen fuertes tensiones
emocionales la carga afectiva que impregna a las ideas, relacionadas con el acontecimiento, es
particularmente intensa. Como consecuencia, en algunas oportunidades, se produce la persistencia
de esos estados afectivos por tiempo indefinido, provocando trastornos más o menos graves de la
psique. Desde ese momento las ideas, de tal modo vigorizadas por la carga afectiva, se convierten
en patológicas pues, por su tensión y dominio, perturban en mayor o menor grado el
desenvolvimiento normal de la psique.
Las ideas patológicas son: delirantes, obsesivas, sobrevaloradas y fijas.
1º) Ideas delirantes
La idea delirante no puede ser estudiada como un hecho aislado y primitivo, desde el momento
que es secundaria a una serie de alteraciones que afectan a la psique en forma integral, debiendo
ser considerada, en última instancia, como producto de la elaboración de un juicio perturbado. La
falla judicativa es condición indispensable, sin la cual la idea delirante no podrá existir. Su naturaleza
mórbida surge del error patológico que encierra, error que es condicionado por el juicio alterado.
Todo error, patológico o no, depende siempre de una falla judicativa, que consiste en
apreciaciones equivocadas originadas en una comparación y una valoración defectuosa.
El error simple, por falta de capacidad intelectual, por ignorancia o por fallas de educación, puede
ser rectificado cuando se logra la comprensión, que permite apreciar y reconocer la falla del juicio
debida a conocimientos incompletos o imperfectos. Un error simple puede no ser rectificado a causa
de la falta de comprensión de una inteligencia pobre; en tal caso, no puede considerarse patológico,
ya que no es expresión de una desviación del juicio sino de una insuficiencia del mismo.
El error patológico, en cambio, originado en un juicio perturbado, no es rectificado, aun cuando
la personalidad esté ricamente dotada en inteligencia y cultura. Ésta es la diferencia fundamental
que separa el error simple del patológico; es decir, la falta de rectificación a pesar de una buena
capacidad de comprensión.
1º) Un grupo de personas afirma que "existe el movimiento continuo". De acuerdo con cada uno
de los individuos que sustenten este concepto pueden presentarse las siguientes situaciones: a) Que
mediante una aclaración se comprenda la verdad y el error sea rectificado, b) Que la verdad no sea
comprendida pero que el sujeto admita como posible su error, por cuanto tiene conciencia de que
su cultura es precaria, c) Que la ignorancia no pueda ser superada por insuficiencia de inteligencia,
luego la verdad queda incomprendida y el error irreductible; en este caso el sujeto está convencido
de que los equivocados son los demás. En ninguna de estas tres situaciones se puede hablar de error
patológico, ya que el juicio únicamente se muestra insuficiente por ignorancia, por pobreza
intelectual, sin vicios de función, d) El error es irreductible, cualquiera sea el grado de cultura e
inteligencia; en este caso el error se fundamenta en apreciaciones y falsos cálculos personales,
referidos a las nociones de física vinculadas con el tema, frotamiento de los cuerpos, resistencia del
aire, etc. Aquí el juicio, insuficiente o capaz, se muestra viciado en su función; realiza falsas
interpretaciones de hechos reales, que conducen al error patológico.
2º) Dos hombres de inteligencia y cultura semejantes tienen, como problema común, la
"infidelidad conyugal". Cada uno de ellos reacciona de manera diferente; uno mantendrá la
normalidad de su función psíquica a pesar de la violenta emoción sufrida que, sin embargo, no interfiere
la función judicativa; el otro, en cambio, pierde el dominio de su psique, se altera el juicio y
aparecen las ideas delirantes de celos. Se deduce, por lo tanto, que cada persona reaccionará
diferentemente ante los impactos emocionales que acarrea la convivencia social; cada individuo, en
sus relaciones con el medio, reaccionará con lo que psíquicamente posea en el orden constitucional.
El enfermo, dominado por una idea delirante, no reconoce ni admite su error y, como
consecuencia, no entabla lucha para apartarla de la conciencia. Por el contrario, se empecina
aplicando toda su energía en reforzar la idea, y la lucha se establece procurando sostenerla e
imponerla.
Resumiendo, tres son las condiciones que deben ser consideradas como requisitos
indispensables para afirmar que una idea es delirante: 1) Su significado erróneo. 2) La
irreductibilidad del error. 3) El carácter morboso del error. La primera condición a pesar de su
importancia, carece de valor mientras no se acompañe de las dos restantes. Ni aún la primera y
segunda condición son suficientes para configurar una idea delirante; ésta sólo se confirma cuando
se comprueba el origen morboso del error.
La idea delirante y la catatimia tienen un punto de contacto por su origen común en la
afectividad. Pero, la interferencia de la catatimia no llega nunca a viciar el juicio, el que, tras una
revisión, rectifica el error simple que ha elaborado. El juicio delirante, por el contrario, se perturba
por una vivencia afectiva morbosa que lo hace irreductible.
Resumiendo en una definición: "La idea delirante es un error patológico elaborado por un juicio
perturbado que la hace irreductible; esta idea condiciona la conducta del enfermo que, convencido
de su realidad, lucha por defenderla e imponerla".
Por otra parte, para que un error sea considerado patológico deben tenerse en cuenta las dotes
intelectuales y culturales, de la persona que lo sostiene así como sus disposiciones temperamentales
y caracterológicas. Veamos algunos ejemplos.