Codicia - J.R. Ward
hombros y envolvían su torso. Y la vista de sus pectorales no desmerecía enabsoluto.Él era una fantasía hecha realidad, su cuerpo era puras crestas de fuerza quese elevaban bajo su suave piel mientras él volvía a posar sus labios sobre el pezónde ella. Con los brazos arqueados para soportar el peso de su pecho, era unmagnífico ejemplar de macho dispuesto a tirar por la borda cincuenta años deevolución y desarrollo mental en pos del apareamiento puro y duro que estaba apunto de tener lugar.Hablando de perfección…Marie-Terese se mordió los labios y hundió profundamente los dedos en suespeso cabello. Su cuerpo se fundía bajo su boca y su tacto, el calor la recorríade arriba abajo e intensificaba el dolor entre sus piernas. Cuando la necesidaderótica estaba a punto de desbordarse, ella separó los muslos y …Ambos gimieron cuando su erección aterrizó justo en el lugar preciso.Vin se arqueó hacia ella y las uñas de Marie-Terese arañaron la cinturilla desus pantalones: lo de ser delicado y amable estaba muy bien, pero aquello estabaempezando a acelerarse y la preocupación de cómo comportarse desapareció deun plumazo.—¿Puedo quitarte los vaqueros? —preguntó él. O gimió, más exactamente.—Por favor.Ella aguantó su peso sobre los talones mientras él le desabrochaba el botón dearriba, bajaba la cremallera y deslizaba el tejido vaquero por sus piernas. Susbragas eran negras, y él se detuvo a admirarlas sobre su cuerpo.—Dios santo… —murmuró.Estiró sus temblorosas manos y pasó las y emas de los dedos por el ombligo.Ella esperó a que la besara de nuevo…, o a que se pusiera encima de ella…, o aque le quitara las bragas…—¿Pasa algo? —dijo ella, con voz quebrada.—No, nada en absoluto. Sólo que no me canso de mirarte.Finalmente, volvió a subir hasta sus labios. Con la lengua dentro de su boca, secolocó sobre ella con todo el peso, dejando reposar su pecho sobre el de ella y laspiernas de los dos se entrelazaron. Entre los dos fijaron un ritmo, y el eróticoarqueo y repliegue la excitó hasta el punto de casi no poder respirar, y lo mismole sucedió a él.—Por favor… Vin…Siguió besándola y deslizó la mano por su cadera y sobre su muslo, y luegorozó la goma de sus bragas.—Necesito sentirte —dijo él.Ella le agarró el antebrazo y presionó haciéndole mover los dedos hacia sucentro, frotándolos sobre su calor oculto. Mientras se estremecía y dejaba caersus piernas hacia los lados todavía más, él acercó la boca a su pecho y le chupó
los pezones…, mientras frotaba lo que la ocultaba.—Más —dijo ella.Deslizándose bajo la delicada barrera, él se encontró con su suavidad ymaldijo ferozmente mientras su cuerpo se tensaba de la cabeza a los pies, susdientes entrechocaban y los tendones de su cuello se tensaban con dureza.—Dios… —dijo él— mierda.De repente se echó hacia atrás y miró hacia abajo.—¿Qué? —preguntó ella sin aliento.—Creo que acabo de tener un orgasmo.Mientras él se ruborizaba, ella empezó a reírse sin parar.—¿En serio?Él sacudió la cabeza hacia ella.—No son muy buenas noticias en un momento como éste. ¿Cinco minutos apartir de ahora? Perfecto. ¿Ahora mismo? Ya no tanto.—Vay a, me hace sentir sexy —dijo ella pasándole la mano por la cara.—No necesitas a nadie para eso.Marie-Terese dejó que su caricia se deslizara lentamente sobre el pecho y elduro estómago, y luego más abajo, sobre su cinturón y sobre su…Vin dejó caer la cabeza hacia atrás y dejó escapar un gemido. Sus pectoralesse flexionaron y el torso se curvó.—Mierda.Moviendo la mano arriba y abajo sobre su erección, ella enterró la cara en elcuello de él y lo mordió ligeramente.—No creo que te vaya a suponer un gran retraso.La caja torácica de él se contrajo, y dejó escapar un suspiro.—Tengo que desnudarme.—Eso espero.Las manos de él fueron directamente a su cinturón y a su bragueta, y suspantalones cayeron al suelo a la velocidad de la luz. Unos calzoncillos negroscontenían su sexo a duras penas. Su erección era una larga cresta embutida haciaun lado cuy a cabeza luchaba para liberarse de la cinturilla que la retenía.Antes de que a él le diera tiempo a volver a acostarse, ella extendió la mano ehizo resbalar aquellos calzoncillos por sus firmes muslos, dejando brotar suerección. Había tenido un orgasmo y su brillante y supurante cabeza hizo que ellase pusiera aún más a tono para lo que cada vez era más inminente.Puso la mano alrededor de su miembro, le apretó el sexo y levantó la vistapara ver cómo él ponía una mano contra la pared y dejaba caer la cabeza sinfuerzas. La acompañó en sus movimientos y ella vio a través del espejo elaspecto que tenía su espalda con el movimiento de sus caderas adelante y atrás.La contracción y relajación de los músculos de su torso y la manera en que sucolumna se ondulaba como una ola eran lo más erótico que había visto jamás.
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hombros y envolvían su torso. Y la vista de sus pectorales no desmerecía en
absoluto.
Él era una fantasía hecha realidad, su cuerpo era puras crestas de fuerza que
se elevaban bajo su suave piel mientras él volvía a posar sus labios sobre el pezón
de ella. Con los brazos arqueados para soportar el peso de su pecho, era un
magnífico ejemplar de macho dispuesto a tirar por la borda cincuenta años de
evolución y desarrollo mental en pos del apareamiento puro y duro que estaba a
punto de tener lugar.
Hablando de perfección…
Marie-Terese se mordió los labios y hundió profundamente los dedos en su
espeso cabello. Su cuerpo se fundía bajo su boca y su tacto, el calor la recorría
de arriba abajo e intensificaba el dolor entre sus piernas. Cuando la necesidad
erótica estaba a punto de desbordarse, ella separó los muslos y …
Ambos gimieron cuando su erección aterrizó justo en el lugar preciso.
Vin se arqueó hacia ella y las uñas de Marie-Terese arañaron la cinturilla de
sus pantalones: lo de ser delicado y amable estaba muy bien, pero aquello estaba
empezando a acelerarse y la preocupación de cómo comportarse desapareció de
un plumazo.
—¿Puedo quitarte los vaqueros? —preguntó él. O gimió, más exactamente.
—Por favor.
Ella aguantó su peso sobre los talones mientras él le desabrochaba el botón de
arriba, bajaba la cremallera y deslizaba el tejido vaquero por sus piernas. Sus
bragas eran negras, y él se detuvo a admirarlas sobre su cuerpo.
—Dios santo… —murmuró.
Estiró sus temblorosas manos y pasó las y emas de los dedos por el ombligo.
Ella esperó a que la besara de nuevo…, o a que se pusiera encima de ella…, o a
que le quitara las bragas…
—¿Pasa algo? —dijo ella, con voz quebrada.
—No, nada en absoluto. Sólo que no me canso de mirarte.
Finalmente, volvió a subir hasta sus labios. Con la lengua dentro de su boca, se
colocó sobre ella con todo el peso, dejando reposar su pecho sobre el de ella y las
piernas de los dos se entrelazaron. Entre los dos fijaron un ritmo, y el erótico
arqueo y repliegue la excitó hasta el punto de casi no poder respirar, y lo mismo
le sucedió a él.
—Por favor… Vin…
Siguió besándola y deslizó la mano por su cadera y sobre su muslo, y luego
rozó la goma de sus bragas.
—Necesito sentirte —dijo él.
Ella le agarró el antebrazo y presionó haciéndole mover los dedos hacia su
centro, frotándolos sobre su calor oculto. Mientras se estremecía y dejaba caer
sus piernas hacia los lados todavía más, él acercó la boca a su pecho y le chupó