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Memoria y Resistencia: abuso policial en México

Vivimos en una invisibilización mediática, política y social. Por ello, la Red Tapatía de Revistas y Fanzines Literarias (RTRFL) nos dimos a la tarea de abrir la convocatoria Memoria y Resistencia, un llamado a los ciudadanos y ciudadanas a denunciar los abusos policiales a través del arte como forma de protesta. En este fanzine se reúnen diferentes visiones de un mismo fenómeno. Hemos seleccionado material escrito, de divulgación y literario; discursos visuales, testimonios presentes en redes sociales. Para descargar el PDF, copia y pega el siguiente link en la barra del buscador: https://drive.google.com/file/d/1r4m6J87Dv30-CFYg25YygwThVPV6hDYW/view?usp=sharing

Vivimos en una invisibilización mediática, política y social. Por ello, la Red Tapatía de Revistas y Fanzines Literarias (RTRFL) nos dimos a la tarea de abrir la convocatoria Memoria y Resistencia, un llamado a los ciudadanos y ciudadanas a denunciar los abusos policiales a través del arte como forma de protesta. En este fanzine se reúnen diferentes visiones de un mismo fenómeno. Hemos seleccionado material escrito, de divulgación y literario; discursos visuales, testimonios presentes en redes sociales. Para descargar el PDF, copia y pega el siguiente link en la barra del buscador: https://drive.google.com/file/d/1r4m6J87Dv30-CFYg25YygwThVPV6hDYW/view?usp=sharing

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Agujeros negros

María Cervantes, 37 años, Zacatecas

“¡Si gritas te mato, hija de la chingada!” El aliento fétido en la oreja, una de

las manos invasoras se ocupa de abrir el botón, de bajar el cierre, de meterse

entre las piernas, de apretar, de lastimar, de violar. La otra mano sujeta la

pistola contra la cabeza. “Ahora sí; Pinche puta”, repite la voz. Ella intenta

zafarse, se retuerce, apenas y grita, llega la mano sudada a callar la boca, a

meterse en ella, los dedos sucios y el metal de la pistola en la lengua, contra

los labios y los dientes. El aire no llega, no llega lo suficiente. El corazón late

con fuerza, pero busca una esperanza, alguien que pase, algo que pase, algo,

algo, algo. Muerde la mugre de los dedos. “Ayúdame, cabrón”. “No, tú vas primero.

No puedes con una pinche vieja, hijo de la chingada”. El golpe en la nuca

contra la pared. Los puñetazos, las patadas de dos contra su cuerpo. El golpe

en el estómago la sofoca. La nausea sube. El vómito. “Pinche puerca, de seguro

estás peda”. “Eso se ganan cabronas, pero ni así te salvas, ni así te salvas”.

No la ve, pero la sangre brota de diferentes puntos. Su cuerpo es

algo lejano, adormecido, pero lo siente. Se sabe con vida, todavía. Todavía. Esa

palabra le causa pánico, ganas de llorar. Piensa en ella, en su mamá que la

espera. Llora de rabia, de impotencia. Destrozan su ropa a jirones. Quiere gritar,

intenta levantar los pedazos de su cuerpo y correr con los pedazos de ella

misma entre las manos. No puede. Piensa que lo hace y en su mente corre, se

va de su cuerpo. “Ahora sí, hija de la chingada, te crees muy cabrona…”

*

Un hombre cansado detrás de un escritorio le explica lo que ha de

hacer. “Sí, ya son más de 72 horas”, replica la mujer con la expresión de

angustia en el rostro. Sí, también, ya tengo la foto, todo. “No, señor, ya hablé

con todos sus amigos. No, no tiene problemas de adicción, es muy buena estudiante.

No, si no ha aparecido, es porque algo le pasó”. Las lágrimas salen

involuntariamente. No puede parar. El hombre detrás del escritorio le pasa la

caja de pañuelos desechables con la mecánica de quien hace lo mismo cien

veces al día.

Narrativa - 27

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