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Listin Diario 23-08-2020

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Lecturas de domingo<br />

SANTO DOMINGO, RD. DOMINGO <strong>23</strong> DE AGOSTO DE <strong>2020</strong><br />

15<br />

La República<br />

sura, y me pregunta, con su clásico<br />

tono de reproche en la voz, la boquita<br />

fruncida, el dedo acusador:<br />

“¿Cuánto hace que no te das una<br />

ducha? Tu cabello apesta, puedo<br />

olerlo desde esta distancia, es pura<br />

grasa, huele rancio”.<br />

La perra inmunda me acusa de suciedad.<br />

A mí, que soy la única que aún<br />

trabaja en esta casa. A mí, que la soporta<br />

solo porque nuestros hijos la quieren,<br />

algo incomprensible, pero en fin,<br />

el afecto es misterioso. A mí, que paso<br />

horas rompiéndome la espalda frente<br />

a una pantalla diseñando cosas inútiles<br />

que el Mundo, aunque va hacia la<br />

muerte, cree que necesita. A mí, que<br />

todavía me arriesgo a salir y comprar<br />

comida, porque ella alega ataques de<br />

pánico. ¿Ahorcarla? No tengo suficiente<br />

fuerza, hace tanto que no me ejercito.<br />

Salgo de la habitación. Cuando había<br />

Vida gané varios premios y en ese<br />

entonces los hacían muy pesados. ¿Los<br />

premios oscar serán pesados? Nunca<br />

lo sabré. Parecen pesados. Me siento<br />

Bette Davis en Qué fue de Baby Jane.<br />

Tengo la misma palidez. La misma<br />

locura, el mismo resentimiento. El premio,<br />

además de pesado, es tan grande<br />

que resulta absurdo y eficaz. Recuerda<br />

a una especie de lanza. Lo dejo en<br />

la repisa. No me atrevo: es más fácil ir<br />

a buscar el revólver adquirido en el último<br />

momento. En la cama, está de espaldas,<br />

no sé si lee o mira la tele o ambas<br />

cosas, o ninguna. ¡Acusarme de<br />

sucia! ¡Si de su lado de la cama emana<br />

una peste de cementerio medieval,<br />

verdaderas miasmas! Hace meses que<br />

insiste con pequeñas molestias. Que<br />

grito cuando hablo por teléfono. Que<br />

no me lavo las manos con la suficiente<br />

frecuencia. Que cuando vuelvo del supermercado<br />

sanitizo mal las latas. Que<br />

no dejo el calzado del lado de afuera<br />

de la puerta. Que soy demasiado dura<br />

y disciplinaria con nuestros hijos, dos<br />

idiotas gravísimos, que necesitan mucho<br />

más que orden y disciplina, necesitan<br />

lo que Mamá va a darles en un rato.<br />

¡Si se les ha acabado el tiempo! ¡Ya<br />

no hay después! ¿O acaso quieren vivir<br />

en este mundo espantoso, con un<br />

virus que cambia de forma a cada segundo,<br />

que ya se llama covid-27 por<br />

ese motivo, y que aún no los ataca con<br />

fiereza a ellos, pequeños contagiadores<br />

inmunes, pero lo hará? Es cuestión<br />

de tiempo. Casi que sueño con esos pequeños<br />

ataúdes, con los llantos televisados,<br />

con la tragedia global al fin desatada,<br />

con el fin, por fin: el fin. La rabia<br />

me destroza el estómago, dañado por<br />

meses de comer mal, a deshoras y sin<br />

cuidado, y siento náuseas. Respiro profundo<br />

y las contengo. Después, le disparo<br />

en la nuca. Mi mano no tiembla.<br />

Estoy muy cerca así que ella no tiene<br />

tiempo de defenderse ni de respuesta.<br />

Es posible que los vecinos hayan escuchado<br />

la detonación, pero mis hijos no.<br />

Se la pasan con los auriculares puestos<br />

o con los juegos a un volumen brutal.<br />

Voy a por ellos, mis hijos. Son más míos<br />

que de ella, que yace sin cara sobre almohadas<br />

ensangrentadas. Yo estuve<br />

embarazada y los parí. Ella siempre fue<br />

una cobarde, como lo fue en su muerte,<br />

que, creo, aceptó mansamente —<br />

Frente al televisor, todo es un caos.<br />

¿Administrar a<br />

los moribundos?<br />

Qué tontería, qué<br />

desperdicio. La<br />

noche cae sobre<br />

la ciudad y me<br />

imagino como un<br />

animal hambriento y<br />

lastimado que va en<br />

busca de su atacante<br />

sin saber quién es. Y<br />

sin que esa identidad<br />

le importe.<br />

estoy segura de que me escuchó entrar,<br />

estoy segura de que escuchó el clic del<br />

arma—, pero no por suicida, sino por<br />

falta de carácter. La misma falta de carácter<br />

que le impidió llevar adelante el<br />

tratamiento de inseminación y que la<br />

hizo retroceder ante el parto, las piernas<br />

hinchadas, la diabetes gestacional,<br />

la incomodidad, el dolor, la tormenta<br />

hormonal.<br />

Lo que ahora me amarga más aún<br />

es que no valió la pena. Esos dos imbéciles<br />

no crecerán para ser ni geniales<br />

ni buenas personas ni seres<br />

humanos generosos ni científicos<br />

capaces de detener a los virus zoonóticos.<br />

Solo sirven para grabar en<br />

TikTok. Tienen la atención de una<br />

marmota. No: una marmota debe<br />

tener más. Estoy siendo injusta con<br />

) El caos y la desesperanza frente a la pandemia.<br />

ellos. Son fuertes, eso sí, porque su<br />

otra madre se ocupó, durante estos<br />

últimos meses, de entrenarlos a<br />

diario con diversas apps que yo detesté<br />

cada segundo, la voz robótica,<br />

el pitido entre ejercicios, el 1, 2,<br />

3 mecánico, lo inútil de preparar el<br />

cuerpo para un ataúd en vida —este<br />

departamento— o para la muerte<br />

allá afuera.<br />

Entro al cuarto. Juegan a algo.<br />

No sé a qué, pero es mejor que<br />

cuando graban sus coreografías<br />

pésimas, así que siento un poco<br />

de ternura, solo un pinchazo,<br />

un mosquito perdido que ataca<br />

sin entusiasmo mis tobillos. Nada<br />

que mi rabia no pueda superar<br />

cuando veo sus rostros iluminados<br />

por las pantallas y pienso<br />

en cada capricho, en cada decepción,<br />

en cada ingratitud, incluso<br />

en cada crueldad. Sebastián,<br />

el mayor, es un bully, por ejemplo;<br />

en el Viejo Mundo, cuando<br />

aún había escuela, nos llamaban<br />

todo el tiempo porque había<br />

insultado o golpeado a un<br />

compañero siempre más débil<br />

que él, más tímido que él, mejor<br />

que él; mi pareja se enojaba<br />

porque creía que, en realidad,<br />

le hacían la vida imposible<br />

porque nosotras éramos dos<br />

madres mujeres. Durante un<br />

tiempo me engañé, porque la<br />

mentira es dulce, sobre todo<br />

cuando una decide victimizarse.<br />

Tuve que resignarme, con<br />

el tiempo, a la crueldad de Sebastián,<br />

a su sonrisa cuando<br />

asistía al escarnio de lo frágil.<br />

Cruel y estúpido. Una mezcla<br />

poderosa. Toqué el revólver<br />

comprado aquel día antes del<br />

cierre de las armerías y lo noté<br />

frío. Temí, porque no había podido<br />

practicar, ser incapaz de<br />

sostenerlo o que el disparo, en<br />

vez de dar en la cabeza de mi<br />

hijo mayor, acabara en la pared.<br />

Sucedió lo increíble: le acerté<br />

en el primer intento. El otro hijo,<br />

el más pequeño y menos interesante,<br />

Ignacio, dijo “¿mami?”<br />

como si no me reconociera<br />

y recibió un disparo menos preciso,<br />

el pulso tembloroso, no es<br />

tan fácil, uno recuerda alguna<br />

sonrisa, el olor que tenían cuando<br />

eran bebés, el miedo alguna<br />

noche de fiebre e incertidumbre,<br />

el descubrimiento de la lluvia,<br />

verlos correr en una plaza<br />

de verano bajo el sol. Le dio en<br />

el mentón. Tuve que rematarlo<br />

en el suelo, entre gritos, y otro<br />

disparo destrozó una pantalla,<br />

no sé de qué dispositivo, hay<br />

tantos en este cuarto.<br />

Entré al baño y abrí la ducha.<br />

Ahora sí estaba sucia, con<br />

sangre y restos de hueso en la<br />

cara y el cuerpo. El agua salía<br />

muy caliente, lo supe por el<br />

vapor, pero subí y subí la temperatura<br />

porque quiero quemarme<br />

la piel. Tengo más balas,<br />

tengo planes. Voy a salir a<br />

las calles desiertas: sé cómo<br />

evadir los controles policiales<br />

que, además, cada vez son más<br />

laxos porque los agentes de seguridad<br />

también saben que, si<br />

no hay futuro, ¿para qué controlar?<br />

¿Administrar a los moribundos?<br />

Qué tontería, qué desperdicio.<br />

La noche cae sobre la ciudad<br />

y me imagino como un animal<br />

hambriento y lastimado que va<br />

en busca de su atacante sin saber<br />

quién es. Y sin que esa identidad<br />

le importe.

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