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Julio Hilger "Tripa Cotillón"

Exhibición 6 de abril hasta el 30 de junio 2019. Fundación Andreani.

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FUNDACIÓN ANDREANI

AÑO 2019


Exhibición

Desde el 6 de abril

hasta el 30 de junio

de 2019

Detalle


JULIO HILGER

“Tripa Cotillón”


Tripa Cotillón, querida Natalia

El título Tripa Cotillón nace del juego paródico que Julio

Hilger se permite al refuncionalizar máscaras, caritas,

caretas y globos entre insospechados elementos kitsch

que se convierten, junto a otros objet trouvé, en cubierta

y soporte —al mismo tiempo— del gesto pictórico. Otro

título que pensó —Querida Natalia— se refiere más a su

aspecto entrañoso y simbólico, como un gran útero palpitante

donde se gesta un arrollador universo segmentado

que rompe con cualquier posibilidad jerárquica de

las cosas: una gran madre tierra que se alimenta vorazmente

y que, a la vez, se muestra pródiga en la creación.

La sensación de progreso universal del siglo precedente

se desmoronó y ahora nos encontramos frente a

una confusión e imprevisibilidad alarmantes. El siglo XXI

pone en jaque nuestras viejas categorías y narraciones

que colapsan, y el actual cosmopolitismo carece de

una lectura global en su fragmentación. La imaginación

utópica se percibe como imposible. Hoy la realidad se

presenta como un universo dispersivo, frente a los actuales

dilemas nucleares, climáticos y tecnológicos, con

desigualdades previamente imprevistas como advertencias

distópicas. Estas incitan un cambio de paradigma

que debilita el axioma de racionalidad. La globalización

dificulta el pensamiento ideológico y racional, pues se

disuelven las narrativas históricas y las creencias basadas

en la tecnología y el progreso. Enfatizando los

desequilibrios sociales, con la manipulación y el narcisismo

dominante, se acrecienta la idea de incertidumbre

imperante que cruje respecto al futuro. En la era de la

hipercomunicación digital, las redes sociales interpelan

a los individuos en multitudes virtuales postergadas y carentes

de sentido.

Hilger desafía lo preestablecido. Busca reencontrar las

utopías y salir radicalmente del sistema en una actitud

asistemática. Indaga con renovado lenguaje desesperado

y exasperante que le otorga un anclaje simbólico.

Las respuestas son siempre provisorias, inacabadas,

contradictorias; generan un pensamiento emancipado,

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deambulante y plural. Su obra responde a una lógica

del «pensamiento rizomático» (en el decir de Deleuze),

a una unidad heterogénea que evidencia la conexión y la

multiplicidad de individualidades asignificantes y asubjetivas,

discontinuas, que a la vez redundan en una polisemia

de significantes paradójicos. Parecen estar sujetas

a vectores en fuga hacia inesperadas direcciones

donde los objetos simulan juntarse y resurgir en nuevas

alianzas; alargan su sentido original, al ser desplazados

y al mutar de contexto.

Julio Hilger opera un sistema abierto susceptible de recibir

constantes mutaciones, alterado y adaptado según

sus necesidades o performances, con las que desarrolla

cartografías volumétricas, insólitas, en permanente experimentación.

En su encuentro con los objetos, inventa

maneras de percibir que se definen en su capacidad de

resonancia, al escuchar, mirar lo que nos están diciendo.

Trabaja sus ensamblados como una masa ingobernable

de objetos encontrados en el barrio y acumulados en su

atelier —objetos plásticos, carteles, alambres, descartables,

objetos carbonizados, tubos de cartón, de plástico

y de hierro, trapos, rollos de cartón, globos, ramas y papel

higiénico— con maderas recubiertas por una amalgama

de papeles endurecidos con una mezcla de yeso,

cola y pintura.

Utiliza materiales con motivos que surgen de la naturaleza

urbana: pequeñas máscaras, elementos de cotillón,

un pedazo de columna clásica, fetiches de diferente índole,

un hipocampo de cerámica, osos de peluche, angelitos

de madera y de escayola, un sapo de plástico,

una palita de basura, un paquete recubierto de brillantina

y trozos de nylon cuyo origen funcional es irreconocible.

Estos adornos aluden a iconografías y a diferentes momentos

de la Historia del Arte: una Venus de Milo recostada,

caras que representan la cultura grecorromana, alas

de yeso, pedazos decorativos de ornamentación arquitectónica,

una calcina oreja, plumas de aves, monos de

la sabiduría, frutos y vegetales extraídos de la naturaleza.

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Presenta un conjunto de raíz neodadá para alcanzar la

categoría de una esculto-pintura, límite que no le interesa

establecer en un universo desdibujado, disolvente de relaciones

y estructuras complejas, frágiles, sin un centro

definido. Estas presencias misteriosas sugieren una metáfora

implosiva de certezas evanescentes, pues nada

es permanente. Están sumergidas, a la vez que emergen

de manera azarosa de ese caos creativo —como en el

Génesis bíblico— gobernado por sus propias pulsiones,

no exentas de un desfasaje hedonista vigoroso de su

quehacer pictórico en el que introduce la idea de travestimiento

y máscara como una gran puesta en escena.

En la recuperación de la pintura, introduce el concepto

de máscara y maquillaje como una suerte de cosmetología

atravesada por memoriosas pinceladas. Subvierte y

tortura los objetos tangibles en su sentido originario. En

ese apiñar arbitrario de piezas corpóreas iluminadas por

colores sutiles o atrevidos configura nuevos significados.

Una de sus características es la forma de tratar las obras

con un peculiar modo de empastar el color con capas

sucesivas que deja entrever la verdadera esencia de los

materiales usados. A la sazón, colgadas del techo, de una

pared, o apoyadas en el piso en equilibrio inestable, parecen

desprendimientos desgarrados de sus ligaduras o

entrañosas y enramadas conglomeraciones de inquietantes

volúmenes. Acaso esculto-pinturas, en holísticas composiciones,

se presentan como un desesperado reclamo

pleno de incertezas en la búsqueda de un nuevo orden.

Consigue texturas de varias capas, de aspecto complejo,

como estratificaciones geológicas de la naturaleza

artificial, la Cultura. La pintura surge a través de las

diferentes superposiciones matéricas y de color, con

texturas granulosas, mezcla de materiales y pigmentos.

El transformismo de esa masa acopiada, un sinsentido

intencionado, emana de sus caóticas esculto-pinturas.

Alberga colores, matices, para conformar un todo en ese

divagar por los objetos que se presentan como la piel

que diversifica los significantes.


No plantea una ruptura conceptual, como hacían las vanguardias;

no intenta romper las formas preestablecidas,

sino resignificarlas. Como si entrara en una dimensión

afectiva, las oculta en su deterioro y las exorciza a través

de la pintura, a veces, en un grito estridente y siniestro,

y otras, con cuidadosa aplicación de su búsqueda amorosa

de tenues colores. Alumbra con el color la historia

perdida de esos objetos de la más variada naturaleza,

desvalorizados en su inefable caída, que se manifiestan

en un imaginado campo arqueológico.

Usa elementos no refenciales, dudosos, abordados en

su enajenada narrativa. En un cruce de memorias discursivas

visuales, semejan objetos corrientes en desuso

despojados de su tiempo existencial. Lo transitorio

y lo duradero se funden en un tiempo que fluye. Julio

Hilger simboliza el Tiempo con una máscara adherida a

un destartalado ventilador en constante movimiento circular,

como una Medusa desmembrada cuya cabellera

recorre el espacio expositivo y orienta el recorrido hacia

ese rostro que gira en el sentido del reloj.

Se avizora un cambio del que no somos completamente

conscientes y del que solo atisbamos un horizonte del

cual estamos —por ahora— excluidos, en una caída estrepitosa

de las utopías del pedestal de las creencias y

verdades absolutas. La falta de convicciones seculares

o ideológicas nos sumerge en un abismo donde el todo

queda relegado al cofre de las ideas obsoletas. Esta cadena

ininterrumpida de interpretaciones conduce a un

relativismo que tiñe todos los órdenes de la sociedad y

la cultura: un sentido agónico que indica fatiga de lo absoluto,

del orden preestablecido. Se impone lo ambiguo

e indefinido.

En un mundo donde los espacios virtuales impregnan

cada vez más la realidad, Julio Hilger siente la necesidad

de aferrarse a la materia, que fragua como un virus

expandido. Se presenta refractario a aceptar un rechazo

y a articular un discurso único. El descreimiento y el escepticismo

se manifiestan en un aparente enrolamiento

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en el «todo vale» donde nada pareciera tener valor. Su

pintura produce una fantástica y misteriosa exaltación de

la subjetividad, escondida en ese caos iconográfico de

objetos acopiados, con la que interpreta la vulnerabilidad

de nuestras sociedades y toma encarnadura en el

miedo, en lo siniestro de la transitoriedad de los vínculos.

El desasosiego, el sentido de fragilidad y desorientación

son el resultado del permanente cuestionamiento de paradigmas

en extinción. El artista busca islas de sentido

habitando el espacio y atendiendo a las posibles metamorfosis

que le brinda su praxis artística. Renunciar al

error equivaldría a renunciar a la emoción de lo imprevisto.

Encontrar algo insospechado rompe una lógica argumentada

y ese divagar, deambular, de su práctica se

convierte en el motor fundamental de sus imágenes que

le permiten pensar la complejidad del mundo.

Julio Hilger, en una reconfiguración de su experiencia estética,

aborda lo sensible desde la dimensión de lo objetual,

sin renegar de su herencia de la pintura. En esa

paradójica fusión, arma un sistema de conocimiento con

el que construye su discurso, a la vez que exhibe sus

propias condiciones de producción y dudas existenciales.

Ese vertiginoso proceso, convertido en un alud de

elementos e ideas donde vuelca sus críticas a la lógica

de la alienación, provoca cierto orden de lo sensible. Se

transforma así en la crítica del hecho artístico en sí mismo.

La pregunta sobre el arte actual es más bien una incógnita

que una respuesta y pasa a ser una relación íntima

entre el artista y su hacer. El arte se asemeja al proceso

de vivir y, en Hilger, los objetos no se sujetan a los cánones

preestablecidos estéticamente desde la concepción

convencional de Belleza. Los objetos se convierten en

textos, anotaciones incoherentes o fortuitas que nos hablan

de diferentes aspectos de la vida. La obra, en este

sentido, es políticamente crítica.

Laura Buccellato

11 de abril de 2019

Detalle

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Francisco Jamón

Técnica Mixta

190 x 70 x 40 cm

2019


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Até con tripa mi cotillón

Técnica Mixta

lado a: 240 x 420 x 80 cm

2019


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Detalles


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Detalles


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Detalles


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Detalles


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Até con tripa mi cotillón

Técnica Mixta

lado b: 270 x 320 x 124 cm

2019


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Detalle


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Detalle

Tamara

Técnica Mixta

15 x 36 x 54 cm

2019

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Querida Natalia

Técnica Mixta

140 x 260 x 58 cm

2019


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Detalles

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Detalles

Remedo de pata

Técnica Mixta

86 x 56 x 164 cm

2019

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Sin título

Técnica Mixta

60 x 40 x 30 cm

2019


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Bestiario

Técnica Mixta

208 x 107 x 65 cm

185 x 64 x 33 cm

230 x 53 x 60 cm

97 x 115 x 20 cm

125 x 33 x 62 cm

300 x 40 x 30 cm

2019


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Detalles

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Julio Hilger

Julio Hilger nació y vive en Buenos Aires. En 2016 es

seleccionado para formar parte del Programa de Aristas

en la Universidad Torcuato Di Tella a cargo de Mónica

Girón, Santiago Villanueva y Mariano Mayer.

Asistió a clínicas de obra con Silvia Gurfein-Valeria Maculán,

Sergio Bazán y Tulio de Sagastizábal y a los talleres

de Guillermo Roux, Eduardo Stupía y Pablo Siquier.

Participó en muestras colectivas en: “Cuerpos” BSM

(2018). “Artico antártico” Panal(2018). Centro Cultural

San Martín (2018). Mite (2018). La Verdi (2018). Arte

BA (2018). “Prácticas relacionales” Hotel Dora Córdoba

(2017). Arte BA Focus (2017). “La piedra fundamental”

NN Galeria (2017). Universidad Torcuato Di Tella

“La cosa soy yo” y “Ahí va mi sangre” (2016). La Verdi

(2016). Museo de Arte Moderno y Contemporáneo del

Sur (2015). Granate Galería (2014). arteBA (2013). Cosmiko

Galería (2013). Auditorium de Mar del Plata (2012),

Mite (2011), LXIV Salón Nacional de Rosario (2010).

Galería Apettite (2009).

Realizó muestras individuales en: “Separados al nacer”,

Munar (2018). “Persa, Munchkin...” Centro Cultural

San Martin (2018). “Bombon de frutilla”, Miranda Bosch

(2017). “#1”, Argento Galería/Hábitat (2015). “Ritual de lo

habitual”, Fiebre Galeria (2014). “Lecciones de guitarra

con Yngwie Malmsteen” Fiebre Galería(2013). Fundación

Bank Boston, “Autoretratos” (2008).

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Party favor guts, dear Natalia

The title Tripa Cotillón (Party Favor Guts) is fruit of a parody

that Julio Hilger indulges in when he re-functionalizes

masks, face coverings, balloons, and other unlikely

kitsch items, turning them—and like objets trouvé—into at

once covering and support for the pictorial act. Querida

Natalia (Dear Natalia), the other title he considered, is

more tied to the show’s visceral and symbolic aspect.

The exhibition is like a large throbbing womb where an

overwhelming universe gestates, a segmented universe

where no hierarchy of things is possible, a great Mother

Earth as ravenous as she is lavishly creative.

The last century’s sense of universal progress has

crumbled, and we now find ourselves in an alarming state

of confusion and unpredictability. The twenty-first century

challenges to the core our old categories and narrations—

they collapse; in its fragmentation, today’s cosmopolitanism

offers no global reading. Utopian imagination seems

impossible. Reality today is experienced as disperse, and

current nuclear, climatic, and technological dilemmas,

coupled with previously inconceivable inequalities, are

like dystopian warning. We need a new paradigm to

counter the axiom of Reason. Globalization complicates

ideological and rational thought; historical narratives and

beliefs based in technology and progress have been

washed away. Heightened social imbalance, along with

manipulation and narcissism, promises only greater

uncertainty in the future. In the age of digital hypercommunication,

social networks call on individuals in

forever-delayed virtual multitudes as great in number as

they are lacking in meaning.

Hilger upsets the status quo. He tries to re-connect

to utopias and, with asystematic attitude, effect a

radical break from the system. The symbolic anchor

of his interrogation is his desperate and exasperating

renewed language. His answers are always provisional,

unfinished, contradictory; they generate emancipated,

meandering, and plural thought. His work reflects a

logic of “rhizomatic thinking” (to use Deleuze’s term), a

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heterogeneous whole that evidences the connection and

multiplicity of meaningless and subjectless individualities,

discontinuous individualities that somehow led to a

polysemy of paradoxical signifiers. They seem to be

tied to vectors fleeing in odd directions where objects

appear to join and resurge in new alliances; when they

are displaced and their context mutates, their original

meaning is stretched out.

Julio Hilger operates an open system susceptible to

endless mutations, a system that can be altered or

adapted according to his needs or to the performances

in which he develops unlikely volumetric cartographies in

a constant state of experimentation. In his encounter with

objects, he invents ways of perceiving defined by how

they resonate in us when we see them, when we hear what

they have to tell us. He works his assemblages—unruly

jumbles of objects he comes upon in the neighborhood

and collects in his studio (plastic things; signs; bits of

wire; waste; charred things; cardboard, plastic, or iron

tubes; rags; balloons; branches; toilet paper)—with

pieces of wood coated in an amalgam of paper hardened

by a mix of plaster, paste, and paint.

He uses materials and motifs taken from the urban

landscape: small masks, party decorations, a piece of a

classic column, all variety of fetishes, a ceramic seahorse,

teddy bears, wooden and plaster angels, a plastic frog,

a dustpan, a package covered with glitter, and pieces

of nylon with undiscernible function. These decorative

objects make reference to iconographies and different

moments from art history: a reclining Venus de Milo,

Greco-Roman faces, plaster wings, decorative pieces

of architectonic embellishment, a concrete ear, feathers,

wise monkeys, and nature’s fruits and vegetables.

The neo-Dada whole rises to the category of sculpturepainting,

though the limit between them matters little

to him. In his blurry universe with no clear center,

structures are complex and fragile. These mysterious

presences suggest a metaphor that implodes evanescent

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certainties—nothing, after all, is forever. As if in Genesis,

they are at once submerged and emerging, randomly,

from a creative chaos governed by its own drives that are

not without a vigorous hedonist imbalance. His pictorial

task is thrown off as the ideas of crossdressing and the

mask stage a grand scene.

In his return to painting, he introduces the mask and

makeup in a sort of cosmetology riddled with memorious

brushstrokes. He subverts and torments the original

purpose of tangible objects. In that arbitrary grouping of

corporeal pieces in subtle or bold colors, he assembles

new meaning. He has a particular way of layering

colors that suggests the very essence of the materials

used. Whether hanging from the ceiling or from a

wall, or wobbling on the floor, they seem like tears in

ligaments or visceral and intertwined conglomerations

of unsettling volumes. Perhaps sculpture-paintings in

holistic compositions, they are like a desperate cry full of

uncertainties in pursuit of a new order.

He comes up with multilayered textures complex in

appearance, like geological stratifications of artificial

nature, that is, Culture. Painting arises through

superimpositions of material and color: lumpy mix of

material and pigment. His chaotic sculpture-paintings

give off the transmutation of that motley mass, of that

intentioned nonsense. They hold colors, shades, to make

up a whole by meandering through objects that seem like

the skin that diversifies signifiers.

Unlike the avant-gardes, he does not formulate a

conceptual rupture; his intention is not to break preestablished

forms but to re-signify them. As if entering

into an affective dimension, he hides those forms in

their decline and exorcises them through painting, at

times in a shrill and uncanny shout and at others with

painstaking attention in an amorous search of pale hues.

He illuminates with color the lost history of objects of the

most varied nature, objects devalued in their ineffable fall

and manifested in an imagined archeological field.


This alienated, altered narrative makes use of nonreferential,

dubious elements. In a cross of discursive

visual memories, they are like commonplace things in

disuse, unfettered by their existential time. The passing

and the enduring merge in time that flows. Julio Hilger

symbolizes Time with a mask stuck to a beat-up fan in

constant circular motion, like a dismembered Medusa

whose hair runs through the exhibition space and leads

to that face that spins clockwise.

A change lurks, one we are not fully aware of. Of it, we can

only make out a horizon from which we are excluded—for

now at least—in a thundering fall from the pedestal of

utopias with their beliefs and absolute truths. For want

of secular or ideological conviction, we have sunk into

an abyss where the whole is relegated to the coffer of

obsolete ideas. That seamless chain of interpretations

leads to a relativism that tints every order of society and

culture. A sense of death indicates restlessness with

the absolute, with the status quo. The ambiguous and

undefined takes hold.

In a world where reality is more and more steeped in

virtual spaces, Julio Hilger feels the need to grasp onto

matter, which he forges like an expanded virus. He is

resistant to accepting a rejection and to articulating a

sole discourse. Disbelief and skepticism take the form of

apparent affirmation that “everything goes” when, in fact,

nothing goes anywhere, that is, nothing means anything.

His art produces a fantastic and mysterious exaltation

of the subjectivity hidden in that iconographic chaos of

motley objects. With that subjectivity, he interprets the

vulnerability of our societies and embodies the fear, the

uncanniness of ties fleeting.

Unease, a sense of fragility and disorientation, is the result

of endlessly questioning paradigms in extinction. The artist

searches for islands of meaning, inhabiting space on the

watch for the metamorphosis his artistic praxis might enact.

Scorning error would amount to scorning the emotion of

the unexpected. Coming upon something unplanned

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breaks a well-grounded logic, and that digression from his

practice turns into the engine of images that enable him to

grapple with the world’s complexity.

In a reconfiguration of his aesthetic experience, Julio

Hilger tackles the perceptual from the realm of the

object without reneging his background in painting. In

that paradoxical fusion, he puts together the system of

knowledge with which he builds his discourse while also

exhibiting conditions of production and existential doubts.

That vertiginous process, an avalanche of elements and

ideas where he expresses his critiques of the logic of

alienation, gives the perceptual a certain order. It turns,

then, into a critique of the artistic fact as such.

Art today is an enigma rather than an answer; it is an

intimate relationship between the artist and his or her task.

Art is like living life and, in Hilger, objects do not adhere

to aesthetic canons or the conventional conception of

Beauty. His objects are texts, jumbled or happenstance

notes that speak to us of different aspects of life. His work

is, in that sense, politically critical.

Laura Buccellato

April 11, 2019

Detalle

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Fundación Andreani

Fundadora

María Rosa P. de Andreani

Presidente

Oscar A. Andreani

Director de Administración y Finanzas

Andrés Arfuch Gago

Gerente

Karina Castiglioni

Coordinadora Programa

Cultural / Artes visuales

Milagros Velasco

Coordinadora Programa

de Logística Social

Carolina Candia


CRÉDITOS:

Curadora

Laura Buccellato

Fotografía de Obra

Josefina Tommasi

(pág:2,3,9,10,11,17,24,25,26,40,42,43,45,53)

Gabriela Ludueña

(pág:13,14,15,16,18,19,20,21,22,23,

27,28,29,30,31, 32,33,34,35)

Milagros Velasco (pág: 20)

Diseño Gráfico

Gabriela Ludueña

Traducción

Jane Brodie

Educadora

Florencia Solari Lima

Montaje

Marcial Varela, Ana Montecuco,

Juan Carlos López, Julio Hilger

Asistente Montaje

Matías Rubén Escobar

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