REVISTA SEMANA SANTA 2020
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INTERÉS TURÍSTICO INTERNACIONAL
MÉRIDA I Semana Santa 2020
SALUDAS
TANTO AMÓ DIOS AL MUNDO
QUE DIO A SU HIJO ÚNICO. (JN 3,16)
Jorge Sánchez Muriel. Arcipreste de Mérida
Recuerdo haber visto desde pequeño, multitud de veces,
una pequeña pancarta con la inscripción “John 3,16”
que portaban y lucían ante las cámaras de tv algunos
espectadores de los estadios donde se competía en
distintas modalidades atléticas.
Siempre di por supuesto, desde mi inocencia, que
sería un pequeño homenaje a un gran atleta americano
del pasado llamado John y que aún, a pesar del tiempo
pasado, mantenía su record mundial establecido en 3
minutos y 16 segundos. Supongo que no sería la única
alma cándida que daba esta intuición como algo cierto.
Seria en mis primeros años de Seminario de Badajoz
donde se me revelara, no sin sorpresa, la verdad de
la inscripción del dichoso cartelito: ¡hacía referencia
al capítulo 3, versículo 16 del Evangelio de San Juan
¡Todo un descubrimiento para mí. Ahora resulta que el
Atleta desconocido que había batido un record mundial
insuperable de Amor era el mismo Dios.
Es sin duda uno de los versículos más conocido de los
Evangelios y la misma Iglesia protestante lo define como
“el Evangelio en pocas palabras”. Y realmente es el centro
del Evangelio y de la fe cristiana.
A veces olvidamos que el amor de Dios es universal
y es para todos y para este mundo, nos guste más
o menos este mundo. Él, al dar a su Hijo es para que
todos tengamos vida, y vida en plenitud. Nos cuesta
experimentar la fe como fuente de vida autentica y que
creer en Cristo Muerto y Resucitado es vivir ya algo nuevo
y definitivo. El amor de Dios manifestado en Jesús nos
llama de forma urgente a una existencia plena en nuestro
vivir de cada día.
La celebración de la Semana Santa es una fiesta realmente
desconocida para aquel que se quede simplemente
en la tradición y en el folclore, no habiendo descubierto
aún el significado último de la fe en el Crucificado. ¿Qué
sentido puede tener celebrar a un crucificado en medio
de una sociedad que busca sobre todo la comodidad y el
máximo bienestar? Habrá aún quienes se preguntarán si
es necesario hoy un cristianismo que manifiesta la agonía
de Getsemaní y los estertores del Calvario.
Cuando los cristianos adoramos al Cristo de la Pasión
y de la Cruz, no estamos ensalzando el sufrimiento y la
muerte, sino el amor y la cercanía de un Dios que ha
querido compartir nuestra vida y nuestra muerte hasta el
final. No es el sufrimiento el que salva, sino el amor de
Dios que se solidariza con nosotros y comparte la historia
de dolor de la humanidad.
Por ello, seguir a Cristo que “me amó y se entregó
por mi” (Ga 2,20) , no es buscar de forma masoquista
el sufrimiento, sino saber acercarse a los que
sufren solidarizándome con ellos hasta las últimas
consecuencias. Y esto es necesario recordarlo, hoy más
que nunca, en medio de tantas personas crucificadas
con tan variadas y distintas cruces.
También sabemos, por desgracia, que no será la sangre
derramada de tantos inocentes crucificados la que nos
lleve en volandas hacia una sociedad mejor, sino el
esfuerzo paciente y tenaz de aquellos que día a día luchan
por una vida más fraterna y digna para todos.
Pero sin duda alguna, una esperanza debe alentar y
animar nuestros corazones. A una vida “crucificada”,
vivida con el mismo amor y fraternidad con que vivió
Jesús, solo le puede esperar la Resurrección, “…una
corona que no se marchita” (1Cor 9,25), como nos dice
San Pablo utilizando la analogía del atleta que corre en el
estadio para alcanzar la meta.
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