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LA TOPONIMIA NO ES UN MAMÍFERO INSECTÍVORO SIN IMPORTANCIA. UNA VISIÓN DE CONJUNTO DE LOS NOMBRES DE LUGAR DE ARAGÓN

La toponimia no es una ciencia exacta, y son muchos los condicionantes que han podido influir en la evolución de un nombre de lugar. Se puede intentar explicar su procedencia, pero nunca se tendrá la certeza absoluta porque no hay nadie que conozca las circunstancias que rodearon su nacimiento y los avatares que sufrió a lo largo de cientos de años. Creemos que no se trata solo de explicar desde qué voz podría haber evolucionado un topónimo mayor, sino indagar el porqué de su nombre, descartando hipótesis que, aunque lingüísticamente sean factibles, no lo son desde un punto de vista lógico, teniendo en cuenta factores geográficos o históricos. La premisa de la que parte este libro considera que la inmensa mayoría de las poblaciones actuales son herederas de la red de asentamientos que se empezó a establecer como forma de poblamiento y de explotación de la tierra hace ya más de dos milenios en el territorio que hoy conforma Aragón, y cuyo elemento tal vez más característico son las villas romanas. A partir de este planteamiento se han elaborado una o varias propuestas etimológicas para cada uno de los nombres de localidades aragonesas que han llegado habitadas hasta el siglo XX, reservando un capítulo específico para estudiar su relación con el nombre de los ríos que surcan esta comunidad autónoma.

La toponimia no es una ciencia exacta, y son muchos los condicionantes que han podido influir en la evolución de un nombre de lugar. Se puede intentar explicar su procedencia, pero nunca se tendrá la certeza absoluta porque no hay nadie que conozca las circunstancias que rodearon su nacimiento y los avatares que sufrió a lo largo de cientos de años. Creemos que no se trata solo de explicar desde qué voz podría haber evolucionado un topónimo mayor, sino indagar el porqué de su nombre, descartando hipótesis que, aunque lingüísticamente sean factibles, no lo son desde un punto de vista lógico, teniendo en cuenta factores geográficos o históricos.
La premisa de la que parte este libro considera que la inmensa mayoría de las poblaciones actuales son herederas de la red de asentamientos que se empezó a establecer como forma de poblamiento y de explotación de la tierra hace ya más de dos milenios en el territorio que hoy conforma Aragón, y cuyo elemento tal vez más característico son las villas romanas. A partir de este planteamiento se han elaborado una o varias propuestas etimológicas para cada uno de los nombres de localidades aragonesas que han llegado habitadas hasta el siglo XX, reservando un capítulo específico para estudiar su relación con el nombre de los ríos que surcan esta comunidad autónoma.

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LA TOPONIMIA NO ES UN MAMÍFERO

INSECTÍVORO SIN IMPORTANCIA.

UNA VISIÓN DE CONJUNTO DE LOS NOMBRES DE LUGAR DE

ARAGÓN

Pascual Miguel Ballestín



Pascual Miguel Ballestín (Gallocanta,

Zaragoza, 1966) es geógrafo de formación

y estudioso del léxico, especialmente del

aragonés. En el campo de la lexicografía,

ha publicado varios trabajos de recopilación

de vocabulario popular y de textos de

los siglos XIX y XX, además de dos monografías

aparecidas en esta misma colección:

Insultar en Aragón. Caradas, faltadas, embefias,

farinazos, palabros, carnuzadas, titabolas...,

que ya ha conocido dos ediciones, y

el Dizionario aragonés de terminos cheograficos,

junto a Chesús Casaus Parrilla.

Su interés por el espacio geográfico y los

nombres que lo designan ya se aprecia en la

edición que preparó del Itinerario del Reino

de Aragón, de Juan Bautista Labaña, y del

Diccionario geográfico-estadístico-histórico:

edición facsímil provincia de Huesca de Pascual

Madoz.

Centrado últimamente en la toponimia,

destaca el coleccionable publicado en

Heraldo de Aragón Los nombres de Aragón.

Sus poblaciones, que fue el germen del volumen

titulado Toponimia mayor de Aragón.

Ciudades, villas, lugares, aldeas, ríos, montañas

y territorios; y los artículos “Los amos

de mi tierra. Propietarios romanos en la toponimia

de las comarcas del Jiloca y Campo

de Daroca” (Xiloca, nº 44) o “Toponimia

e Historia: ¿Y si Calatayud no fuese de

origen musulmán?” (Rolde, nº 170-171).

Con Chesús Casaus participó durante

dos temporadas en una sección sobre toponimia

en el programa Esta es la nuestra

de Aragón Radio. Actualmente es miembro

de la Comisión Asesora de Toponimia del

Gobierno de Aragón.






LA TOPONIMIA NO ES UN MAMÍFERO

INSECTÍVORO SIN IMPORTANCIA

UNA VISIÓN DE CONJUNTO DE LOS NOMBRES DE LUGAR DE

ARAGÓN

Pascual Miguel Ballestín

Gara d’Edizions

Zaragoza, 2020





Para Pilar, que guarda memoria genética de Calatayud, Aranda de Moncayo,

Madrid, Toledo o Albalate, además de otros topónimos mucho más pequeños,

pero no por eso menos entrañables, como Las Carolinas, El Guano, La Granja,

El Cabezo, La Cuesta Morón, Montemolín...



Diseño portada: Gara d'Edizions

© Pascual Miguel Ballestín

© Gara d’Edizions

Avda. Navarra, 8

E-50010 ZARAGOZA

www.garadedizions.com

gara@garadedizions.com

I.S.B.N.: 978-84-8094-074-0

Depósito Legal: Z 341-2020

Impresión: Icomgraph

Impreso en Aragón-Printed in Aragon



LA TOPONIMIA NO ES UN MAMÍFERO

INSECTÍVORO SIN IMPORTANCIA

UNA VISIÓN DE CONJUNTO DE LOS NOMBRES DE LUGAR DE

ARAGÓN





ÍNDICE

Introducción..............................................................................................11

CAPÍTULO 1. Un poco de historia: toponimia, antroponimia,

americanos y romanos............................................................................15

CAPÍTULO 2. Villae y su importancia económica y de organización

del territorio. Distintos tipos de propiedades y

asentamientos (turris, villae, vici, castella…)............................................19

CAPÍTULO 3. Antroponimia, sufijación

y formación de topónimos en latín.........................................................27

CAPÍTULO 4. Las voces comunes en la toponimia mayor.........................45

CAPÍTULO 5. Potamónimos: el agua que se mueve..................................49

5.1. ¿De dónde viene el nombre de los ríos?...........................................52

5.2. Uno para todos y todos para uno....................................................58

5.3. Relación de potamónimos con su explicación.................................60

CAPÍTULO 6. Cuando las cosas no son lo que parecen.............................73

6.1. Las primeras interpretaciones etimológicas: la scripta medieval........74

6.2. Árboles, arbustos, cebollas y otras hierbas en la toponimia mayor...77

6.3. Lobos, conejos, abejas, cabras y demás alimañas toponímicas..........79

6.4. ¿Es real la propiedad del rey?...........................................................81

6.5. Francamente, no creo en privilegios fiscales en el nombre...............83

6.6. Ecónimos tautológicos o poliotopónimos.......................................85

6.7. Pueblos sagrados, santos inexistentes y hagiotopónimos varios........88

6.8. Topónimos crecientes.....................................................................94

6.9. Novedades toponímicas..................................................................98

6.10. Parece árabe, pero si rascamos un poco.........................................99

6.11. Los numerotopónimos: cuando

un número se incrusta en el nombre...........................................104

6.12. Buen pueblo de pesca… si tuviera río.........................................107

6.13. Fuentes en los fundus y fundus en los campos..............................109

6.14. Topónimos dobles

(alto-bajo, mayor-menor, grande-pequeño…).............................110

6.15. Topónimos con buena vista........................................................112

6.16. El artículo toponímico................................................................114



6.17. Toponimia y geografía física........................................................116

6.18. Sufijos con “información específica”:

¿transparencia o espejismo?..........................................................119

6.19. Algunos sufijos especiales............................................................123

6.20. Y para terminar… las terminaciones...........................................126

CAPÍTULO 7. Relación de topónimos con su explicación.......................131

Glosario de –ónimos................................................................................403

Bibliografía...............................................................................................413



INTRODUCCIÓN

Este libro nace de las entrañas de otro. Se podría decir que es una secuela o,

empleando un anglicismo muy utilizado en ámbitos cinematográficos y televisivos,

un spin-off. En el otoño de 2015 estábamos redactando la introducción

de Toponimia mayor de Aragón. Ciudades, villas, lugares, aldeas, ríos, montañas

y territorios, el final de etapa de un proyecto que pretendía referir y explicar la

razón de los nombres propios de lugares, ríos, etc… a partir de la exposición de

las distintas propuestas etimológicas recopiladas, ofreciendo un abanico de posibilidades

amplio y variopinto para cada uno de los topónimos. Entre dichas propuestas

estaban las de los que nosotros denominábamos “toponimistas a piñón

fijo” o “monotemáticos”, es decir, aquellos que hacen derivar todos los nombres

de un mismo origen o causa. En ese momento no podíamos imaginarnos que

nos íbamos a convertir en uno de ellos, concretamente en uno de la peor subespecie

de todas, la de los “topoantroponimistas”, aquellos que se caracterizan por

un antropocentrismo exacerbado; dicho de otra forma, los que esgrimen como

justificación de la toponimia mayor casi exclusivamente la propiedad privada y la

explotación del territorio, dejando de lado aspectos tan interesantes, coloristas y

bucólicos como el paisaje, la fauna, la geología, la flora, la especie ganadera preponderante

en un momento dado, los tipos de cultivos, las distintas tonalidades

de la tierra, los cultos ancestrales o la climatología.

Tenemos que reconocer que este proceso de “conversión” fue bastante rápido.

La tarea de recopilación había requerido comprobar datos, contrastar documentos,

verificar el lugar donde se encuentran esos topónimos, y en esa labor nos

topamos, nunca mejor dicho, con algunas “incongruencias” entre los nombres

de las poblaciones y la realidad geográfica de su entorno. De repente, nos dimos

cuenta que no existían collados en Collados; que algunas de las localidades denominadas

Pueyo no se encontraban en un altozano, sino en llanuras, vaguadas o

incluso en fondos de valle; que no había resto alguno del color rojo en el paisaje

que circunda Villarroya de los Pinares y ni rastro de cañaverales en El Cañigral.

Y esto por citar sólo algunas de ellas. Resultaba, cuando menos, curioso, pero

lo más importante es que nos servía para ilustrar uno de los objetivos de aquel

trabajo, que no era otro que poner al descubierto las paradojas y los sinsentidos

de muchas explicaciones tradicionales de la toponimia, aceptadas sin mayor cuestionamiento.

11



Pascual Miguel Ballestín

No podíamos sacar a la luz esas dudas y quedarnos de brazos cruzados. Así que

decidimos seguir trabajando en el tema y lo que, en principio, parecían simples

“excepciones”, se generalizaron de tal modo que los topónimos “transparentes” o

descriptivos de su entorno acabaron siendo en realidad muy pocos, y algunos de

ellos incluso con muchas reservas.

Paralelamente, la consulta de repertorios antroponímicos latinos nos hizo ver

que algunos nombres personales explicaban a la perfección topónimos que se

habían interpretado a partir de raíces muy diferentes. Tal vez el ejemplo que nos

pareció más claro fue Calatorius, antropónimo latino que se ajustaba como un

guante a la etimología de Calatorao, mejor incluso que las voces árabes que han

utilizado como étimo y que le dan significados como “castillo de tierra” o “castillo

de Turab”. Posteriormente, el hallazgo de Trasovarius nos puso en bandeja una

explicación lógica y sencilla para un topónimo tan “legendario” (por las leyendas

elaboradas para explicarlo) como Trasobares. Por último citamos Verrochius, que

parece hecho a la medida para un nombre de localidad como Berrueco, difícil de

justificar con la voz común homónima que significa “peñasco granítico aislado”

o “perla irregular”, ya que si encontramos algún trozo de granito o alguna perla

en los alrededores de la población, seguro que son importados. Casi sin querer

nos fuimos adentrando por un sendero desconocido que prometía un punto de

llegada con perspectivas inéditas. Y este es el origen y objetivo de esta monografía:

demostrar que un buen porcentaje de los topónimos mayores de Aragón

derivan de nombres de persona, en concreto de los nombres de propietarios o

“possessores” que ejercían su dominio sobre el territorio cuando se fijaron los

nombres de lugar.

Podemos decir que, grosso modo, el libro se divide en dos partes bien diferenciadas.

La primera, compuesta por los seis primeros capítulos, comienza con un

intento de contextualización de la sociedad que imperaba en el momento en el

que se fraguaron la mayoría de los topónimos mayores que hoy conocemos, seguido

de un repaso de la antroponimia y toponimia latinas. El capítulo cinco, dedicado

al nombre de los ríos (potamónimos), parece un elemento extraño en una

monografía sobre nombres de localidades, pero demostraremos que la relación

entre los cursos de agua y los territorios que surcan es tan estrecha que incluso

la propia denominación de los segundos condiciona la de los primeros. Además,

sirve como prefacio o introducción al capítulo siguiente, que ocupa aproximadamente

la mitad de esta primera parte y presenta una serie de reflexiones sobre

cuestiones concretas de la toponimia, cuestiones que han ido surgiendo mientras

se iban analizando los distintos topónimos, y que hacen hincapié en características

o fenómenos que se van repitiendo y que pretenden explicar, aclarar y, en

12



La toponimia no es un mamífero insectívoro...

definitiva, apoyar las referencias etimológicas de la segunda parte, ya que muchas

de ellas son causa o consecuencia de estas reflexiones. Puede parecer que son un

conjunto de textos un tanto inconexos y de alguna manera prescindibles pero,

vistos como un todo, forman el capítulo que realmente contiene la esencia del

libro. Son un intento de desdramatizar el mundo de la toponimia, y ponerla al

alcance de todos, viendo algunos de sus lados más divertidos y sorprendentes;

un pequeño repaso por las interioridades de ciertos nombres muy cercanos, que

nos lleva a conclusiones muy diferentes de las que estamos acostumbrados a leer.

En la segunda parte se encuentra la relación de los nombres de las poblaciones

aragonesas con las propuestas etimológicas que nosotros defendemos. Es, con

diferencia, la parte más extensa y árida para el lector, pero indispensable, ya que

es la plasmación concreta de nuestra hipótesis de partida. Se recomienda no leerla

de un tirón, sino dosificarla, utilizarla poco a poco, a modo de picoteo, para que

no se indigeste tanto nombre acumulado.

En definitiva, esta es una obra que cuestiona los estudios toponímicos que

se quedaron con el significado aparente o “transparente” de un nombre hasta

el punto de considerar innecesario hacer un análisis distinto, o buscar las características

del entorno, sus circunstancias históricas y la idoneidad del nombre

para designar un lugar habitado y diferenciarlo de los que lo rodean. De ahí el

porqué de un título tan extravagante (y tan largo): La toponimia no es un mamífero

insectívoro sin importancia. Una visión de conjunto de los nombres de lugar de

Aragón. Resulta evidente el juego de palabras que surge al desguazar el término

toponimia sin tener en cuenta su etimología: el nombre de un animal y un adjetivo

que denota insignificancia. Es por ello que se nos podrá decir que parecen

ganas de buscarle tres pies al gato (o cinco, según Covarrubias) intentar indagar

otro origen y explicación que lo obvio a topónimos como Osera (guarida de oso),

Fuendejalón (fuente del Jalón), Palomar (criadero de palomas), Aguilar (nido

de águilas) o Valderrobres (valle de robles). Y precisamente eso es lo que hemos

intentado hacer aquí: rebuscar entre las extremidades de los gatos.

Esperamos que disfruten de las páginas que siguen.

Pascual Miguel

Gallocanta, en los últimos días de 2019

13





CAPÍTULO 1

UN POCO DE HISTORIA: TOPONIMIA, ANTROPONIMIA,

AMERICANOS Y ROMANOS

Desde que Giovanni Flechia, en 1871, individualizase la tipología toponímica

derivada de nombres personales y que posteriormente sería denominada

toponomástica predial o toponomástica fundiaria, se ha recorrido un largo camino.

En el espacio geográfico hispánico, fue en los años 20 del siglo XX cuando Paul

Aebischer 1 estudió una serie de topónimos mayores catalanes desde esta perspectiva,

y unos años más tarde, Menéndez Pidal puso de relieve la importancia de

los nombres personales en la toponimia explicando la formación de nombres de

lugar a partir de antropónimos y el sufijo -en, -ena 2 . No es cuestión de hacer aquí

un repaso de la historiografía toponímica, pero tratar el tema sin mencionar también

a Rohlfs, con sus análisis a partir de paralelismos entre topónimos de ambos

lados de los Pirineos, sería casi como hablar de la teoría de la relatividad sin nombrar

a Einstein. Posteriormente, para el ámbito aragonés, podemos destacar los

trabajos de Rodrigo Pita Mercé publicados en Argensola 3 y, más recientemente,

la perspicacia de Marcelino Cortés Valenciano, que en su excelente monografía

sobre las Cinco Villas aborda la etimología de un topónimo tan “transparente”

como Uncastillo desde una perspectiva inédita.

En 1961 Rodrigo Pita Mercé escribió que “la toponimia actual de Ribagorza

se caracteriza por el predominio del sistema general de la toponimia pirenaica de

Lérida y Huesca, es decir, formada a base de nombres de possessores premusulmanes

de los fundos del país que ha dado lugar a las denominaciones de los actuales

núcleos de población”. En la década siguiente, y para toda la península Ibérica,

fueron Piel y Kremer 4 los que analizaron los nombres personales de origen gótico,

poniendo de relieve sus huellas toponímicas. Con un planteamiento similar,

el objetivo de este trabajo es mostrar la gran cantidad de topónimos mayores que

en Aragón provienen de nombres de persona, además de la variedad de sufijos

1. Paul Aebischer (1926).

2. Ramón Menéndez Pidal (1940).

3. Rodrigo Pita Mercé (1957).

4. J. M. Piel y D. Kremer (1975).

15



Pascual Miguel Ballestín

que los acompañan.

Uno de los prejuicios a la hora de analizar el porqué de los nombres de poblaciones,

tal vez sea el estereotipo que tenemos sobre su formación. Nos da la

impresión que muchos piensan que los nombres de las localidades en Europa se

han adjudicado como en el salvaje Oeste americano: llegan nuevos colonos a una

tierra despoblada (bien porque no había asentamientos estables en un territorio,

o bien porque previamente se había exterminado o expulsado a sus habitantes),

deciden fundar una nueva población y el primero que llega, o la asamblea de los

nuevos vecinos, o el mandamás del grupo, decide cuál va a ser el nombre, y así

encontramos topónimos curiosos como el que da título al memorable largometraje

La leyenda de la ciudad sin nombre, o la pléyade de poblaciones bautizadas

con nombres de ciudades mitológicas o de la Antigüedad clásica, como Atlanta,

Athens, Roma, Sparta, Carthage, Memphis, Philadelphia… o a la memoria de

personajes ilustres, famosos o admirados, como los 238 municipios estadounidenses

que se denominan Washington.

Pero, en la vieja Europa, o en nuestro marco concreto, Aragón, no encontramos

grandes áreas sin población asentada. Bien es verdad que con el paso del

tiempo algunos núcleos se han ido despoblando y crecían otros, dependiendo de

los recursos necesarios para la supervivencia o lo que ahora denominaríamos la

mejora de la calidad de vida de la población. Lo que constatamos es que Aragón

es un territorio humanizado de forma intensiva, y un análisis de la toponimia

actual nos permite concluir que, a excepción de las zonas más agrestes de las

sierras y montañas y tal vez algunas partes de ciertos términos municipales caracterizadas

por su aridez, si nos situamos en cualquier punto de la Comunidad,

a menos de cinco km a la redonda encontraremos al menos una localización de

algún poblado antiguo o actual.

La tesis de la que arranca este trabajo sostiene que la mayor parte de las localidades

actuales ya existían, aunque obviamente con características diferentes

a las actuales, en época imperial romana. De hecho, un porcentaje muy alto de

la toponimia mayor aragonesa, de los nombres de lugar habitados hasta el siglo

XX, encuentra su explicación etimológica a partir de nombres personales latinos.

Según algunos autores 5 , la antropotoponimia (nombres de lugar procedentes de

nombres de persona) implica necesariamente una estructura social y política que

muy probablemente no se diese hasta la época de la conquista romana. Sin embargo,

otras fuentes 6 precisan que se trata de una práctica anterior a la dominación

5. Francisco Villar y Blanca M. Prósper (2005) plantean esta idea y la retoma, entre otros, M. Cortés Valenciano

(2015).

6. Xavier Delamarre (2017).

16



La toponimia no es un mamífero...

romana y a la romanización, ya que en la Galia se formó en un medio celtófono.

En cualquier caso, apuntan que la pertenencia al Imperio reforzó la tendencia a

los “topónimos personales”, ante la necesidad de establecer un catastro para una

delimitación precisa de las propiedades para el cálculo del impuesto: así, cada

granja y cada lugar habitado pasó a ser un “dominio de X”. A pesar de que con

el paso del tiempo la propiedad de los fundi o praedia podía cambiar de manos,

en la costumbre romana la denominación de esas propiedades no se modificaba

fácilmente, manteniéndose el nombre del primer propietario. La continuidad de

los nombres de las fincas era una forma de no perder el control sobre esas tierras,

ni desde el punto de vista del registro de la propiedad ni, por supuesto, desde el

fiscal. Incluso se llegó a regular cómo se debían inscribir en los registros fiscales

las tierras adquiridas o concedidas 7 .

Aunque tenemos constancia de poblaciones de nuevo cuño asentadas sobre

otras precedentes, cuyo paradigma sería la fundación de Caesaraugusta sobre el

solar de la ibérica Salduba, que provocó la desaparición del topónimo antiguo,

creemos que es más usual la pervivencia del mismo, como el caso de Osca o

Celsa, que mantuvieron su antiguo nombre, aunque latinizado; o Borja y La

Almunia, que lo tiñeron con una pátina arábiga. Las localidades que aparecen

documentadas por primera vez en las fuentes árabes, o bien mantuvieron el topónimo

antiguo sobre el que se asentaron, como es el caso de Daroca 8 , o se

ha asumido que recibieron nombres que ponían de relieve la importancia de

la persona o el linaje que las erigieron o las engrandecieron, como Calatayud o

Albarracín 9 . La conquista y repoblación cristiana conllevó una serie de actuaciones

que modificaron el reparto de la población, como en algunas zonas caracterizadas

por un hábitat disperso en las que se procedió a intentar concentrar la

población en algún núcleo concreto (Campo, Ruesta, Santa María de la Peña,

Pintano, Roda de Isábena, Luesia, Berdún, Lascuarre, Uncastillo, Tiermas…), o

a conseguir inmigrantes para repoblar ciertos núcleos, a través de fueros y cartas

de población 10 . En el siglo XVIII se erigen algunas localidades de nueva planta,

aunque asentadas sobre los restos o al menos sobre los nombres de otras, como

7. O. Olesti (2008) cita varios ejemplos en los que se manifiesta que el nuevo dueño ha de inscribir la tierra

a su nombre pero con la denominación anterior; incluso en el caso de grandes o medianos propietarios de

varias fincas, cada una de las cuales mantenía su nombre primigenio, que correspondía con el de un antiguo

possessor.

8. A Daroca, a pesar de que se ha considerado de fundación árabe, no se le ha encontrado ninguna explicación

etimológica a partir de esa lengua.

9. Ver el apartado titulado “Parece árabe, pero si rascamos un poco…”.

10. Según numerosos investigadores, este sería el origen de los topónimos Puebla, Pobla, Pola y Povoa que

podemos encontrar en los nomenclátores de España y Portugal.

17



Pascual Miguel Ballestín

Almochuel o Chodes. Pero no será hasta mediados del siglo XX cuando nos

encontramos con nuevos asentamientos, los llamados pueblos de colonización,

un gran hito en el poblamiento sin parangón desde la Edad Media. De hecho,

hoy podemos encontrar vestigios de antiguas poblaciones, muchas de las cuales

desaparecieron como lugares de habitación ya en la Edad Media, en ubicaciones

que podríamos denominar “inhóspitas”, y no solo por el lugar concreto donde

se ubicaban las viviendas, sino por el territorio que tienen alrededor, que debía

proveer de los recursos necesarios para la supervivencia. Y, si se llegaron a ocupar

esas tierras marginales y poco productivas, podemos afirmar con seguridad que

Aragón históricamente ha sido un territorio intensamente poblado, aunque, también

hay que decir que no densamente poblado. En las décadas de 1950 y 1960

asistimos al nacimiento de varias decenas de nuevas localidades, que normalmente

reciben el nombre tradicional de la partida o el paraje en el que se ubican, y

que en ocasiones corresponde al de antiguos asentamientos despoblados, como

El Bayo, Orillena, Curbe, Frula o Sodeto.

Así pues, partiendo de la máxima de que un porcentaje muy elevado de los

núcleos de población actuales hunden sus raíces (y sus nombres) en la época

imperial romana, hemos de comenzar necesariamente por analizar el sistema de

asentamiento y las formas de ocupación del territorio que caracterizaron esa época.

Este será el objeto del siguiente capítulo.

18



CAPÍTULO 2

VILLAE Y SU IMPORTANCIA ECONÓMICA Y DE ORGANIZACIÓN

DEL TERRITORIO. DISTINTOS TIPOS DE PROPIEDADES

Y ASENTAMIENTOS (TURRIS, VILLAE, VICI, CASTELLA…)

Roma difunde un nuevo modelo de poblamiento y ocupación del espacio

que le permite tener “controlado” todo el territorio. Este sistema no consiste

en levantar nuevos asentamientos en puntos estratégicos de control, sino que se

adapta al poblamiento anterior, pero imponiendo una serie de estructuras inmateriales

de organización: todo el territorio se articula a partir de divisiones

político-administrativas con unos límites establecidos. La estrategia romana de

control y explotación del Imperio se apoyaba en la creación de una red viaria

que unía los principales centros territoriales que dominaban cada una de las regiones

concretas. Esa red de calzadas, además de facilitar las comunicaciones,

posibilitaba rapidez de acceso a los contingentes de su ejército, y era fundamental

para hacer posible un movimiento fluido de mercancías, materias primas y

personas, imprescindible para el mantenimiento de toda la infraestructura que

sostenía el Imperio. Más que una forma de “colonizar” u “ocupar” el territorio,

la organización de las distintas regiones en el Imperio romano se articula a partir

de un sistema jerarquizado de asentamientos, desde la civitas o ciudad hasta el

sollitudo, pasando por toda una gradación de localidades categorizada por su

tamaño, origen y función específica (civitas, municipium, urbs, colonia, oppidum,

castellum, castrum, cohors, centenarium, diversorium, rus, locus, vicus, turris, villa,

villula, villare, casae, tuguria, conciliabula, forum…). Desde estas localidades se

organizaban unos distritos divididos a su vez en territorios menores de diferentes

magnitudes que, dependiendo de su extensión, régimen de propiedad y época

concreta, podían ser designados como praedium, ager, saltus, pertica, regio, territorium,

pagus, vallis, terra, fundus…, incluso algunas voces, como mansio, statio,

mutatio o locus, además de a distintos tipos de asentamientos también pueden

hacer referencia a parcelas del territorio.

Pero, al margen de los establecimientos levantados con una finalidad concreta,

como las posadas o estaciones en las calzadas o los centenaria erigidos con fines

defensivos en áreas de población dispersa, los diversorium o incluso los palatium,

19



Pascual Miguel Ballestín

en la base del sistema de organización o, más bien, de explotación de los recursos

del territorio, están las villas. Se puede decir que la villa es el verdadero núcleo

vertebrador del espacio rural romano, además de constituir el centro regulador de

la economía agraria. La palabra villa, en principio, no designaría otra cosa que un

edificio en el campo, por oposición al de la ciudad, llamado aedificium, y podría

hacer referencia, tanto a las construcciones destinadas a la propia explotación

agrícola (pars rustica), como a las preparadas para servir de residencia, disfrute,

descanso o esparcimiento a sus dueños (pars urbana). Pero para nuestro objeto

de análisis, la acepción que nos interesa es la que pone en relación la palabra villa

con otras como fundus, latifundium, patrimonium… Para nosotros se trata de las

edificaciones o conjunto de construcciones utilizadas para el aprovechamiento de

las tierras pertenecientes a dicha propiedad, ya que la villa constituye “el centro

de una posesión y un organismo de potencialidad económica” 11 .

Las villas se levantaban preferentemente en espacios que reuniesen una serie

de condiciones idóneas, como unos terrenos fértiles, con posibilidad de un buen

abastecimiento de agua; cercanas a vías de comunicación como calzadas o ríos

navegables, y relativamente próximas a algún centro urbano, ya que algunas de

estas villas orientaban una parte de su producción a su abastecimiento, además

de que muchas veces sus propietarios eran miembros de las clases altas urbanas,

con lo que no se concibe la villa sin la existencia de esa ciudad, en la que radica

su poder y desde la que suelen ejercer su influencia.

Estas villas se establecen como una forma de explotación del territorio enmarcada

en estructuras latifundistas y esclavistas 12 , y se ubican preferentemente

en llanuras aluviales, en espacios que pueden ser aprovechados fácilmente y con

cierta capacidad de producción agrícola, suponiendo en muchas zonas la continuidad

o el relevo de las formas de hábitat anteriores. Varios estudios monográficos,

centrados en áreas de la antigua Galia o de la Bética, postulan que la villa

romana es el origen del posterior entramado aldeano medieval. Las villas sirvieron

de base para la formación de aldeas, muchas de las cuales todavía conservan

en su nombre el reflejo del de sus posesores romanos.

En el valle del Ebro parece demostrado que la implantación de este modelo

de explotación del territorio ya había comenzado en el siglo II o el I a. e. c., y

supuso la superación del hábitat tradicional ibérico de asentamientos ubicados

en altozanos, con una finalidad defensiva, para pasar a ocupar las tierras más bajas

y fértiles, siendo sustituido así el poblado por la villa. Las villae van a ser un

11. Narciso V. Santos Yanguas (1984).

12. Como muy bien resume Julio Mangas (1971) en la p. 61: “Con la romanización, la esclavitud eleva a

categoría de 'sistema esclavista' a la sociedad hispana”.

20



AINAS

1. Autas, actas, actes, actas d’as primers chornadas sobre a traduzión.

O papel d’a traduzión en o desembolique d’as luengas: o caso de l’aragonés.

Conzello de lo Grau, 1997.

2. Diccionario de las hablas de la Baja Ribagorza Occidental. María

Luisa Arnal Purroy.

3. Las hablas de la Alta Ribagorza. Günther Haensch.

4. Fraseología en chistabín. Diccionario de refranes, modismos, locuciones

y frases hechas en aragonés del Valle de Chistau. Fernando Blas

Gabarda y Fernando Romanos Hernando.

5. Elementos de fonética y morfosintaxis benasquesas. José Antonio

Saura Rami.

6. El aragonés de Baixo Peñas. Localidades de Sobrarbe situadas en

las faldas de Peña Montañesa. Fernando Blas Gabarda y Fernando

Romanos Hernando.

7. Aspectos morfosintácticos del belsetán (aragonés del valle de Bielsa).

Chabier Lozano Sierra y Ángel Luis Saludas Bernad.

8. Voces de Aragón. Antología de textos orales de Aragón. 1968-2004.

Brian Mott.

9. El aragonés ansotano. Estudio lingüístico de Ansó y Fago. Miguel

Ánchel Barcos.

10. Dizionario aragonés de terminos cheograficos. Chesús Casaus Parrilla

y Pascual Miguel Ballestín.

11. El aragonés nuclear de Nerín y Sercué (Valle de Vio). Artur Quintana

i Font.

12. Dizionario aragonés chistabín. Fernando Blas Gabarda y Fernando

Romanos Hernando.

13. Aspectos lingüísticos de Tella. Chabier Lozano Sierra.

14. Borrador de un diccionario de voces aragonesas. José Siesso de Bolea.

Edición de José Luis Aliaga Jiménez.

15. Arredol. Curso d’aragonés. Metodo d’autoaprendizache. Mauricio

Delgado, Arturo García, Marieta Longás y Feliciano Martínez.

16. Las lenguas de Aragón en el primer tercio del siglo XX. Inéditos,

rarezas y caras B. Vol. I. José Luis Aliaga Jiménez.

17. Las lenguas de Aragón en el primer tercio del siglo XX. Vol. II. (En

preparación). José Luis Aliaga Jiménez.

18. El català de la Codonyera. (Terol. Aragó). Artur Quintana i Font.

19. Refranes del Aragón que se fue. Fraseología popular aragonesa de

tradición oral. José Luis Aliaga Jiménez.

20. Insultar en Aragón. Caradas, faltadas, embefias, farinazos, palabros,

carnuzadas, titabolas... Pascual Miguel Ballestín.

21. Actas II Jornadas de Sociología. Grupo de trabajo “Lenguas e identidades”

. Coord.: Chabier Gimeno y Natxo Sorolla.

22. Toponimia mayor de Aragón. Ciudades, villas, lugares, aldeas,

ríos, montañas y territorios. Pascual Miguel Ballestín.

23. L’estil literari de Jesús Moncada. Estremida memòria. Entre el

català normatiu i la llengua de Mequinensa. Laura Farré Badia.

24. Memòria, oralitat i ironia a la narrativa de Jesús Moncada. Artur

Garcia Fuster.

25. La toponimia no es un mamífero insectívoro sin importancia. Una

visión de conjunto de los nombres de lugar de Aragón. Pascual Miguel

Ballestín.


La toponimia no es una ciencia exacta,

y son muchos los condicionantes que han

podido influir en la evolución de un nombre

de lugar. Se puede intentar explicar su

procedencia, pero nunca se tendrá la certeza

absoluta porque no hay nadie que conozca las

circunstancias que rodearon su nacimiento y

los avatares que sufrió a lo largo de cientos de

años. Creemos que no se trata solo de explicar

desde qué voz podría haber evolucionado un

topónimo mayor, sino indagar el porqué de su

nombre, descartando hipótesis que, aunque

lingüísticamente sean factibles, no lo son

desde un punto de vista lógico, teniendo en

cuenta factores geográficos o históricos.

La premisa de la que parte este libro

considera que la inmensa mayoría de las

poblaciones actuales son herederas de la red

de asentamientos que se empezó a establecer

como forma de poblamiento y de explotación

de la tierra hace ya más de dos milenios en el

territorio que hoy conforma Aragón, y cuyo

elemento tal vez más característico son las

villas romanas. A partir de este planteamiento

se han elaborado una o varias propuestas

etimológicas para cada uno de los nombres

de localidades aragonesas que han llegado

habitadas hasta el siglo XX, reservando un

capítulo específico para estudiar su relación

con el nombre de los ríos que surcan esta

comunidad autónoma.


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