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Ready Player One - Ernest Cline

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—Un proyecto bastante ambicioso —admitió—. Aunque supongo que sabes que

casi la mitad de la población de este planeta se muere de hambre, ¿no?

Me pareció que lo decía sin malicia, como si realmente creyera posible que yo

ignorara el dato.

—Sí, lo sé —respondí, a la defensiva—. Y eso es porque nosotros nos hemos

cargado el planeta. La Tierra se está muriendo. Es hora de irse.

—Tu visión me parece muy negativa —dijo—. Si gano yo toda esa pasta, me

propondré que todo el mundo tenga qué comer. Una vez erradicada el hambre del

mundo, ya pensaremos en la manera de mejorar el medio ambiente y resolver la crisis

energética.

Entorné los ojos, escéptico.

—Sí, claro. Y una vez hayas obrado el milagro, creas mediante ingeniería

genética a un grupito de pitufos y unicornios para que se paseen por ese mundo

perfecto que habrás creado.

—Hablo en serio.

—¿De veras crees que es tan sencillo? ¿Que puedes extender un cheque de

doscientos cuarenta mil millones de dólares y solucionar los problemas del mundo?

—No lo sé. Tal vez no. Pero pienso intentarlo.

—Si ganas.

—Eso, si gano.

En ese preciso instante, el reloj de Oasis marcó las doce de la noche. Los dos lo

supimos en el segundo en que sucedió, porque en el estrado apareció el trono y

sentado en él Acererak, inmóvil, con el mismo aspecto que tenía cuando yo había

entrado en el aposento.

Art3mis alzó la vista para mirarlo y volvió a fijarse en mí. Sonrió y se despidió

con la mano.

—Nos vemos por ahí, Parzival.

—Sí. Nos vemos.

Se volvió y empezó a caminar hacia el estrado. La llamé.

—¡Eh, Art3mis!

Ella se dio vuelta. No sabía por qué, pero me sentía impelido a ayudarla, a pesar

de saber que no debía hacerlo.

—Intenta ponerte a la izquierda —le dije—. Así es como le he ganado yo. Creo

que tal vez te resulte más fácil derrotarlo si él va montado en la cigüeña.

Art3mis me miró fijamente durante unos segundos, tal vez intentando descubrir si

pretendía engañarla. Entonces asintió y subió al estrado. Acererak revivió apenas ella

puso el pie en el primer peldaño.

—Saludos, Art3mis —atronó su voz—. ¿Qué es lo que buscas?

No oí la respuesta, pero segundos después el trono se transformó en el juego de

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