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Ready Player One - Ernest Cline

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—Sí, cómo no —contestó, retirándose de la máquina y ofreciéndome su lado.

De pronto tuve conciencia de lo absurdo de aquella escena: un tipo vestido con

cota de malla de piel junto a un rey zombi, ambos inclinados sobre una máquina de

juegos recreativos. Era una imagen típica de portada de las revistas Heavy Metal o

Dragon.

Acererak le dio al botón de «2 jugadores» y yo fijé los ojos en la pantalla.

El siguiente juego también empezó mal para mí. Los movimientos de mi rival

eran implacables, precisos, y me pasé las primeras oleadas intentando esquivarlo.

También me distraían los constantes chasquidos de su esquelético dedo índice

golpeando el botón de disparo.

Relajé un poco la mandíbula y me aclaré las ideas, obligándome a no pensar en

dónde me encontraba, contra quién estaba jugando y qué había en juego. Intenté

imaginar que estaba una vez más en El Sótano, jugando contra Hache.

Y funcionó. Me metí de lleno en el juego y la partida empezó a ir a mi favor.

Empecé a descubrir los fallos en el estilo de juego del cadáver viviente, las lagunas

en su programación. Era algo que había aprendido con los años, jugando a cientos de

videojuegos distintos: siempre había un truco que permitía vencer a un rival

controlado por ordenador. En un juego como ése, un jugador humano con talento

siempre podía ganar a la máquina, porque el software no era capaz de improvisar. O

bien reaccionaba aleatoriamente, o en un número limitado de formas

predeterminadas, basadas en una cifra finita de condiciones programadas con

antelación. Ése era un axioma de los videojuegos, y seguiría siéndolo hasta que los

seres humanos inventaran la verdadera inteligencia artificial.

Nuestra segunda partida fue muy reñida, pero hacia el final descubrí un patrón en

la técnica que utilizaba mi contrincante. En un momento dado, cambié la dirección de

mi avestruz y logré que su cigüeña colisionara contra uno de los buitres que se

acercaban. Y repitiendo el movimiento en varias ocasiones logré ir quitándole, una a

una, todas sus vidas extra. A mí me mataron también varias veces, pero finalmente le

di caza durante la décima oleada, cuando a mí tampoco me quedaban más vidas.

Me aparté un poco de la máquina y suspiré de alivio. Notaba que por la frente y

los bordes del visor me resbalaban gotas de sudor. Me sequé la cara con la manga de

la camisa y mi avatar imitó mi movimiento.

—Buena partida —me dijo Acererak.

Y entonces, para mi sorpresa, me alargó aquella mano suya que era como una

garra. Se la estreché, ahogando una risa nerviosa mientras lo hacía.

—Sí —admití—. Ha sido una buena partida, tío.

Se me ocurrió que, en cierto modo, indirectamente, estaba jugando contra

Halliday. Al momento me quité aquella idea de la cabeza, porque no quería sentir

más presión psicológica.

www.lectulandia.com - Página 80

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