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Ready Player One - Ernest Cline

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Los muros del pasadizo que conducía al sepulcro eran una sucesión de cuadros

raros que representaban a seres humanos esclavizados, orcos, elfos y otras criaturas.

Cada uno de los frescos aparecía exactamente donde se señalaba en el módulo

original de Dragones y mazmorras. Yo sabía que, ocultas entre las piedras del suelo

había varias trampas de muelle. Si las pisabas, se abrían de golpe y te arrojaban a un

hueco lleno de púas de hierro envenenadas. Pero, como la localización de aquellas

trampillas figuraba con claridad en el mapa que llevaba, logré esquivarlas.

Hasta el momento, todo seguía al pie de la letra según constaba en el módulo

original. Si sucedía lo mismo con el resto de la tumba, tal vez pudiera sobrevivir

hasta localizar la Llave de Cobre. Había sólo unos cuantos monstruos acechando en

aquella mazmorra —una gárgola, un esqueleto, un zombi, algunos áspides, una

momia y el malvado cadáver viviente, Acererak en persona—. Como el mapa me

indicaba dónde se ocultaban, en principio debería ser capaz de evitar enfrentarme a

ellos. A menos, claro, que la Llave de Cobre se hallara en poder de alguno. Y no me

costaba adivinar en quién recaería, más probablemente, aquel honor.

Intentaba avanzar con cautela, como si no tuviera la menor idea de con qué iba a

encontrarme.

Tras evitar la Esfera de la Aniquilación, al fondo del pasadizo, encontré una

puerta oculta junto a la última trampilla. La abrí y vi que conducía a otro corredor que

descendía en ligera pendiente. Iluminé la oscuridad con la linterna, apuntando el haz

de luz sobre las paredes de piedra húmedas. El escenario me hacía sentir como un

personaje de película de bajo presupuesto de ésas de espada y brujería, tipo La

espada invencible o El señor de las bestias.

Inicié el recorrido por la mazmorra, cámara tras cámara. A pesar de saber dónde

se encontraban las trampas, debía proceder con prudencia para evitarlas. En una

mazmorra oscura conocida como la Capilla del Mal encontré miles de monedas de

oro y plata escondidas en los bancos, exactamente donde se suponía que debían de

estar. Mi avatar no podía con tanto dinero, ni siquiera haciendo uso del Saco

Contenedor que encontré. Recogí tantas monedas de oro como pude y al momento

aparecieron en mi inventario. Se produjo una conversión instantánea y mi marcador

de crédito se puso de golpe a más de veinte mil, con diferencia la mayor cantidad de

la que había dispuesto nunca. Y, además de los créditos, mi avatar recibió un número

equivalente de puntos por haber obtenido las monedas.

A medida que me adentraba en la tumba, fui adquiriendo varios objetos mágicos:

una Espada Llameante a+1, una Piedra Preciosa para Ver, un Anillo de Protección.

Incluso conseguí una armadura metálica plateada de tres puntos. Se trataba de los

primeros tres objetos que mi avatar poseía y me hicieron sentir imbatible.

www.lectulandia.com - Página 75

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