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Ready Player One - Ernest Cline

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Intenté subir un mapa de Ludus a mi visualizador, pero no pude. El sistema no me

lo permitía, porque todavía estaba en clase. La trampa que usaba para acceder a los

libros de la biblioteca online de la escuela no servía para el software del atlas de

Oasis.

—¡Mierda! —solté, desesperado.

El software de conducta del aula censuró el taco, que ni la señora Rank ni mis

compañeros de clase oyeron. Pero en el visualizador apareció otro aviso: «Palabra

impropia silenciada. ¡Aviso por mala conducta!»

Consulté la hora. Faltaban exactamente diecisiete minutos y veinte segundos para

que terminara la jornada escolar. Permanecí en mi sitio, con los dientes muy

apretados, contando cada segundo, mientras mi mente seguía desbocada.

Ludus era un mundo anodino situado en el Sector 1. Se suponía que allí sólo

había colegios, por lo que era el último sitio donde a un gunter se le ocurriría buscar

la Llave de Cobre. Era, al menos, el último lugar donde a mí se me habría ocurrido

buscar, y eso ya demostraba que se trataba de un escondite perfecto. Pero ¿por qué

habría Halliday decidido ocultar la Llave de Cobre allí? A menos que…

Que quisiera que la encontrara un estudiante.

Seguía dando vueltas a las implicaciones de aquella idea cuando, al fin, sonó el

timbre. A mi alrededor los demás estudiantes empezaron a salir del aula o a

esfumarse de sus asientos. El avatar de la señora Rank también desapareció, y en

cuestión de segundos me quedé solo en clase.

Subí un mapa de Ludus al visualizador. Apareció como un globo tridimensional

flotando ante mí; le di un poco de impulso con la mano para hacerlo girar. Ludus era

un planeta relativamente pequeño para los parámetros de Oasis, de un tamaño que

equivalía a una tercera parte de la luna de la Tierra, con una circunferencia de

exactamente mil kilómetros. Su superficie estaba ocupada por un solo continente

continuo. No había océanos, pero sí unos diez o doce lagos grandes situados aquí y

allá. Como los planetas de Oasis no eran reales, no tenían por qué obedecer las leyes

de la naturaleza. En Ludus siempre era de día, independientemente del punto de la

superficie en que uno se encontrara, y el cielo era de un perpetuo azul, sin una sola

nube. El sol estacionario que permanecía suspendido sobre él no era más que una

fuente de luz virtual, programada en el cielo imaginario.

Sobre el mapa, los campus de las escuelas aparecían como miles de rectángulos

idénticos y numerados que salpicaban la superficie del planeta. Estaban separados por

prados verdes y ondulados, por ríos y cadenas montañosas, por bosques. Éstos eran

de todos los tamaños y las formas posibles, y muchos se extendían hasta las puertas

de los centros educativos. Coloqué junto al mapa el módulo de «La Tumba de los

Horrores». En la cubierta aparecía una ilustración descarnada de la colina que

ocultaba el sepulcro. Capturé una imagen y la coloqué en una esquina del

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