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Ready Player One - Ernest Cline

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Anorak, desde Akalabeth hasta Zaxxon. Y jugaba a ellos hasta dominarlos. Sólo

entonces pasaba al siguiente.

Os asombraría saber todo lo que se puede investigar cuando uno no tiene vida

propia. Doce horas al día, siete días a la semana, son un montón de horas destinadas

al estudio.

Estudiaba todos los géneros de videojuegos, todas las plataformas. Los clásicos

de arcade, los de ordenadores personales, los de consolas, los de videoconsolas

portátiles. Aventuras basadas en textos, videojuegos de tiroteos con planos subjetivos,

juegos de rol en tercera persona. Clásicos viejísimos de 8, 16 y 32 bits escritos en el

siglo pasado. Cuanto más difícil resultaba ganar en algún juego, mejor lo pasaba. Y

mientras practicaba con aquellas reliquias digitales antiguas, noche tras noche, año

tras año, descubría que aquello se me daba bien. Era capaz de dominar casi todos los

videojuegos de acción en cuestión de horas y no había aventura ni juego de rol que no

lograra resolver. No me hacía falta recurrir a atajos ni a códigos trampa. Todo

encajaba. Y lo que mejor se me daba eran los juegos de las viejas máquinas arcade,

las que funcionaban con monedas. Cuando estaba en racha con alguno de esos

clásicos rapidísimos, Defender, por ejemplo, me sentía como un halcón en pleno

vuelo, o como un tiburón debía de sentirse nadando en el fondo marino. Por primera

vez, sabía lo que era haber nacido para algo. Tener un don.

Pero no había sido mi afición a las películas antiguas, a los cómics, a los

videojuegos, la que me había llevado hasta la primera pista real. La primera pista me

llegó mientras estudiaba la historia de los primeros juegos de rol tradicionales, los de

lápiz y papel.

Impresos en la primera página del Almanaque de Anorak figuraban los cuatro

versos que Halliday había recitado en el vídeo Invitación de Anorak.

Ocultas, las tres llaves, puertas secretas abren.

En ellas los errantes serán puestos a prueba.

Y quienes sobrevivan a muchos avatares

llegarán al Final donde el trofeo espera.

Al principio, aquélla parecía ser la única referencia directa a la competición que

aparecía en todo el almanaque. Pero con el tiempo, enterrado entre las dilatadas notas

del diario y todos los artículos sobre cultura pop, descubrí un mensaje oculto.

Esparcidas por el texto había una serie de letras marcadas. Cada una de ellas

presentaba una especie de muesca diminuta, casi invisible, que se hundía en su borde.

Yo ya me había fijado en ellas un año después de la muerte de Halliday. En aquella

www.lectulandia.com - Página 63

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