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Ready Player One - Ernest Cline

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Después de comer regresé al colegio y me dispuse a asistir a mi clase favorita:

Estudios Avanzados de Oasis. Se trataba de una asignatura optativa del último curso

en la que se aprendía la historia de la simulación y de sus creadores. En esa materia

iba a sacar un sobresaliente, seguro.

Durante los cinco años anteriores había dedicado mi tiempo libre a aprender todo

lo posible sobre James Halliday. Había estudiado de manera exhaustiva su vida,

logros, intereses. Había leído las diez o doce biografías sobre él, publicadas tras su

muerte. También se habían hecho varios documentales, y los había visto todos. Había

analizado todas y cada una de las palabras que Halliday había escrito y había jugado a

los videojuegos que había creado. Tomaba apuntes, anotaba los detalles que me

parecía que podían estar relacionados con La Cacería. Lo apuntaba en un cuaderno

(que había empezado a llamar mi Diario del Grial tras ver la tercera película de la

serie de Indiana Jones).

Cuanto más aprendía sobre la vida de Halliday, más lo mitificaba. No en vano era

un dios para los geeks. Una superdeidad para los obsesos de los ordenadores, a la

altura de Gygax, Garriott y Wozniak. Se había ido de casa al terminar la secundaria

llevándose consigo sólo su imaginación e ingenio, que había usado para alcanzar

fama mundial y amasar una inmensa fortuna. Casi sin ayuda de nadie había creado

una realidad totalmente nueva, que proporcionaba una vía de escape a la práctica

totalidad de la humanidad. Y, por si fuera poco, había convertido sus últimas

voluntades y su testamento en la mejor competición de todos los tiempos.

De modo que me pasé casi toda la hora que duró la clase de Estudios Avanzados

de Oasis metiéndome con nuestro profesor, el señor Ciders, señalándole los errores

que aparecían en el libro de texto y levantando la mano para aportar detalles sobre la

vida de Halliday que consideraba relevantes y que a mí (y sólo a mí) me parecían,

además, interesantes. Tras las primeras semanas de clase, el señor Ciders había

dejado de preguntarme nada, a menos que nadie más en el aula conociera la respuesta

a sus preguntas.

Ese día el señor Ciders leía fragmentos de El hombre del huevo, la biografía de

Halliday que se había convertido en éxito de ventas y que yo había releído cuatro

veces. Mientras él leía, yo debía reprimirme para no interrumpir y señalar la gran

cantidad de cosas importantes que aquel libro dejaba en el tintero. Lo que hacía era

tomar nota mental de cada omisión y, cuando el señor Ciders empezó a relatar las

circunstancias de la infancia de Halliday, intenté, una vez más, reconstruir los

secretos sobre la manera tan extraña en que Halliday había vivido su vida y sobre las

extrañas pistas que él mismo había decidido dejar tras su muerte.

www.lectulandia.com - Página 52

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