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Ready Player One - Ernest Cline

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Y entonces desplacé hacia la derecha el joystick para que mi diminuto avatar en

forma de cuadrado se moviera por aquel fondo parpadeante. El altavoz del televisor

emitió un breve pitido electrónico cuando solté el punto gris y recogí el huevo. Hubo

un destello de luz brillante, y vi que mi avatar ya no sostenía el joystick. Entonces,

sostenido entre las manos, tenía un gran huevo plateado. En su superficie curvada se

reflejaba el rostro distorsionado de mi avatar.

Cuando finalmente, haciendo un gran esfuerzo, conseguí dejar de mirarlo, alcé la

vista y vi que la puerta de doble hoja del otro extremo de la sala había sido sustituida

por otra, la salida: un portal con marco de cristal que conducía de nuevo al vestíbulo

del Castillo de Anorak. La fortaleza parecía totalmente restaurada, a pesar de que el

servidor de Oasis todavía tardaría varias horas más en reiniciarse.

Eché un último vistazo a la oficina de Halliday. Y entonces, con el Huevo en las

manos, crucé la habitación y me dirigí a la salida.

En cuanto la hube franqueado, me volví y tuve tiempo de ver que la Puerta de

Cristal se transformaba en una gran puerta de madera encajada en uno de los muros

del castillo.

La abrí. Al otro lado se divisaba una escalera de caracol que conducía a lo alto de

la torre más alta del castillo. Subí y descubrí que allí se encontraba el estudio del

avatar de Halliday, atestado de librerías llenas de pergaminos antiguos y libros

polvorientos de hechizos.

Me acerqué a la ventana y contemplé las extraordinarias vistas que desde allí se

admiraban. El paisaje ya no era desolador, los efectos del Cataclista habían

desaparecido y Ctonia parecía, toda ella, restaurada, lo mismo que el castillo.

Miré a mi alrededor. Debajo del cuadro de un dragón negro, que me resultaba

conocido, había un pedestal de cristal muy ornamentado sobre el que reposaba un

cáliz de oro con incrustaciones de piedras preciosas. Su diámetro coincidía con el del

huevo de plata que yo sostenía.

Deposité el Huevo en el cáliz y, en efecto, encajó a la perfección.

A lo lejos oí una fanfarria de trompetas, y el huevo empezó a resplandecer.

—Tú ganas —oí que decía una voz. Me volví y descubrí que Anorak estaba

plantado justo detrás de mí. Su túnica negra parecía atrapar casi toda la luz de la

estancia—. Enhorabuena —añadió, alargando una mano huesuda.

Vacilé, sin saber muy bien si se trataba de una trampa o de la prueba final.

—El juego ha terminado —me dijo él, como si acabara de leerme la mente—. Es

hora de que recibas tu premio.

Bajé la vista y miré la mano extendida. Tras unos instantes de duda, se la

estreché.

En el espacio que nos separaba se encendieron cascadas de rayos azules, y las

puntas de sus filamentos nos envolvieron, como si un chorro de poder pasara de su

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