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Ready Player One - Ernest Cline

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Lo probé con los nombres de su padre y de su madre. Lo probé con «ZAPHOD»,

que era como se llamaba un pez que tenía de mascota. Y con «TIBERIUS», nombre

de un hurón que había tenido hacía tiempo.

Pero no era ninguno de ellos.

Comprobé la hora. Llevaba más de diez minutos en aquella sala, lo que implicaba

que Sorrento ya me habría dado alcance y en ese preciso instante se encontraría en el

interior de su propia copia de esa misma estancia y, probablemente, un equipo de

expertos en Halliday le estaría susurrando sugerencias al oído gracias al trucaje de su

equipo de inmersión. Era muy posible que trabajaran a partir de una lista ordenada

por prioridades y que Sorrento fuera tecleándolas lo más deprisa que pudieran sus

dedos.

Se me agotaba el tiempo.

Apreté mucho los dientes, desesperado. No tenía ni idea de cuál podría ser la

próxima opción.

Y entonces recordé una frase de la biografía de Ogden Morrow: «Jim se ponía

muy nervioso en presencia de mujeres, y Kira fue la única chica con la que le vi

hablando de manera relajada. Aun así, era sólo como personaje, como Anorak, en el

curso de nuestras sesiones de juego. Y únicamente se dirigía a ella llamándola

Leucosia, el nombre de su personaje.»

Puse en marcha el ordenador una vez más. Cuando apareció la orden de LOGIN

tecleé «LEUCOSIA» y le di a Intro.

En ese momento, todos los aparatos de la sala se pusieron en marcha.

Amplificados por el techo abovedado resonaban los chirridos de las unidades de

disco, los pitidos y otros sonidos de los tests automáticos de arranque.

Me fui de nuevo hasta la Atari 2600 y rebusqué en el inmenso estante de

cartuchos de juegos ordenados alfabéticamente que se hallaba junto a ella, hasta que

encontré el que estaba buscando: Adventure. Lo introduje en la consola y la encendí

antes de pulsar el botón de RESET para iniciar el juego.

Tardé apenas unos minutos en alcanzar la Habitación Secreta.

Desenvainé la espada y la usé para liquidar a los tres dragones. Después encontré

la llave negra, abrí las puertas del Castillo Negro y me introduje en su laberinto. El

punto gris estaba escondido donde se suponía que debía estar. Lo recogí y lo llevé de

vuelta por el diminuto reino de ocho bits, y después lo usé para cruzar la barrera

mágica y entrar en la Habitación Secreta. Pero, a diferencia de lo que sucedía en el

juego original de Atari, aquella Habitación Secreta no tenía el nombre de Warren

Robinett, el programador de Adventure. Lo que se veía en el centro mismo de la

pantalla era una gran forma ovalada de bordes pixelados. Un huevo.

«El Huevo.»

Permanecí unos instantes en silencio absoluto, incrédulo, observando la pantalla.

www.lectulandia.com - Página 335

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