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Ready Player One - Ernest Cline

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habitación forrada de madera, tan grande como un almacén, de techo altísimo y

abovedado y suelo de parqué pulido. No había ventanas, y sólo una salida; una puerta

grande de doble hoja en una de las cuatro paredes desnudas. En el centro de aquella

inmensa estancia se destacaba un equipo de inmersión de Oasis, sofisticado pero algo

más antiguo. Más de cien mesas de cristal rodeaban el equipo. Estaban dispuestas

formando un gran óvalo a su alrededor. Sobre cada una de ellas reposaba un

ordenador personal clásico distinto, o un sistema de videojuego, acompañado de

estantes que parecían contener una colección completa de periféricos, controles,

software y juegos. Todo ello se veía perfectamente ordenado, como si se tratara de la

exposición de algún museo. Eché un vistazo general alrededor, pasando de un sistema

a otro y vi que los ordenadores parecían ordenados, aproximadamente, según su año

de fabricación. Un PDP-1. Un Altair 8-800. Un IMSAI 8080. Un Apple I junto a un

Apple II. Un Atari 2600. Un Commodore PET. Un Intellivision. Varios modelos de

TRS-80. Un Atari 400 y otro 800. Un ColecoVision. Un TI-99/4. Un Sinclair ZX80.

Un Commodore 64. Varios sistemas de juegos Nintendo y Sega. Toda la saga de Mac

y PC, Playstation y Xbox. Finalmente, cerrando el círculo, ocupando el centro de la

sala había una consola de Oasis conectada al equipo de inmersión.

Me di cuenta de que me hallaba en el interior de una recreación de la oficina de

Halliday, el espacio de su mansión donde había pasado la mayor parte de los últimos

quince años de su vida; el lugar en el que había creado su último juego, el mejor de

todos, al que yo estaba jugando en ese momento.

Nunca había visto imágenes de aquella habitación, pero los encargados de la

mudanza que, tras la muerte de Halliday, se habían ocupado de llevarse las cosas,

habían descrito la distribución y el contenido con gran profusión de detalles.

Me fijé en mi avatar y vi que su aspecto ya no era el de un caballero de Monty

Python. Volvía a ser Parzival.

Primero intenté lo más evidente, que era salir por la puerta. Pero ésta, claro está,

no se abría.

Me volví y eché otro vistazo a la sala, fijándome mejor en la larga hilera de

monumentos de la historia de la informática y los videojuegos.

Fue entonces cuando caí en la cuenta de que la forma ovalada en la que estaban

dispuestas las mesas creaba, de hecho, el perfil de un huevo.

Recité mentalmente los versos del primer acertijo de Halliday, el que aparecía en

Invitación de Anorak:

Ocultas, las tres llaves, puertas secretas abren.

En ellas los errantes serán puestos a prueba.

Y quienes sobrevivan a muchos avatares

llegarán al Final donde el trofeo espera.

www.lectulandia.com - Página 332

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