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Ready Player One - Ernest Cline

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de Player-versus-Player, o PvP; es decir, que no se permitía el combate de un usuario

contra otro. En aquella escuela, las únicas armas eran las palabras, por lo que no tardé

en perfeccionar su uso.

Yo había ido a la escuela hasta sexto curso. Y no había sido precisamente una

experiencia agradable.

Era un niño muy, muy tímido y raro, con una autoestima bajísima y casi sin

aptitudes sociales de ningún tipo, efecto derivado, en parte, de pasar casi toda mi

infancia en el interior de Oasis. También era de esa clase de personas que nunca se

sienten del todo a gusto en su propia piel. No tenía problemas para conversar con los

demás ni para hacer amigos cuando estaba conectado. Pero en el mundo real,

interactuar con otros, sobre todo con niños de mi edad, era algo que me ponía muy

nervioso. Nunca sabía cómo comportarme, qué decir, y cuando finalmente me armaba

de valor y decía algo, siempre resultaba ser lo menos adecuado.

Parte del problema era mi aspecto físico. Pesaba más de la cuenta, y desde que

tenía memoria siempre había sido así. Mi desastrosa dieta subvencionada por el

Gobierno, rebosante de azúcares y almidones, era un factor añadido, sí, pero también

era un adicto a Oasis, por lo que en aquella época mi único ejercicio consistía, por lo

general, en correr delante de los gamberros antes y después del colegio. Por si fuera

poco, mi ropa, muy limitada, se componía por entero de prendas que no eran de mi

talla y que provenían de tiendas de segunda mano y contenedores de instituciones

benéficas, algo que, en la sociedad en la que vivía, equivalía a llevar pintada una

diana en la frente.

A pesar de ello, me esforzaba todo lo que podía por integrarme. Año tras año

escrutaba el comedor como un T-1000 en busca de algún grupito que me aceptara.

Pero ni siquiera otros marginados querían saber nada de mí. Era demasiado raro

incluso para los raros. ¿Y las chicas? Con las chicas no tenía nada que hacer. Para mí

ellas eran como una especie exótica de alienígena, hermosas y aterradoras por igual.

Cada vez que me acercaba a alguna de ellas, sentía un sudor frío por el cuerpo y

perdía la capacidad de articular frases completas.

Para mí, la escuela había sido un ejercicio de darwinismo. Una ración diaria de

ridículo, maltrato y aislamiento. Al empezar sexto ya me preguntaba si no me

volvería loco antes de la graduación, para la que todavía faltaban seis largos años.

Pero entonces, un día glorioso, nuestro director anunció que los alumnos con una

media mínima de aprobado podían solicitar el traslado al nuevo Sistema de Escuela

Pública de Oasis. La verdadera escuela pública, la que controlaba el Gobierno,

llevaba decenios convertida en una vía muerta masificada y mal financiada. Con el

tiempo, las condiciones de muchas escuelas habían empeorado hasta tal punto de que

se animaba a cualquier estudiante con un mínimo de inteligencia a que se quedara en

www.lectulandia.com - Página 32

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