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Ready Player One - Ernest Cline

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sobre el cráter creado por la destrucción del castillo. Mientras mi avatar terminaba de

materializarse, bajé la vista y constaté que el suelo sobre el que me había apoyado

hasta hacía un momento había desaparecido. Y lo mismo sucedía con mis botas de

propulsión y el resto de cosas que llevaba.

Parecía que yo también me había quedado suspendido en el aire, como el coyote

de los dibujos animados del Correcaminos. Y entonces me desplomé. Traté

desesperadamente de agarrarme a la puerta que tenía delante, pero quedaba fuera de

mi alcance.

Impacté en el suelo y, a consecuencia de la caída, perdí un tercio de mis puntos.

Me puse en pie despacio y miré a mi alrededor. Me encontraba en un gran cráter de

forma cúbica, el espacio ocupado, hacía muy poco, por los cimientos y el primer

sótano del Castillo de Anorak. El paisaje era desolador y el silencio, fantasmal. No

había ruinas de la fortaleza, ni chatarra de los miles de cazas y naves que segundos

atrás inundaban el aire. De hecho, no había ni rastro de la gran batalla que acababa de

librarse allí. El Cataclista lo había volatilizado todo.

Me concentré en mi avatar y vi que llevaba una camiseta negra y unos vaqueros,

las prendas que aparecían por defecto en todo avatar recién creado. Abrí mi hoja de

resultados y mi inventario. Mi avatar mantenía el mismo nivel y puntuaciones que

antes, pero el inventario estaba totalmente vacío, salvo por un artículo: la moneda de

veinticinco centavos que había obtenido tras jugar la partida perfecta de Pac-Man en

Archaide. Tras guardarla en mi inventario, no había podido sacarla de allí, por lo que

no había podido aplicarle adivinaciones ni hechizos de identificación. No había

podido averiguar cuál era el verdadero propósito de la moneda, ni sus posibles

poderes. Con todos los acontecimientos tumultuosos de los meses pasados, había

llegado a olvidar incluso que la tenía.

Al fin sabía lo que era aquella moneda: un artefacto de un solo uso que había

concedido a mi avatar una vida extra. Hasta ese momento yo ni siquiera sabía que

algo así fuera posible. En la historia de Oasis, no había constancia de que nadie

hubiera adquirido una vida extra.

Seleccioné la moneda del inventario y, una vez más, intenté extraerla. En esa

ocasión pude retirarla y la sostuve en la palma de la mano. Pero su único poder ya

había sido usado, no poseía propiedades mágicas. Era una moneda de veinticinco

centavos; nada más.

Alcé la vista y vi que la puerta de cristal flotaba veinte metros por encima de mí.

Seguía en su mismo lugar, abierta de par en par. Pero no tenía ni idea de cómo subir y

franquearla. No tenía botas de propulsión, ni nave, ni otros artículos mágicos, ni

recordaba hechizos. Nada que me permitiera volar ni levitar. Y por allí no se veía

ninguna escalera de mano.

Ahí estaba yo, a un tiro de piedra de la Tercera Puerta, pero sin poder llegar hasta

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