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Ready Player One - Ernest Cline

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dragón metálico e inmenso de Sorrento. Sin embargo, Shoto dejó de dar potencia a

sus propulsores y aterrizó justo delante de Mechagodzilla.

—¡Deprisa! —oí que gritaba Hache—. ¡La entrada al castillo está abierta de par

en par!

Desde donde me encontraba, en el aire, vi que las fuerzas sixers que rodeaban el

castillo eran superadas por la turba interminable de avatares enemigos. Sus líneas

defensivas estaban rotas y centenares de gunters habían empezado a traspasarlas y

corrían en dirección a la entrada abierta del castillo para descubrir, una vez allí, que

no podían franquear la puerta por no poseer la Llave de Cristal.

Hache viró hasta quedar frente a mí. Cuando todavía se encontraba a unos treinta

metros del suelo, levantó la escotilla de la cabina de su Gundam y saltó, y en ese

preciso instante le susurró la orden al robot. Mientras el gigante regresaba a su

tamaño original, lo atrapó al vuelo y lo guardó en su inventario. Volando, gracias a

algún medio mágico, el avatar de Hache descendió, dejando atrás el embotellamiento

de gunters amontonados a la entrada del castillo, y desapareció a través de la puerta

de doble hoja. Un segundo después, Art3mis ejecutó una maniobra similar, se guardó

el mecano en pleno vuelo y voló hasta el castillo inmediatamente detrás de Hache.

Yo hice caer en picado a Leopardon, casi verticalmente, y me preparé para

seguirlos.

—Shoto —le grité por el comunicador—. ¡Tenemos que entrar ya! ¡Vamos!

—Adelantaos vosotros —respondió él—. Ahora mismo voy.

Pero algo en su tono de voz me preocupó, frené en pleno vuelo y retrocedí con mi

mecano. Shoto sobrevolaba el dragón. Se encontraba suspendido sobre el flanco

derecho. Sorrento había empezado a hacer girar su gigante y regresaba con paso

firme. La lentitud y la torpeza de los movimientos de Mechagodzilla y los ataques

restaban eficacia a su aparente invulnerabilidad.

—¡Shoto! —grité—. ¿A qué estás esperando? ¡Vamos!

—Vete sin mí —insistió él—. Tengo que devolvérsela a este hijo de puta.

Y, sin darme tiempo a responder, Shoto se encaró con Sorrento, blandiendo una

espada gigante en cada una de sus manos mecánicas. Los filos se hundieron en el

costado derecho de Sorrento, creando una lluvia de chispas y, para mi sorpresa,

causándole algunos daños. Cuando el humo se disipó, descubrí que el brazo le

colgaba, sin vida. Había estado a punto de perderlo a la altura del codo.

—Parece que a partir de ahora tendrás que limpiarte con la mano izquierda,

Sorrento —le gritó Shoto, triunfante.

Después activó los propulsores de Raideen, en dirección a mí y al castillo. Pero

Sorrento ya había hecho girar la cabeza de su dinosaurio y, con sus ojos azules,

radiantes, pretendía atacar a su contrincante.

—¡Shoto! —grité—. ¡Cuidado!

www.lectulandia.com - Página 313

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