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Ready Player One - Ernest Cline

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—Sí —respondió Og, sonriendo—. Art3mis ha llegado primero, hace varias

horas. Y el avión de Shoto ha aterrizado treinta minutos antes que el vuestro.

—¿Vamos a reunirnos con ellos ahora mismo? —pregunté, disimulando muy mal

mi temor creciente.

Og negó con la cabeza.

—A Art3mis le ha parecido que conoceros ahora en persona supondría una

distracción innecesaria. Prefiere esperar a que termine el «gran acontecimiento». Y al

parecer Shoto se ha mostrado de acuerdo. —Me observó fijamente durante un

instante—. Seguramente es mejor así, ¿no crees? Todos tenéis un gran día por

delante.

Asentí, sintiendo una mezcla rara de alivio y decepción.

—¿Dónde están ahora? —preguntó Hache.

Og levantó un puño al aire, en señal de triunfo.

—Ellos ya están conectados, preparándose para vuestro asalto a los sixers. —Su

voz resonó en la noche y se perdió por los caminos de piedra de su mansión—.

Seguidme. La hora se acerca.

El entusiasmo de Og me devolvió al presente, y sentí que se me formaba un nudo

en la boca del estómago. Seguimos a nuestro benefactor que, vestido con su albornoz,

cruzaba un gran patio iluminado por la luna. Al acercarnos al edificio principal,

pasamos junto a un pequeño jardín vallado lleno de flores. Se encontraba en una

ubicación rara y no comprendí qué hacía allí hasta que vi que, en el centro, había un

gran sepulcro. Supuse que debía de ser la tumba de Kira Morrow. Pero a pesar de la

luna, la luz era escasa y no pude leer la inscripción de la lápida.

Og nos condujo a través de la lujosa entrada principal. Las luces, en el interior,

estaban apagadas, pero Morrow, en lugar de encenderlas, agarró una antorcha de las

de verdad fijada a la pared y la usó para iluminar nuestro avance. Incluso a aquella

luz tenue, la grandiosidad del lugar me impresionaba. Las paredes estaban cubiertas

de tapices gigantes, así como de una colección enorme de obras de arte de fantasía;

las gárgolas y las armaduras se alternaban en los pasillos.

Mientras seguíamos a Og, me armé de valor para dirigirme a él.

—Ya sé que éste no es el mejor momento, seguramente —le dije—. Pero yo soy

un gran admirador de su obra. Crecí jugando a los juegos educativos interactivos de

Halcydonia. Gracias a ellos aprendí a leer, a escribir, a resolver enigmas, las

matemáticas que sé…

Mientras recorríamos la casa yo seguía hablando, cantando las excelencias de los

títulos de Halcydonia, adulando a Og hasta avergonzarlo.

Supongo que a Hache le pareció que me estaba pasando de pelota, porque no dejó

de sonreír, burlona, mientras duró mi monólogo. Og, en cambio, se lo tomó con gran

naturalidad.

www.lectulandia.com - Página 300

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