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Ready Player One - Ernest Cline

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a la luz tenue de la luna, el espectáculo era sobrecogedor. Las siluetas sombrías e

imponentes de las montañas Wallowa nos rodeaban por todas partes. Las hileras de

luces azules de la pista de aterrizaje se perdían en el valle, a nuestra espalda,

delimitando el aeródromo privado de Og. Frente a nosotros, una escalera empinada y

empedrada conducía a una mansión inmensa e iluminada, que se alzaba sobre la

llanura, a los pies de las montañas. A lo lejos se divisaban varias cascadas, que se

descolgaban de las cimas, más allá de la casona de Morrow.

—Es igual a Rivendell —dijo Hache, adelantándose a mis propios pensamientos.

—Sí, es idéntico al Rivendell de las películas de El Señor de los Anillos —

coincidí, alzando la vista, impresionado—. La esposa de Ogden era una gran fan de

Tolkien, ¿te acuerdas? Y él construyó todo esto para ella.

Oímos un rumor eléctrico a nuestras espaldas: la escalerilla del avión se replegaba

y la escotilla se cerraba. Los motores volvieron a encenderse, el jet viró y se preparó

para despegar de nuevo. Lo vimos elevarse por el aire limpio, estrellado. Después

enfilamos hacia la escalera que conducía a la casa. Cuando finalmente llegamos a lo

alto, descubrimos que Ogden Morrow ya nos esperaba.

—¡Bienvenidos, amigos! —nos gritó, extendiendo las manos a modo de saludo.

Llevaba puesto un albornoz de cuadros y unas zapatillas con forma de conejo—.

¡Bienvenidos a mi casa!

—Gracias, señor —dijo Hache—. Gracias por invitarnos.

—Tú debes de ser Hache —respondió él, agarrándole la mano. Si su aspecto le

causó alguna sorpresa, lo disimuló muy bien—. Reconozco tu voz. —Le guiñó un ojo

y le dio un abrazo paternal. Después se volvió para abrazarme a mí también—. Y tú

tienes que ser Wade…, quiero decir Parzival. ¡Bienvenido! ¡Bienvenido! Es todo un

honor conoceros a los dos.

—El honor es nuestro —dije—. Nunca le agradeceremos lo bastante que haya

decidido ayudarnos.

—Ya está, ya me habéis dado bastante las gracias, o sea que basta ya —dijo y,

dando media vuelta, nos condujo por una vasta extensión de césped en dirección a su

enorme casa—. No os imagináis lo mucho que me gusta recibir visitas. Por triste que

sea decirlo, he estado solo aquí desde que murió Kira. —Se mantuvo en silencio unos

instantes, antes de echarse a reír—. Bueno, solo no: con mis cocineros, mis doncellas

y jardineros, claro. Pero ellos también viven aquí, o sea que no cuentan como visitas.

Ni Hache ni yo sabíamos qué responder y nos limitamos a sonreír y a asentir.

Finalmente, yo me armé de valor y logré decir algo.

—¿Los otros ya han llegado? ¿Shoto? ¿Art3mis?

Algo en mi manera de pronunciar «Art3mis» hizo que Morrow se echara a reír

escandalosamente. Al cabo de unos segundos, Hache se sumó a las carcajadas.

—¿Qué? —pregunté—. ¿Qué he dicho que sea tan gracioso?

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