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Ready Player One - Ernest Cline

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obtenía mejores oportunidades.

Cuando Hache se conectó por primera vez a Oasis, siguió los consejos de su

madre y creó un avatar masculino y blanco. Desde su nacimiento, su madre la

llamaba «Hache», por lo que decidió usar ese apodo cariñoso como apodo de su otro

yo en internet. Años después, cuando empezó a asistir a la escuela online, su madre

mintió sobre la raza y el género de su hija en el impreso de la matrícula. Le exigieron

que presentara una foto de su ficha escolar y ella entregó una copia realista del rostro

de su avatar, que creó a partir de sus propios rasgos.

Hache me explicó que, desde que a los dieciocho años se había ido de casa, no

había vuelto a ver a su madre. Fue el día en que, finalmente, decidió sincerarse con

ella en relación con su sexualidad. Al principio se negaba a creer que su hija fuera

lesbiana. Pero Helen le contó entonces que llevaba casi un año saliendo con una chica

a la que había conocido online.

Mientras me contaba aquello, era evidente que me miraba y estudiaba mi

reacción. A mí, de hecho, no me sorprendió demasiado. En los años anteriores, Hache

y yo habíamos hablado muchas veces de la admiración que sentíamos por las formas

femeninas. Y me aliviaba saber que no me había engañado, al menos en ese aspecto.

—¿Y cómo reaccionó tu madre cuando supo que tenías novia? —le pregunté.

—Pues resultó que ella también tenía sus prejuicios muy arraigados —me

respondió Hache—. Me echó de casa y me dijo que no quería volver a verme nunca

más. Durante un tiempo no tuve adónde ir, viví, en realidad, en distintos refugios.

Pero al final, compitiendo en las ligas de lucha de Oasis, conseguí ganar lo bastante

para comprarme la casa rodante, que desde entonces ha sido mi domicilio. Por lo

general sólo dejo de moverme cuando hay que recargar las baterías.

Siguió hablando, contándome cómo llegó a conocerme, y yo me di cuenta de que,

de hecho, ya nos conocíamos, al menos tanto como pueden conocerse dos personas.

Manteníamos contacto desde hacía años, compartíamos un grado muy elevado de

intimidad. Nuestra conexión se había establecido a un nivel puramente mental. Yo la

comprendía, confiaba en ella y la apreciaba como amiga. Nada de todo eso había

cambiado, ni cambiaría por algo tan circunstancial como era el sexo, el color de la

piel o la orientación sexual.

El resto del vuelo se nos hizo cortísimo, Hache y yo recuperamos enseguida

nuestro viejo ritmo y sin darnos cuenta todo volvió a ser como en El Sótano, cuando

jugábamos a Quake o a La justa mientras hablábamos de tonterías. Todos los temores

que había albergado sobre la resistencia de nuestra amistad en el mundo real se

habían disipado, cuando el jet tomó tierra en la pista privada de Og, en Oregón.

Habíamos viajado en dirección oeste, adelantándonos unas horas a la salida del

sol, y todavía era de noche cuando aterrizamos. El frío nos envolvió apenas

descendimos del avión y contemplamos con asombro el paisaje que nos rodeaba. Aun

www.lectulandia.com - Página 298

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