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Ready Player One - Ernest Cline

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chistes malos y viendo películas baratas. Su sonrisa no era lo único que me resultaba

familiar. También reconocía la forma de sus ojos, las líneas del rostro. Para mí no

había ninguna duda: la joven que estaba sentada frente a mí era mi mejor amigo,

Hache.

Me invadió una emoción profunda. La sorpresa y el asombro dieron paso a una

sensación de traición. ¿Cómo había podido engañarme él…, ella, durante tantos

años? Noté que me sonrojaba de vergüenza al recordar todas las confidencias

adolescentes que había compartido con Hache, una persona en la que había confiado

siempre. Alguien a quien creía que conocía.

Al darse cuenta de que no le decía nada, clavó la mirada en la punta de sus botas

y la mantuvo ahí. Yo me senté a su lado, sin dejar de mirarla, sin saber qué decir. Ella

me observaba de reojo cada cierto tiempo, pero apartaba la mirada nerviosa. Seguía

temblando.

La sensación de traición que pude haber sentido se esfumó rápidamente.

Y, sin poder evitarlo, me eché a reír. Era una risa absurda, sin sentido, y sabía que

ella se daba cuenta, porque al momento vi que relajaba un poco los hombros y soltaba

un suspiro de alivio. Y entonces ella también soltó una carcajada que, en realidad, era

mitad risa y mitad llanto. O eso me pareció.

—Eh, Hache —le dije, cuando dejé de reírme—. ¿Cómo te va?

—Me va bien, Zeta —contestó ella—. Con nubes y claros.

También su voz me resultaba familiar, aunque no fuera tan grave como la de su

avatar. Durante todo aquel tiempo había estado usando un programa para disimularla.

—Bueno —continué yo—. Míranos. Aquí estamos.

—Sí. Aquí estamos.

Entre nosotros se hizo un silencio incómodo. Yo vacilé un momento, sin saber

bien qué hacer. Pero decidí obedecer a mi instinto, que me llevó a vencer el pequeño

espacio que quedaba entre los dos y a abrazarla.

—Me alegro de verte, viejo amigo —le dije—. Gracias por venir a recogerme.

Ella me devolvió el abrazo.

—Yo también me alegro —contestó, y supe que era sincera.

La solté y me retiré un poco.

—Joder, Hache —le dije, sonriendo—. Sabía que ocultabas algo, pero nunca

imaginé que…

—¿Qué? —preguntó ella, un poco a la defensiva—. ¿Nunca imaginaste qué?

—Que el famoso Hache, reconocido gunter y el más temido e implacable

luchador de todo Oasis fuera, en realidad…

—¿Una negra gorda?

—Yo iba a decir una afroamericana gorda.

Le cambió el gesto, y se puso seria.

www.lectulandia.com - Página 296

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