18.03.2020 Views

Ready Player One - Ernest Cline

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

constaté que las contraseñas que había comprado todavía servían y pude acceder a la

ficha falsa de Bryce Lynch que yo mismo había creado. Aparecía la foto de carné que

me habían tomado durante el proceso de reclutamiento forzoso y las palabras

FUGITIVO EN BUSCA Y CAPTURA sobreimpresas en ella. Al parecer IOI ya

había denunciado la desaparición del recluta Lynch.

No tardé demasiado en borrar la identidad de Bryce Lynch y en copiar mis huellas

dactilares y mi patrón de retina una vez más en mi ficha original. Cuando, minutos

después, salí de la base de datos, Bryce Lynch ya no existía. Volvía a ser Wade Watts.

Paré un autotaxi al salir de Correos, tras asegurarme de que estaba gestionado por

una empresa local y no por SupraCab, subsidiaria de IOI.

Una vez dentro, contuve la respiración al acercar el pulgar al escáner. La pantalla

se puso verde. El sistema me había reconocido como Wade Watts, no como el recluta

fugitivo Bryce Lynch.

«Buenos días, señor Watts —dijo el autotaxi—. ¿Adónde?»

Le indiqué la dirección de una tienda de ropa de High Street, cercana al campus

universitario. Se trataba de un establecimiento llamado Tr3ads, especializado en

«vestuario urbano high-tec». Entré corriendo y me compré unos vaqueros y un suéter

«dicotómicos», lo que quería decir que estaban preparados para su uso en Oasis. No

incluían material háptico, pero podían conectarse a mi equipo de inmersión portátil e

informaban sobre lo que hacía con el pecho, los brazos y las piernas, facilitando de

ese modo el control de mi avatar, más que si llevara sólo los guantes. También me

compré varios pares de calcetines y calzoncillos, una chaqueta de imitación de piel,

unas botas y una gorra negra de lana para proteger mi cabeza rapada.

Minutos después salí de allí con las nuevas prendas puestas. El viento gélido me

envolvió de nuevo y yo me abroché bien la chaqueta y me calé la gorra de lana.

Mucho mejor. Tiré a una papelera el mono de técnico y las zapatillas de plástico que

me identificaban como recluta y avancé por High Street, mirando escaparates.

Mantenía la mirada baja para evitar el contacto visual con los estudiantes

universitarios de gesto adusto que se cruzaban conmigo.

Varias travesías más allá entré en una franquicia de máquinas expendedoras. En

su interior podía comprarse, sin necesidad de relacionarse con nadie, todo lo

imaginable. Una de aquellas máquinas, que se anunciaba como «expendedor de

defensa», ofrecía equipos de defensa personal: chalecos antibalas ligeros, repelentes

químicos y una amplia selección de armas de mano. Pulsé la pantalla empotrada en la

máquina y estudié el catálogo. Tras unos instantes de deliberación conmigo mismo,

adquirí un chaleco y una Glock 47C, así como tres cartuchos de munición. También

compré un frasco de espray irritante. Pagué acercando la palma de la mano derecha al

escáner, que debía verificar mi identidad y consultar mis antecedentes penales.

www.lectulandia.com - Página 278

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!