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Ready Player One - Ernest Cline

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almacenamiento, había enviado un formulario por intranet solicitándolos y pedido

que me los mandaran a un cubículo vacío de mi misma planta.) Me quité el mono de

recluta y lo usé para secarme la sangre de la oreja y el cuello. Después saqué dos

tiritas que guardaba bajo el colchón y me cubrí con ellas los agujeros del lóbulo de la

oreja. Una vez vestido con mi nuevo uniforme de técnico de mantenimiento, extraje

con cuidado la unidad de almacenamiento de datos de la ranura y me la guardé en el

bolsillo. Luego, levanté el audífono y acercando a él la boca, dije:

—Necesito ir al baño.

La trampilla de la unidad habitacional se abrió a mis pies. El pasillo estaba oscuro

y desierto. Metí el audífono y el mono de recluta bajo el colchón y la anilla en el

bolsillo de mi uniforme nuevo. Y entonces, tras obligarme a mí mismo a respirar

hondo, salí del sarcófago y bajé por la escalera.

De camino hacia los ascensores me crucé con algunos otros reclutas pero, como

de costumbre, ninguno de ellos me miró a los ojos. Un gran alivio, porque me

preocupaba que alguien me reconociera y se diera cuenta de que no era un técnico de

mantenimiento. Cuando llegué frente a la puerta del ascensor, contuve la respiración

mientras el sistema escaneaba mi nueva chapa identificativa. Tras lo que me pareció

una eternidad, las puertas se abrieron.

—Buenos días, mister Tuttle —dijo la voz del ascensor cuando entré en él—.

¿Piso, por favor?

—Vestíbulo —respondí con voz seca, y el ascensor inició su descenso.

«Harry Tuttle» era el nombre impreso en la chapa identificativa de mi uniforme

de técnico de mantenimiento. Yo había facilitado al ficticio mister Tuttle acceso pleno

a todo el edificio, y después había reprogramado mi anilla de tobillo para que quedara

vinculada al número de identidad de Tuttle y, de ese modo, funcionara como uno más

de los brazaletes de seguridad que llevaban los técnicos de mantenimiento. Cuando

las puertas y los ascensores me escaneaban para asegurarse de que disponía del

permiso de paso, la anilla que llevaba en el bolsillo les indicaba que, en efecto, estaba

autorizado para pasar, en lugar de indicarles que debían freírme con una descarga de

unos cuantos miles de voltios e inmovilizarme hasta que llegaran los guardias de

seguridad.

Bajé en el ascensor en silencio, intentando no mirar a la cámara instalada sobre

las puertas. Entonces caí en la cuenta de que ese vídeo, precisamente, sería estudiado

con lupa cuando todo eso hubiera terminado. El propio Sorrento lo vería,

seguramente, así como sus superiores. De modo que cambié de opinión, alcé la vista

y, mirando fijamente a cámara, sonreí y me rasqué el arco de la nariz con el dedo

corazón.

El ascensor llegó al vestíbulo y las puertas se abrieron. Yo albergaba cierto temor

de encontrarme con un pelotón de guardias de seguridad esperándome abajo, sus

www.lectulandia.com - Página 275

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